Había madrugado para disfrutar de mi tiempo libre. Era sábado, un sábado cualquiera en Zamora. Había viajado la tarde anterior desde la ciudad donde resido para pasar dos días libres disfrutando placenteramente de algunas de las cosas que más me gustan y que, por ello, me aportan felicidad y son un objetivo primordial en mi vida.
Me dirigía a El Maderal, en la frontera zamorana con su vecina Salamanca. Había una niebla tan tupida que era imposible ver los automóviles que circulaban por la autovía hasta que los tenías a escasos metros de distancia. En la radio alguien hablaba sobre el movimiento “slow” y presté atención a la conversación que, prácticamente, era un monologo. María Novo, titular de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible, hablaba de su último libro: “Despacio, Despacio. 20 razones para ir más lentos por la vida”. Me enganché fácilmente a su alocución sencilla y clara. Básicamente, hablaba de ganar tiempo para disfrutarlo de una manera placentera en la dirección de una nueva cultura que pone su acento en la lentitud.
Pasado el fin de semana indagué en Internet sobre María Novo y a las pocas horas ya había comprado el libro de Ediciones Obelisco que leí de una tirada.
Comienza así:
—Buenos días –dijo el Principito.
—Buenos días –dijo el mercader.
Era un mercader de píldoras especiales que aplacan la sed. Se toma una por semana y ya no se siente necesidad de beber.
—¿Por qué vendes eso? –dijo el Principito.
—Es una gran economía de tiempo –dijo el mercader–. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
—¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
—Se hace lo que se quiere…
«Yo –se dijo el Principito– si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría tranquilamente hacia una fuente.»
- A. Saint de Exupéry
En su libro reflexiona sobre las enfermedades de nuestra sociedad que comienzan con la Modernidad, a partir del siglo XVII, cuando el tiempo asociado a las tareas productivas empieza a ser relevante y valioso económicamente, lo cual traerá aparejada su unificación. El reloj, la medición del tiempo, se hará presente como un elemento organizativo básico en las fábricas, controlando los horarios de entrada y salida al trabajo, las pausas… La maquina, una creación humana, ha acabado por imponer su disciplina a las personas y ha ido introduciendo cambios en todos los aspectos de su vida.
Hay un capitulo muy interesante que habla de las tres expresiones que tenían los antiguos griegos para definir el tiempo y que se correspondían con tres dioses: Kronos, Airón y Kairós.
“Kronos era el tiempo del antes y el después, que hoy asociaríamos con el reloj. Aristóteles se refería a él como «el tiempo de las acciones imperfectas», es decir, de aquellas que sólo tienen un fin en sí mismas y, cuando terminan, todo ha concluido (por ejemplo, ver un concurso en televisión. Pasó. Terminó. Y, salvo que seamos los agraciados con el premio, aquí no ha sucedido nada…). Kronos es el tiempo de la vida que nos va conduciendo a la muerte, el vínculo entre el nacimiento y el final de todas las cosas.
Airón, cuida de lo que nace y cíclicamente renace. Es el tiempo de la vida en su sentido más profundo, no de la vida personal, sino del fenómeno de la vida que se autorregenera constantemente. Se relaciona con el placer y representa el eterno retorno. Los griegos lo simbolizaban con la imagen de una serpiente que se mordía la cola.
Finalmente, se dice en la mitología que, de la risa del gran dios, surgieron siete dioses y el séptimo fue Kairós, el hijo de Zeus y Tyche, la diosa Fortuna. Los griegos lo representaban como un hermoso joven calvo, con un solo mechón de pelo y con los pies alados, para simbolizar que, cuando pretendes atraparlo, tiene la capacidad de escaparse volando y tampoco puedes siquiera intentar tomarlo por el cabello.
Kairós es el momento oportuno, lo mismo para sembrar el trigo que para cruzar un mar embravecido. Es el justo instante en que el surfista puede pasar la ola: si lo hace antes o después fracasará. Es el dios de la justa medida, el que nos ayuda a intuir la ocasión, el principio de oportunidad…
A través de Kairós, su madre, la diosa Fortuna, puede sonreírnos, hacer que esta vida humana que oscila entre dos eternidades (nacer y morir) tenga su componente de disfrute, sus instantes de plenitud en los que parece que olvidásemos a la muerte, cuando las horas se ensanchan, cuando un minuto es como una eternidad…”
Vivimos dominados por metas que nos sobrepasan, por la productividad y la competitividad. Vamos situando nuestra vida en los productos y nos perdemos los procesos. El tiempo es una parte de la eternidad, de lo inasible, pero también es un regalo que recibimos cada día. Es mucho más precioso que el dinero, porque el dinero lo podemos acumular, pero el tiempo llega y pasa.
Todo se reduce a algo tan sencillo como darle a cada cosa su tiempo. En ocasiones tendremos que correr, pero debemos saber apreciar cuándo y en qué circunstancias es preciso acelerarse, para lograr que el resto del tiempo, que debería ser mayoritario, nos permita gozar de un saludable sosiego.
“La naturaleza tiene una sabiduría que bien deberíamos copiar. Entre otras cosas, ella nunca se acelera, funciona en tiempos largos y sigue cumpliendo puntualmente sus ciclos de primavera, verano, otoño e invierno. También es sabia porque recicla, es decir, porque cierra los ciclos y no funciona de forma lineal, como nosotros, que vamos llenando el planeta de residuos y artefactos a mayor velocidad de la que podemos y sabemos reciclarlos. Nuestros modelos de vida están basados en el poder del mercado para ocupar sin prejuicios nuestro tiempo, para tenernos entretenidos produciendo o consumiendo.
Tenemos que empezar a construir un modelo de vida saludable, necesitamos cambiar nuestros ritmos, desarrollar una actitud interior de calma. En la actualidad el modelo se basa en tener, en acumular cosas y dinero, y cuanto más rápidamente mejor (a veces sin que importe mucho cómo…)”
Ciertamente, todos los consejos que aporta el libro son sabios y se basan en inquietudes personales que, básicamente, todos compartimos. Estamos perdiendo el alma, que se mueve despacio, sumergidos en una sociedad en la que la prisa –por producir, por consumir, por ir de un lado a otro– nos va llevando a la destrucción de nuestro hábitat natural, a graves problemas ecológicos, como el cambio climático, y a auténticas «enfermedades sociales » de estrés y desazón, causadas por un ritmo de vida que no nos hace felices. Empecemos a cambiar. Sepamos buscar nuestro Kairós para que un minuto determinado llegue a ser una eternidad. Eso nos hará más libres y, sobre todo, más felices.
1 comentario:
Sabia entrada. Claro que sí.
Y es -creo- más fácil de lo que parece,
uno rebaja la velocidad, y se dá cuenta de que en realidad no se le han escapado cosas importantes..no no..
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