Ayer
estuve viendo por la tele un programa de Jamie Oliver. Es uno de los mejores
cocineros de Londres y se hizo famoso internacionalmente gracias a un programa
de televisión. Yo lo descubrí, precisamente, en Canal Cocina, hace unos
años. Sus programas eran muy divertidos,
saliéndose siempre de las estructuras habituales. En ellos, cocinaba en su apartamento
londinense e invitaba a familiares, amigos y profesionales que se encontraba
por la calle. Su manera de cocinar también era curiosa. Recuerdo que me gustaba
mucho la sintonía del programa, estaba compuesta por su grupo musical "Scarlet Division", donde el
polifacético Jamie tocaba la batería. Las compras para realizar cada comida las
hacía con una moto scooter y siempre tenía productos de primera calidad.
En
el programa de ayer, creo que emitido por la cadena televisiva Viajar, visitaba
Nueva York. Se dirigió en el metro hasta
la finalización de la línea en un barrio plagado de asiáticos. Ciertamente se
trataba de un microcosmos dentro de la universal ciudad de los rascacielos. Se
veía como se introducía en las cocinas de los restaurantes y ayudaba (y
aprendía) a cocinar los platos más populares. Anteriormente, había visitado la
casa de un colombiano que, como tantos, llegó a Nueva York de ilegal pero que
gracias a una amnistía del gobierno norteamericano, tanto él como su familia se
habían convertido en legales. El colombiano trabajaba por las mañanas de
conductor de autobús escolar y por las tardes preparaba, junto a otros
familiares, comida para los vagabundos, casi todos latinoamericanos. Jamie
acompañó una noche al conductor-cocinero al distrito donde se agolpaban los
ilegales para degustar la única comida que hacían durante el día.
Tras
esos dos episodios, Jamie visitó uno de los llamados “the anti-restaurants”. Se
trata de casas particulares que, sobre todo, las noches de los viernes y
sábados, preparan un menú que publicitan en internet. Obviamente se trata de lugares
ilegales pero muy populares. Jamie llegó a un portal, llamó al timbre y dos
mujeres le dieron la bienvenida. Anteriormente se había puesto en contacto
telefónico (o por E-mail) para decirles que le reservaran mesa. Todos tienen
unas normas muy personales, pero la mayoría de esos lugares no cobran sino que
dejan en un lugar visible una especie de hucha para que cada uno de los
comensales introduzca allí su donación por la comida. El caso del anti
restaurante que visitó Jamie era diferente
ya que cada comensal tenía que llevar una botella de vino y pagar 45
dólares.
Finalizaba
el interesante programa con una especie de compendio de todo lo allí vivido por
Jamie. En el piso que compartía, preparó una cena y la publicitó por internet.
Pronto se pusieron en contacto con él las 8 personas que correspondían al aforo
del comedor. Preparó comida asiática que había practicado en aquel alejado
distrito y en los postres informó a los comensales que podían depositar lo que
consideraran oportuno. Lo recaudado iría destinado a la fundación que tenía el
colombiano para alimentar a los vagabundos.
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