Cuando estoy en Peñíscola pierdo la noción del tiempo, algo muy importante para contrarrestar la tensión diaria de mi profesión. Leía el periódico del sábado disfrutando de un buen desayuno al sol y me enteré que Seve se encontraba en estado grave, así que rápidamente busqué en el teletexto y supe que había fallecido esa misma madrugada (curiosamente, otro de los grandes del deporte, Rafa Nadal, conoció la noticia por ese mismo medio). Tenía mis palos de golf en el coche, el lunes siguiente había
quedado con dos amigos para jugar en Panorámica Golf, en San Jordi. Antes de ir a jugar busqué algo negro para confeccionar un crespón y ponérmelo mientras jugaba pero fue imposible conseguirlo. Ya jugando, Antoine, uno de mis compañeros, me dijo que había coincidido, en calidad de espectador, con Seve en algún torneo que disputó el de Pedreña en tierras francesas. Habló de su calidad humana. Tomás, mi otro compañero, uno de aquellos chavales que emigró a Suiza y ya está de regreso en su querido país de origen, también comentó que había una escultura del jugador cántabro en uno de los hoyos del mejor campo suizo. Por lo visto, introdujo de un golpe la bola en uno de los hoyos (hole in one). El comentario por mi parte, en relación a mi paisanuco, versó sobre la amistad de mi madre con él y los cumplidos que siempre le dispensaba. Cuando jugamos juntos, los tres tenemos un handicap parecido, uno de nosotros suele sobresalir en el total del número de golpes de todo el campo o en el juego de cada hoyo. Ese día, caluroso por cierto, ninguno de nosotros tuvo la concentración adecuada. Nunca habíamos perdido tantas bolas jugando, una media de seis o siete por persona. Sin embargo, en el último hoyo, en el dieciocho, Tomás, buscando la bola que había lanzado desde el “tee”, encontró otras cinco en muy pocos metros, Antoine y yo nos acercamos para ayudarle a buscar la bola que no aparecía y nos encontramos otras cuatro o cinco. Todos sospechamos que algo, seguramente espiritual, sobrevolaba el campo, además de las gaviotas y otras aves zancudas de diversos colores y tamaños. Estuve buscando alguna de esas cámaras ocultas y no encontré ninguna. Por si acaso, por si esas bolas venían del cielo, he guardado una de recuerdo de ese día mágico. No se lo comenté a mis amigos pero una cosa así sólo ocurre en los cuentos. Por eso, por ser algo tan inhabitual, quiero creer que fue un truco de algún prestidigitador que tiene un lugar especial en el cielo.
quedado con dos amigos para jugar en Panorámica Golf, en San Jordi. Antes de ir a jugar busqué algo negro para confeccionar un crespón y ponérmelo mientras jugaba pero fue imposible conseguirlo. Ya jugando, Antoine, uno de mis compañeros, me dijo que había coincidido, en calidad de espectador, con Seve en algún torneo que disputó el de Pedreña en tierras francesas. Habló de su calidad humana. Tomás, mi otro compañero, uno de aquellos chavales que emigró a Suiza y ya está de regreso en su querido país de origen, también comentó que había una escultura del jugador cántabro en uno de los hoyos del mejor campo suizo. Por lo visto, introdujo de un golpe la bola en uno de los hoyos (hole in one). El comentario por mi parte, en relación a mi paisanuco, versó sobre la amistad de mi madre con él y los cumplidos que siempre le dispensaba. Cuando jugamos juntos, los tres tenemos un handicap parecido, uno de nosotros suele sobresalir en el total del número de golpes de todo el campo o en el juego de cada hoyo. Ese día, caluroso por cierto, ninguno de nosotros tuvo la concentración adecuada. Nunca habíamos perdido tantas bolas jugando, una media de seis o siete por persona. Sin embargo, en el último hoyo, en el dieciocho, Tomás, buscando la bola que había lanzado desde el “tee”, encontró otras cinco en muy pocos metros, Antoine y yo nos acercamos para ayudarle a buscar la bola que no aparecía y nos encontramos otras cuatro o cinco. Todos sospechamos que algo, seguramente espiritual, sobrevolaba el campo, además de las gaviotas y otras aves zancudas de diversos colores y tamaños. Estuve buscando alguna de esas cámaras ocultas y no encontré ninguna. Por si acaso, por si esas bolas venían del cielo, he guardado una de recuerdo de ese día mágico. No se lo comenté a mis amigos pero una cosa así sólo ocurre en los cuentos. Por eso, por ser algo tan inhabitual, quiero creer que fue un truco de algún prestidigitador que tiene un lugar especial en el cielo.
2 comentarios:
Qué bonito lo que nos cuentas...
Nunca le olvidaremos
Besos, cantabruco
La verdad es que el golf no es un deporte muy televisivo que digamos...aunque he aprendido a conocer acerca de la forma de contabilizar los marcadores (pero no me pidas saber qué número de palo sirve para tal golpe...con suerte, el Putter).
Ahora, gracias a Tiger Woods, este deporte ha dejado atrás el elitismo a ultranza (aunque no del todo) y he podido conocer la historia de los grandes jugadores y grandes personas como Seve Ballesteros.
Lo bueno es que, como pocos deportes, el golf exige y alienta el comportamiento caballeroso en el campo de juego. Vaya a saber uno si el espíritu del gran Seve sobrevolaba el campo en esos días...pero si no era así, era el fruto de un juego limpio.
Aquí me tienes, tratando de volver y espero que podamos mantener contacto. Saludos afectuosos, de corazón.
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