Desayuno solo en una mesa del restaurante del hotel junto a japoneses y americanos. Los japoneses son menudos y los americanos altos y musculados (solo hombres, algo que me hace pensar). Cuando termino de desayunar salgo a la calle para dar el último paseo por la ciudad, que tanto me gusta cuando abandono un país. Reflexiono y hago balance de esta última semana en Baviera. Por mi mente pasan decenas de recuerdos fotográficos de algunos de los pueblos y lugares que he visitado. El estado libre de Baviera es un lugar entrañable, diría que hasta poético. Verde, con multitud de ríos. El otoño ya instalado en todos los lugares, los Alpes tan inmensos. Es temprano, no llega a las ocho, y por la avenida por la que paseo, en paralelo hay un carril bici por donde circulan multitud de bicicletas, con esos carritos donde transportan a los niños. Todos ellos van al colegio. La calle está cubierto de hojas y los árboles permanecen otoñales, con colores ocres y rojizos majestuosos. De vez en cuando desprenden una lluvia de hojas. El Lidl y el Riwe, que se encuentran en este barrio donde me hospedo, ya están abiertos y los clientes se mueven por el interior frenéticamente, hay mucha actividad. Sin embargo no hay demasiados coches y si muchas bicicletas y patinetes. Aquí, en Alemania, la matrícula de los coches eléctricos acaba en E. Compruebo qué, aproximadamente, de cada diez vehículos uno es eléctrico, el Estado subvenciona la compra de los coches eléctricos, creo que con 9000 € a cada individuo que adquiere uno de esos vehículos ecológicos.
Baviera me ha marcado, no sé si volveré, pero queda instalada en mis recuerdos para siempre. De nuevo me dirijo al Hotel, ya no circulan tantas bicicletas y los niños han desaparecido, seguramente entran a las ocho de la mañana y en este momento son las ocho y cinco. El barrio de Munich donde me encuentro sigue con actividad. La
mayoría de las casitas son unifamiliares y uniformes, guardan la misma estética y la misma altura en ese barrio residencial, pero se ve de alto standing. Munich, al igual que en otras ciudades alemanas, cuando cae la noche las farolas iluminan poco y no son demasiado numerosas, a esas horas nocturnas se aprecia en los hogares una luz muy tenue, una luz escasa y apagada. Aquí los ciudadanos respetan el medio ambiente y no consumen demasiada energía. La educación es muy distinta, pero marca tendencia en la ciudadanía. A un lado de la calle por donde paseo aparece un Woolworf, una cadena que estuvo instalada en Santander, concretamente en la calle Lealtad, donde vine al mundo, y que luego desapareció para convertirse con el tiempo en Zara. Un perrito lanudo de aguas pasea con su dueña, de repente me mira y quiere acompañarme, su dueña le da un tirón de cadena para que vuelva junto a ella. Hay muchos hoteles en esta zona y los conductores de los autobuses se afanan en limpiarlos para recoger a sus clientes, como he dicho abundan asiáticos, americanos y también otros turistas de lengua inglesa, se ven muchos españoles también.. A diferencia de España los semáforos emiten una especie de croar de rana, no ese pitido intenso que aparece en los de España. Cuando llego a mi habitación una ardilla de color rojizo busca alimentos en la zona ajardina del hotel, se desplaza a saltitos. Esa visión es mi mejor despedida de Alemania.
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