Siempre me han llamado
la atención los músicos clásicos. En los conciertos, mientras
escucho la música voy estudiándolos uno por uno. Me gusta analizar
los movimientos estereotipados, sus miradas perdidas en el espacio,
los silencios instrumentales. Me parece dificultosa tarea descifrar
lo que indica el poema musical denominado pentagrama, esa escritura
tan especial que permite realizar claves, silencios, alteraciones,
compases.... Recuerdo que hace unos años tuve un sueño relacionado
con un concierto. Estaba sentado en la primera fila, disfrutando de
los ritmos del piano, cuando repentinamente el pianista se levantó
de su asiento para solicitar mi ayuda. Me pidió que le pasara las
hojas de la partitura al no tener ayudante que se encargara de esa
función. Le dije que no sabía descifrar lo que contenía el
sistema de notación de la partitura pero me convenció para que lo
hiciera. Me haría un gesto cada vez que necesitara pasar página.
Tengo especial
predilección por los niños que practican cualquier tipo de deporte.
La experiencia me ha demostrado que suelen ser personas más
sociables, espontáneas y disciplinadas que las que no han recibido
una educación física y deportiva. Sin embargo, considero que los
que reciben una educación musical cuando son niños y adolescentes
tienen mucha más madurez, concentración, disciplina y sentido
común que el resto de compañeros que no han experimentado esos
aprendizajes. Anoche, tras visionar el documental “Begegnungen am
Klavier” –“Piano Encounters”- comprobé que mis
consideraciones tienen una base demostrable. Se trata de un
documental que se presentó el pasado año en la Seminci. Está
dirigido por un gijonés de madre alemana, Enrique Sánchez Lansch.
El punto de partida del documental hay que buscarlo en el relato
autobiográfico “Wunderkind” de la escritora estadounidense
Carson McCullers. Tras muchas horas de estudio, buenos profesores,
manos ágiles, y lo que es más importante: mucho talento, la niña
prodigio que era se da cuenta a los quince años que su prometedor
futuro como interprete se escurre entre los dedos. Sánchez Lansch
se centra en la enseñanza del instrumento, y en cómo es posible
convertirla en algo ameno y estimulante. Cuando llega la
adolescencia, muchos estudiantes de conservatorio abandonan al darse
cuenta que no están agraciados para la música o se sienten
agobiados o aburridos por tantas horas de ensayo. Para que esto no
ocurra, sigue las sesiones organizadas por el Festival de Piano de
Ruhr (Alemania), en el que todos los años tienen lugar encuentros
entre estudiantes y celebridades del piano. Se puede sacar la
conclusión de que parte del esfuerzo y la constancia necesarios para
destacar (y no abandonar) vienen dados por la cercanía y la
empatía entre los enseñantes y sus alumnos.
El film propone un
seguimiento de lo que la música es capaz de hacer con jóvenes
talentos en un plazo de cuatro años. En cada nuevo curso nos
encontramos a pianistas consagrados con enfoques muy distintos de la
profesión pero con la misma particularidad, todos ellos son
conscientes, como antiguos alumnos, de cuáles son las carencias en
la enseñanza de un instrumento. El gran Emanuel Ax, que confiesa que
cuando era un niño como ellos tuvo que viajar con su familia por
Rusia, Polonia, Estados Unidos y Alemania, encontró un apoyo de
estabilidad en el piano; las apasionadas hermanas Labèque o la
enérgica espontaneidad de la venezolana Gabriela Montero, componen
parte del cuadro técnico de dichos encuentros. Cada uno de ellos va
aportando su granito de arena en la enseñanza de los qué, casi con
seguridad, se convertirán en grandes maestros. Uno de los mayores
alicientes de “Piano Encounters” es ir comprobando cómo, a lo
largo de esos cuatro años, van evolucionando los pequeños
estudiantes. Factores como la entrada de la adolescencia o el cambio
de intereses juegan un factor capital en esta historia.
He de añadir que se
trata de uno de los mejores documentales que he visto, de los que
dejan huella por su sensibilidad y buenas maneras. Los “actores”
son personas entrañables, llenas de humanidad y que valoran
enormemente la labor de sus profesores. Me quedo con el sentido de
una frase de Emanuel Ax dirigiéndose a la cámara: En esta vida no
hay que ser pasivo. No podemos conformarnos sólo con lo que vemos,
debemos practicarlo aunque lo hagamos mal. De esa manera
disfrutaremos más lo que hacemos y seremos más sensibles con
nuestros semejantes.
Todavía resuenan en mi
interior fragmentos musicales interpretados colosalmente por esos
“grandes” estudiantes. Schubert, Bach, Brahms, Claude Debussy,
Mozart, Isaac Albéniz, Schumann, Ravel y Beethoven tuvieron la
suerte de encontrarse con ellos y viceversa. Una obra maestra sobre
las 88 teclas.
1 comentario:
Creo que tienes que posponer aún más esa idea de 'aparcar' el blog..: ), porque no puedes dejarnos sin leer entradas como ésta.
Me toca de cerca el tema, lo sabes, y me emociona ver tu punto de vista sobre él. Siempre sensible, siempre atento a ver más allá..
No conozco el documental, me encantaría verlo, pero estoy segura de que transmite algo de la combinación de talento, esfuerzo, disciplina ..y el punto de magia que tiene la carrera musical.
Qué sería de nosotros sin música?...
Un beso fff
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