Era lunes. pero para mi se trataba de un domingo por la tarde. Por
el retrovisor del coche comprobaba, cuando la circulación me lo permitía, la
espléndida puesta de sol que se estaba produciendo sobre los campos de Castilla. En ese
rutinario estado que produce el paso de
los kilómetros, recordé otras puestas de sol al oeste de la isla ciclada de
Santorini, en un acantilado sobre el mar Egeo.
La muchedumbre, proveniente de diversos países, se concentraba sobre las
rocas, bebiendo y fumando, hasta que el sol desaparecía completamente
sumergiéndose en ese mar tan azulado que es el Egeo. Coincidiendo con ese
espectacular desvanecimiento, un aplauso general atronaba la zona que minutos
después quedaría desierta en la oscuridad de la noche recién llegada.
Regresé a la realidad con la voz de Isabel Coixet que hablaba y
ponía música relacionada con diferentes escenas de películas. Una de sus
intervenciones versó sobre el estado anímico que producen los domingos por la
tarde, el peor momento de la semana para muchas personas. Recitó, con su
agraciada voz, algunas letras de canciones vinculadas con las tardes
afligidas de los domingos y relató diferentes imágenes de actrices y actores
que protagonizaban escenas caóticas de esos momentos finales de la semana (o principio
de la semana, según otras cercanas
sociedades anglosajonas) tan, según algunos, depresivos y angustiosos.
Era lunes, y, sin embargo, conduciendo en ese momento por la provincia de Soria,
a escasos cien kilómetros de mi casa, no quedaba otra que relacionar mi estado con todo lo que sucedía en el programa
de radio presentado por Isabel. El día siguiente sería martes pero al ser
fiesta local ese lunes en mi localidad no dejaba de ser un domingo (prolongado)
por la tarde. Disfruté con la música y
con todo lo que había preparado Isabel para el programa de Radio 3, mientras retiraba de mi mente pensamientos
relacionados con la recortada semana que
comenzaría al día siguiente, disfrutando con todo lo ocurrido en esos cuatro
días en Zamora y con la puesta de sol, ya finalizada, que dejaba en el
horizonte bellos y suaves colores de un atardecer de verano en pleno octubre.
Nada, por tanto, resultaba angustioso ese lunes regalado.
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