jueves, 17 de junio de 2010
RECUERDO SORIA
Tengo un compañero de trabajo, al que considero amigo, que es fiel lector de mi humilde blog. Cuando hablamos sobre el tema, siempre me incita a escribir sobre Soria y lo soriano. Le respondo que viajo mucho y cuando lo hago mi mente -mi cuerpo, en general- se siente más liberada, sin presión, y esa sensación es mucho más creativa que cuando uno está sometido a las obligaciones laborales. Intento explicarle, con cierto rigor, que mi tiempo libre lo disfruto a cientos de kilómetros de mi querida Soria y en esos periodos es cuando puedo dedicar más tiempo a encadenar palabras, a explorar mi interior, a ser más libre y, por tanto, a intentar crear algo digno, a pesar de no poderlo llevar a cabo tan bien como quisiera.
Hoy he recordado a mi amigo y quiero dedicarle mi nuevo texto. Me encuentro en Zamora, una ciudad que es protagonista de muchas de mis entradas y por ello, de especiales capítulos de mi vida. Mis días aquí suelen ser similares, casi siempre me gusta hacer lo mismo a las mismas horas, a no ser que haya viajado, que lo suelo hacer también, a Salamanca, Miranda do Douro o Villarrín (a jugar a golf). Hoy, precisamente, ha sido uno de esos días en los que parece ocurrir lo mismo que muchos otros anteriores. Tras comprobar que la Primitiva, sellada en el soriano Collado, no me aportaba nuevos ingresos, me permití el lujo de pasear, en un día veraniego, tras otros muchos lluviosos y desapacibles, por la calle Santa Clara. Contemplaba el new look de la románica iglesia de Santiago del Burgo cuando escuché la templada voz de un cantautor callejero que me trasportó a años atrás. Tocaba la guitarra y a veces la armónica. Tenía acumuladas muchas monedas en la funda de la guitarra, que le echaban los transeúntes al pasar, y una foto con Joaquín Sabina. Se llama Carlos Bannik y creo haberlo visto en algún sitio. Estaba situado en el lugar por excelencia de los músicos callejeros, frente a Correos, al lado de Zara, justo donde toca el acordeón mi amigo Lagutik. Dediqué la mañana a algo que no puedo hacer habitualmente en Soria a primeras horas: ver exposiciones. Visité una de fotografía y pintura en La Alhóndiga (me regalaron allí una completa revista del Gran Premio de Europa de Fórmula 1, a celebrarse en Valencia) y otra en Espacio 36, que aunque no me gustó, disfruté con la música ambiental de Madeleine Peyroux. A eso de la una, si alguien quiere encontrarme cuando estoy en Zamora sabe que a esa hora estoy allí, me acerqué a leer la prensa al Brasilia. Miguel, el dueño, me invitó a una paella. Como es habitual comí las mejores gambas con gabardina de la zona. Escuché, en una conversación que mantenían dos mujeres, con seguridad madre e hija, que la más joven decía a la mayor que había quitado el silencio de su teléfono. Pensé, ¿quitar el silencio?, eso es más fácil que quitar los sonidos. ¿Cómo se podría activar el silencio? Necesitaría saberlo. Hay momentos en mi vida en que eso sería fenomenal: activar el silencio. Puedo lograrlo en pocas ocasiones. Una de ellas cuando me meto solo en la sauna, aunque escucho, de vez en cuando, el goteo sudoroso de mi cuerpo. ¿Activar el silencio? Preguntaré a Enrique, cuando tenga la oportunidad de verlo, si él sabe sobre eso. Seguro que en la Provincia de Soria hay más de un lugar para activar el silencio y si es así, Enrique lo conocerá. No obstante, si me traduce el secreto no lo transmitiré, no vaya a ser que ustedes perturben ese reservado espacio que de existir, sin duda, estará en algún lugar de Soria.
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2 comentarios:
El silencio, el silencio.
Con querer poner orden en cuanto oímos, ya comienza el silencio. ¡Me hiciste reir, no es nada eso!
Saludos, caballero.
Se aprecian mejor ciertos sentimientos en la lejanía de su objeto (o sujeto) de afecto. Y por tu extrañeza ante quitar o activar el silencio, se me hace que no eres muy asiduo a la telefonía móvil (hay que tener botones para ello).
No sabía que jugabas al golf, por cierto. Saludos afectuosos, de corazón.
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