Llevo varias semanas recogiendo utensilios del piso, más o menos refugiado en casa. Cuando me asomo a las ventanas, situadas al este y oeste, me paro a pensar en el cambio que ha dado Soria en estos más de cuarenta años que llevo aquí. Compramos el piso, ya lo he narrado anteriormente, en 1982, desde entonces hemos ido perdiendo vistas del exterior debido a la construcción de más pisos y más alturas. Los primeros años divisábamos desde las ventanas del este el “Cerro de Santa Ana”, situado a 1.268 metros de altitud, la ermita de San Saturio… Por el oeste los cambios no han sido tan significativos ya que siempre ha habido un pequeño polígono industrial que se llama “El Viso”, aunque desde hace 5 o 6 años han levantado algún que otro edificio a medio kilometro de distancia de mi vivienda, que aunque no importuna demasiado la vista hacia el viaducto (una infraestructura ferroviaria que se construyó para salvar el valle del río Golmayo por parte del trazado del ferrocarril Torralba-Soria) ahora si que están construyendo, al lado de Mercadona, en mi misma calle, una macro vivienda que ocultará ese valle tan hermoso.
Por el momento disfruto, como lo he hecho todos estos años, de esa vista excepcional, tan cambiante con el paso de las estaciones. Ahora, en pleno otoño, los campos están preciosos, con las hojas de los árboles amarillentas y rojizas, y se ve la carretera que va hacia Navalcaballo, el camino de tierra que sube a la montaña, por el que he ido varias veces en bicicleta, la estación del ferrocarril de Cañuelo. Parte de esta vista, cálculo que en un máximo de un año de tiempo, se perderá también, como se han perdido tantos y tantos lugares que formaron parte de mi vida en Soria: Hotel Comercio, los polideportivos de San Andrés (donde iniciamos el bádminton) y “La Juventud”, renovados, pero que ya no tienen nada que ver con los anteriores, cines Alameda y Rex, el hotel de Valonsadero, Discoteca Neón, Cadillac, Cafetín La Luna, El Son, La Tetería, Mirador-bar Augusto en el río Duero, Real 35, la librería de Antonio Ruiz, aquellos periódicos provincianos “Campo Soriano”, “Hogar y Pueblo”, “Soria Semanal”, y tantos más. También han desaparecido personas conocidas, amigos, la ley de la vida sigue su curso.
Los recuerdos quedan, también muchas anécdotas y vivencias, pero ya nada volverá, las nuevas generaciones avanzan por otros derroteros diferentes a aquello que ya, por desgracia, no existe. Con el paso del tiempo te das cuenta de muchas cosas a las que antes no dabas importancia, que con tu imprudencia y tus palabras lastimaste a muchas personas, que los amigos son contados y pueden desaparecer en cualquier momento (tal vez no eran tan amigos), que cada experiencia es irrepetible, que lo mejor no es el futuro sino el momento que vives en ese instante, que añorarás siempre a los que has querido y se han ido… y, al final, todo te demuestra que somos sabios demasiado tarde.
“La mayor tragedia de la vida es que envejecemos demasiado pronto y somos sabios demasiado tarde”
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