Cuando corría esta mañana por la playa en un día ¡por fin! despejado, recordaba los seis grados bajo cero que me despidieron al abandonar Soria el pasado sábado. Mientras lo hacía, con el rabillo del ojo, primero a mi derecha y luego a mi izquierda, observaba a varios cormoranes sumergiéndose largo rato en la profundidad del mar, a escasos diez metros de la playa, en busca de nutritivos peces que repararan el más que probable hambre acumulado en anteriores jornadas de mar alborotado. Una vez finalizada mi larga carrera, bañado en sudor y con veintidós grados de temperatura, me di el primer chapuzón del año. Fue un “entrar y salir”, nada de excusas. Debo apuntar que los dos o tres días anteriores la temperatura no pasó de seis u ocho grados de máxima –nunca había visto, ni padecido. nada igual en Peñíscola-, aunque imágenes televisivas de Soria, con diez centímetros de nieve, me desagraviaron de ese frío que no era, ni mucho menos, tan gélido.
Corriendo, tenía que salvar, trasladándome a mi izquierda primero, y luego a mi derecha –es lo que tiene el ir y volver- el largo deslizarse de las olas, que envolvían la arena de blanca espuma. A lo lejos, las pocas personas que paseaban cerca del mar, parecían sombras por la bruma creada por esa batida. Recordé, entonces, mis años jóvenes en Santander cuando me regalaron una tabla lisa y estrecha con la que me desplazaba en esa humedad que forma el discurrir de las olas al finalizar violentamente su recorrido en la arena. En esa época, regresaba a casa lleno de moratones circunstanciales que cubrían mis piernas, caderas, hombros… pero qué, de alguna manera, eran distinciones guerreras de salitre y arena dorada. Ahora, esos artilugios, esos ingenios ya casi ancestrales, han variado en la sofisticación, convirtiéndose en modernos “paipos” que prestan los mismos servicios. Cuando salí del agua, a unos doce grados, agradecí el sol y la temperatura exterior, secándome sin necesidad de toalla. Una vez en casa me vestí por si las moscas -uno ya tiene cierta edad y puede resfriarse-, me senté al sol a leer el último libro de Orhan Pamuk y bebí una burbujeante copa de Champagne fresquito escuchando el leve bullicio que producían las olas. El día, casi recién comenzado, prometía. Disfrutar de mi tiempo libre se convertía, nuevamente, en la alternativa necesaria a jornadas anteriores llenas de tensiones y ansiedades. Al igual que los cormoranes que satisfacían su hambre yo me vengaba de esos días ya olvidados en ese feliz instante.
Corriendo, tenía que salvar, trasladándome a mi izquierda primero, y luego a mi derecha –es lo que tiene el ir y volver- el largo deslizarse de las olas, que envolvían la arena de blanca espuma. A lo lejos, las pocas personas que paseaban cerca del mar, parecían sombras por la bruma creada por esa batida. Recordé, entonces, mis años jóvenes en Santander cuando me regalaron una tabla lisa y estrecha con la que me desplazaba en esa humedad que forma el discurrir de las olas al finalizar violentamente su recorrido en la arena. En esa época, regresaba a casa lleno de moratones circunstanciales que cubrían mis piernas, caderas, hombros… pero qué, de alguna manera, eran distinciones guerreras de salitre y arena dorada. Ahora, esos artilugios, esos ingenios ya casi ancestrales, han variado en la sofisticación, convirtiéndose en modernos “paipos” que prestan los mismos servicios. Cuando salí del agua, a unos doce grados, agradecí el sol y la temperatura exterior, secándome sin necesidad de toalla. Una vez en casa me vestí por si las moscas -uno ya tiene cierta edad y puede resfriarse-, me senté al sol a leer el último libro de Orhan Pamuk y bebí una burbujeante copa de Champagne fresquito escuchando el leve bullicio que producían las olas. El día, casi recién comenzado, prometía. Disfrutar de mi tiempo libre se convertía, nuevamente, en la alternativa necesaria a jornadas anteriores llenas de tensiones y ansiedades. Al igual que los cormoranes que satisfacían su hambre yo me vengaba de esos días ya olvidados en ese feliz instante.
2 comentarios:
Desde luego que el comienzo de día suena bien y promete. Bonito relato. Espero que el resto fuera igual; Disfruta esos días de asueto.
Abrazos.
Jesús.
Luis vengo hasta tu blog para agradecerte tu comentario.Me has comparado con alguien muy grande y es un gran honor.Me alegro saludarte de nuevo.
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