A medida que se acerca mi partida definitiva de Soria se acrecienta una melancolía difícil de definir. Cuarenta y seis años dan mucho de sí, muchas vivencias, muchas historias, facetas, viajes, sensación de un hogar que vas perdiendo a medida que trasladas objetos que han convivido contigo todo ese tiempo, es una impresión de tristeza y nostalgia. He vivido muchos malos momentos y otros buenos, pero he de reconocer que debo mucho a Soria por todo lo que me ha ofrecido.
Durante estos últimos cuatro años no he residido mucho en Soria, salvo unos días de paso para desplazarme a otros lugar: a Zamora, Santander o Peñíscola, y cuando salgo estos días a hacer alguna gestión siempre me encuentro a algún conocido que se para a charlar conmigo. Noto que todos se alegran de verme y me acogen con cariño. Supongo que a ellos les pasará lo mismo que a mi, les encuentro más envejecidos. Nos hacemos mayores y el tiempo no pasa en vano. Es increíble lo sencillo que es realizar cualquier diligencia, te trasladas de un lugar a otro con rapidez, el trato es muy personalizado… realmente es cuando valoras todo lo maravilloso que te ofrece una ciudad pequeña.
Ayer saludé a mucha gente, charlé con conocidos, tomé un café con un amigo y, claro, te das cuenta que a todo ese protocolo le quedan los días contados, que tal vez es la última ocasión en que los saludas, que te preguntan “¿qué vida llevas?” y que recuerdas esos momentos vividos junto a ellos que ya son historia.
Hay una larga etapa que está a punto de finalizar en mi vida, es necesaria para seguir adelante, pero se lleva una parte importante de mi que se quedará en la retina. Echaré mucho de menos esta tierra, su paisaje, el clima, las amistades y todo lo que conforma el carácter de algo tan sorprendente y admirable como es Soria. Siempre estará en mi corazón ya que es un pedazo muy grande de mi biografía, de mi memoria, de parte de lo que ahora soy.
Desde el cántabro mar,
también, como vosotros, subí a Soria a soñar.
Gerardo Diego
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