Mañana me voy para tierras de Ocellum Duri -Los Ojos del Duero-, del que, por una especie de acrónimo (ce-m-uri), resultaría el nombre actual (Zamora) y contemplo un atardecer soleado donde destacan los brotes avanzados de los árboles y las hojas de las hortensias de un verde radiante. Me he despedido de la pareja de tordos que amenizan con sus trinos las mañanas y las tardes, también de las cinco yeguas preñadas, dos rubias y tres morenas del Monte de Corbán, de mi querida “Canela”, gatina mayorzuca, de lo que llamo "el Pub", es decir "Casa Miguel", donde comemos rabas y caracolillos. Siempre me da melancolía abandonar mi tierruca, pero hay que seguir camino, avanzar buscando lo mejor para sentirme bien y ahora toca estancia en Zamora, se acerca la Semana Santa y, también, se agradece un poco de animación después de este último invierno que hemos abandonado definitivamente La rigurosa austeridad de la Semana Santa zamorana crea un fuerte contraste que alcanza momentos de gran intensidad. Diecisiete son las cofradías que desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección, convierten las calles de la ciudad en un escenario de la pasión y un museo vivo. Merece la pena, pero siempre acaba un poco harto de lo multitudinario del acontecimiento. Sin embargo, apetece la visita.
Llega el buen tiempo y eso es la mejor noticia, hacer vida en la calle, disfrutar del calorcito, de la poca ropa, comer en la terraza, vivir de otra manera. El invierno se hace largo y hay que deleitarse del sol y la naturaleza. La tierra sigue girando y ahora apetece disfrutar de la temporada primaveral.
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