Desde mi terraza disfruto
viendo patinar a una niña rubia de unos trece años. Sube con
dificultad una rampa de madera y aventuro que tendrá dificultades
al descender. Así es, finalmente, casi con el cuerpo en el suelo,
acierta a agarrarse a un cabo que sujeta las estacas de la rampa.
Cuando, por fin, toma contacto con el firme, retorna la belleza de
su silueta deslizándose como si fuera un querubín. Desvío la mirada
y veo otra niña calcada a la patinadora. Es idéntica. Deben ser
gemelas. La patinadora se dirige a su gemela y apoya sus manos en
la silla de ruedas en la que permanece postrada.
Ayudándose de los patines ambas se deslizan a gran velocidad. Sus
melenas ondean al viento y las dos comparten un momento íntimo lleno
de felicidad. Me impacta la escena. De repente, aparece el que
supongo es su padre y recoge con un amor encomiable a su hija
discapacitada mientras la más ágil y versátil se dirige a las olas
de un enérgico mar. Se ha quitado los patines y ahora, descalza,
introduce sus esbeltas piernas en la blanca espuma que forman las
olas al romper. La hermana y su padre no la pierden de vista desde la
rampa de madera. La escena me hace recapacitar ¿a quién no? Dos
muchachas en la flor de su vida demostrándote lo diferente (o lo
cruel) que puede llegar a ser la suerte del ser humano. La niña de
la silla lleva cubiertas sus piernas por un pantalón de chándal
azul celeste. La otra niña, con un pantalón corto vaquero, sin
embargo, deja al descubierto sus bellas piernas, tan iguales y tan
diferentes de las de su hermana. Mientras juega con las olas, su
padre arrastra la silla de ruedas hasta el mar. La niña “en
movimiento” hace varias piruetas para disfrute de su hermana. La
muchacha impedida no pierde de vista a su hermana mientras su padre
apoya la barbilla en la silla y le dice al oído algún secretillo.
Al cabo de los minutos todos vuelven al paseo marítimo. La de las
piernas al aire vuelve a ponerse los patines mientras la otra ensaya
movimientos para desplazar su silla. Pienso en aquella frase que
puso de moda una institución: “todos iguales, todos diferentes”.
Nunca una frase significó tanto en ese preciso momento que no
logro borrar de mi pensamiento.
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1 comentario:
Buen post, Luis. No puedo añadir más.
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