
Por suerte me he jubilado y paso alrededor de cinco meses en Santander, las vistas a los Picos de Europa continuan, por tanto. Sin embargo, he perdido la vista al altollano castellano desde mi apartamento de Soria, una lástima, pero no se puede tener todo. La ventana al Mediterráneo sigue estando y la disfruto más a menudo que por entonces. Me hace ilusión encontrarme con estos escritos, tan antiguos ya, pero llenos de vida y de intensidad. Vuelvo a compartirlo.
Cuando vivía en Santander me gustaba, en la época invernal, abrir una ventana orientada al oeste y, si el tiempo lo permitía (era despejado), contemplar en todo su esplendor el macizo central de los Picos de Europa. Durante las navidades he pasado unos días con mi familia y he tenido la suerte, casi todos esos días, de poder divisarlos nuevamente. Es un espectáculo fascinante. Todos sus picachos cubiertos de espesa y blanca nieve. Al abandonar Cantabria, ascendiendo hacía Reinosa, los tres macizos de la cordillera cantábrica, rebosantes de esplendor y luminosidad, se despedían de mi mientras un puño presionaba el interior de mi pecho.
Desde los dieciocho años que marché a estudiar a Valladolid he permanecido fuera de mi tierra y, por tanto, estoy acostumbrado a tener que despedirme de mi familia. Después de unos días a su lado siempre queda ese pequeño resquicio de amor, llamémoslo así, que tarda en extinguirse.
En Soria, la vista que tengo desde mi salón abarca varios kilómetros. Y, aunque por delante hay algunas industrias, salvadas estas se divisa gran amplitud de terreno, incluidas las vías del tren y un viaducto por donde pasa. En invierno, cuando nieva (este año ha sido pródigo en ello), me gusta ver como la capa blanca va cubriéndolo todo. No es que se trate de una vista espectacular pero siempre es agradable comprobar que al lado de la ciudad sigue existiendo campo y buenas vistas.
Esas dos ventanas, una mirando a los Picos de Europa y otra dirigida al altozano castellano, forman parte de mis días. En los últimos años se ha incorporado otra nueva. Una ventana hacía el Mediterráneo. Esa es, con mucho, mi favorita. Allí pasó temporadas de asueto, fuera de rigores horarios, más abierto a la naturaleza y a la creatividad. Por un lado diviso el mar y por otro, por el oeste, la Sierra de Irta. Por ahí se pone el sol, el potente y colorista sol levantino que levanta mis pasiones.
Hoy he regresado al trabajo y me encuentro con esos pensamientos. La rutina no es mi debilidad. Quisiera retomar de nuevo esos días vacacionales y tan sólo puedo hacerlo con la imaginación. Siento que el tiempo pasa, que los ciclos se renuevan y que mi espíritu sigue siendo el mismo de siempre. Bienvenido a la rutina.
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