Aquella
mañana me despertaron los pelicanos que iban y venían a un peñasco cercano.
Había quedado con un lugareño para que nos llevara en su cayuco a una isla
cercana tan sólo habitada por una persona. A la hora concertada partimos hacía
la isla que se encontraba a escasas millas de Contadora. Nos daba la impresión
de ir en una de esas pateras que recalan en nuestras costas
mediterráneas procedentes de Marruecos.
A pesar de la inestabilidad de la embarcación, en poco más de una hora
llegamos a una isla poblada. Todos los niños del poblado salieron a recibirnos,
varios llevaban en sus manos medusas gigantes; las niñas grandes trenzas
recogidas con lacitos de colores. Nos hicimos fotos y caminamos por la calle
central hasta el colmado. donde tomamos unas cervezas enfriadas con grandes
trozos de hielo. En menos de una hora
llegamos a nuestra isla casi desierta. Aprovechamos para bañarnos en un mar de
color turquesa, luego paseamos por la parte más accesible de la isla. Tenía la
sensación de ser el único habitante allí, el único Robinson. Ya de vuelta,
pagué el precio acordado por el curioso viaje. Por la noche, después de cenar, estuvimos muchos
minutos persiguiendo la luz de las luciérnagas con una temperatura
espectacular. El día anterior había dado un paseo hasta la mansión de Christian
Dior espiado por centenares de iguanas .
Bañándome, con el agua a la altura de mis rodillas, un banco de peces “aterrizó”
en la arena de la playa. Cuando miré hacía atrás pude observar a menos de un
metro primero tres aletas y justo debajo de ellas sus respectivos tiburones.
Salí a toda velocidad del mar tras llevarme uno de los sustos de mi vida. Horas
más tarde pude avistar varias ballenas, a escasos cuatrocientos metros,
batiendo sus aletas y sumergiéndose continuamente. Mi jornada acabó en “Captain
Morgan” bebiendo algunos cubatas con un asturiano que llevaba varios años en
Isla Contadora. Estuvimos bailando hasta el amanecer olvidándonos durante ese
tiempo de donde veníamos, nos encontrábamos en el paraíso. El sol apareció inmenso en Punta Galeón ese
nuevo día de septiembre que me quedó marcado para siempre.
La lectura de un libro me ha trasladado a la época que me tocó vivir en tiempos del dictador Franco. Todo ha surgido cuando se describía, en un capitulo de la novela, un mantel de plástico decorado con el mapa de España de entonces. ¡Qué recuerdos! La geografía de España durante esos años era algo distinta a como es ahora. La actual Castilla y León estaba dividida es dos regiones; por un lado, Burgos, Soria, Segovia, Ávila,Valladolid y Palencia, acompañadas por las actuales autonomías de Cantabria y La Rioja (esta división se denominaba Castilla la Vieja), y por otro lado estaba León. Esta región la componían León, Zamora y Salamanca. Castilla la Nueva estaba formada por las provincias de Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y la actual Comunidad de Madrid. Murcia era Albacete y la provincia de Murcia. El País Vasco se denominaba Vascongadas. El resto de las comunidades autónomas tenían la misma distribución que en la actualidad. Recuerdo que contando 14 o 15 años teníamos, en mi i
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