Las personas de mi
generación hemos vivido toda la evolución y los cambios referentes a las nuevas
tecnologías. Algunos pensaban que podían dar la espalda a lo que
iba llegando. Así, primero dijeron que ellos nunca tendrían un
teléfono móvil, ese artefacto sólo serviría para estar
controlado y nunca harían el "tarín" de hablar por la calle
haciendo posturitas ridículas. Luego, apareció el ordenador de
sobremesa, con un monitor gigantesco y más fondo que el Álvarez
Cascos. Y, claro, más de lo mismo: eso no iba a servir para nada
y con Internet llegaría todo lo malo y, además, se perdería el
tiempo que se dedicaba a otros menesteres más tangibles y provechosos. Pero se
confundían y el tiempo les ha quitado la razón. Incluso fue tanto
el furor de estos nuevos artilugios que en la actualidad sería
impensable vivir sin ellos. Ahora, pasados los años, me parece
imposible que haya películas de cine en las que no aparezca un
móvil o un ordenador. El furor del ordenador fue tal que pronto
salieron los portátiles y esas mismas personas que renegaban de
ellos, pero que sin embargo ya eran herramientas de uso común entre
sus hijos, e incluso entre ellos, los que perjuraban no usarlos
nunca, ya empezaron a entrar en la vorágine que suponía, y supone,
la tecnología que no para de avanzar y evolucionar con los años.
Cuando aparecieron los
primeros modelos de libros digitales me posicioné, aunque
pareciéndome muy interesante la nueva propuesta, con los que
apostaban por seguir tocando el libro, oler sus páginas,
recopilarlos, adorarlos, mecerlos… Poseo una colección de libros que me ha desbordado y desde hace ocho meses tengo un Kindle que pedí
directamente a EE.UU. con el consiguiente canon revolucionario del impuesto reglamentario. En
ese tiempo he leído más de veinte libros, la mayoría muy voluminosos, el
doble de lo que leía en papel. A principios de año dieron datos
sobre las ventas en Estados Unidos de libros y, por primera vez, se
habían vendido más digitales que de papel. Ahora, varias
asociaciones luchan para que se quite el impuesto a los libros
digitales para así potenciar la lectura.
Si he de ser sincero me
da igual que la lectura se haga en el nuevo soporte o en papel, el
caso es que la aventura que supone leer llegue a todas las personas,
sean de la clase social que sean. Así, la sociedad será más
educada y más libre. El problema es el de siempre: la cultura en
general y los libros en particular siguen pareciéndome excesivamente
caros. Todo es un negocio y aquí tampoco van a ceder. Vivimos
tiempos en los que, por desgracia, hay aspectos mucho más importantes que el precio de
los libros.
1 comentario:
Poz zí
Publicar un comentario