domingo, 13 de mayo de 2012

CALOR REPENTINO


He pasado mucho calor en Zamora durante el fin de semana. Las temperaturas han llegado a los treinta y dos grados casi repentinamente. Ese bochorno no me ha permitido dormir plácidamente, cada cierto tiempo despertaba para desarmar el sueño que me acompañaba. Curiosamente, he percibido que además de soñar en color, algunos de mis sueños tienen música de fondo. En una de esas sacudidas que produce despertar y cuando los sueños todavía permanecen vivos, pude darme cuenta que también se apagaba la música. Ahora no recuerdo aquel sueño musicado ni el tema que lo acompañaba pero era una de las muchas músicas que me acompañan habitualmente y me sentí muy reconfortado al saber que también están conmigo por la noche, velando mis sueños.
Otra anécdota que produjo el calor zamorano (por lo visto general en toda España) fue una escena en la calle que me conmovió. Delante de mí, andando, iba una chica con su perro, uno de esos canes blancos, pequeños y con bastante pelaje. De repente, el perro se tiró al suelo, con las piernas abiertas para apoyar todo su cuerpo en el frío suelo. La chica no podía convencerlo para que se levantara y él miraba para otro lado, extenuado y con toda su lengua fuera. Después de un rato disfrutando de la estimulante frialdad del pavimento se levantó y al cabo de 20 pasos volvió a la posición anterior. La gente que pasaba a su lado no podía reprimir la carcajada. Lo estuve observando durante varios metros y cada pocos pasos volvía a  la posición. Disfruté un montón con el perruco.
Ya por la tarde, otra anécdota alegró el momento. Tomábamos unos pinchos morunos   en la barra  del “Lobo”, los mejores que he comido jamás, cuando salieron cuatro pinchos para un matrimonio. El camarero les explicó que los dos de la derecha eran picantes y los otros dos no. El hombre quiso decir algo al camarero pero éste le tapó diciendo: “bueno, no, ésto es así”. Al acercar los pinchos a la mesa donde le esperaba la mujer empezaron a hablar sin comerlos. El camarero que miraba de frente les dijo: “y otros cuatro que están haciendo”. El hombre, ahora sí, pudo hablar: “pero es que nosotros sólo hemos pedido uno que pique y otro que no”. Empecé a reír hasta caérseme las las lágrimas.  Hay veces que, por el motivo que sea, algo te hace una gracia tremenda. Eso me pasó a mí en ese momento. Quiero pensar que fue una confusión del camarero,  es un cachondo, y les cobraría sólo dos pinchos, los que en realidad pidieron.

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