He
pasado mucho calor en Zamora durante el fin de semana. Las temperaturas han
llegado a los treinta y dos grados casi repentinamente. Ese bochorno no me ha
permitido dormir plácidamente, cada cierto tiempo despertaba para desarmar el
sueño que me acompañaba. Curiosamente, he percibido que además de soñar en
color, algunos de mis sueños tienen música de fondo. En una de esas sacudidas
que produce despertar y cuando los sueños todavía permanecen vivos, pude darme
cuenta que también se apagaba la música. Ahora no recuerdo aquel sueño musicado
ni el tema que lo acompañaba pero era una de las muchas músicas que me
acompañan habitualmente y me sentí muy reconfortado al saber que también están
conmigo por la noche, velando mis sueños.
Otra
anécdota que produjo el calor zamorano (por lo visto general en toda España)
fue una escena en la calle que me conmovió. Delante de mí, andando, iba una
chica con su perro, uno de esos canes blancos, pequeños y con bastante pelaje.
De repente, el perro se tiró al suelo, con las piernas abiertas para apoyar
todo su cuerpo en el frío suelo. La chica no podía convencerlo para que se
levantara y él miraba para otro lado, extenuado y con toda su lengua fuera.
Después de un rato disfrutando de la estimulante frialdad del pavimento se
levantó y al cabo de 20 pasos volvió a la posición anterior. La gente que
pasaba a su lado no podía reprimir la carcajada. Lo estuve observando durante
varios metros y cada pocos pasos volvía a
la posición. Disfruté un montón con el perruco.
Ya
por la tarde, otra anécdota alegró el momento. Tomábamos unos pinchos
morunos en la barra del “Lobo”, los mejores que he comido jamás,
cuando salieron cuatro pinchos para un matrimonio. El camarero les explicó que
los dos de la derecha eran picantes y los otros dos no. El hombre quiso decir
algo al camarero pero éste le tapó diciendo: “bueno, no, ésto es así”. Al
acercar los pinchos a la mesa donde le esperaba la mujer empezaron a hablar sin
comerlos. El camarero que miraba de frente les dijo: “y otros cuatro que están
haciendo”. El hombre, ahora sí, pudo hablar: “pero es que nosotros sólo hemos
pedido uno que pique y otro que no”. Empecé a reír hasta caérseme las
las lágrimas. Hay veces que, por el
motivo que sea, algo te hace una gracia tremenda. Eso me pasó a mí en ese
momento. Quiero pensar que fue una confusión del camarero, es un cachondo, y les cobraría sólo dos
pinchos, los que en realidad pidieron.
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