Caballos pastando bajo la lluvia en el Seminario de Corbán
Hacia muchos años que no estaba en Santander por Santiago. Ahora han introducido nueva terminología en las fiestas de toda la vida de la ciudad. Se llama, copiando a los vecinos del este, “Semana Grande”, proliferan las peñas, que tampoco existían cuando yo era más joven y el pregón se hace llamar “chupinazo”, igual que en Pamplona. Poca personalidad, como puede apreciarse. El domingo por la tarde nos acercamos al Sardinero y aunque faltaban cuatro horas para los fuegos artificiales en la segunda playa tuve que aparcar en la avenida de los Castros, a algo más un kilómetro de los campos de Sport. Cuando finalizaron los fuegos, a eso de las once y media de la noche, se formó tal atasco que tardamos tres cuartos de hora en llegar a Corbán. Ya el viernes pude percatarme del embotellamiento universal de Cantabria. En la autopista, entre Los Corrales de Buelna y Torrelavega, había otro atasco que me retuvo, dirección Santander, más de una hora. El día anterior, todavía en Soria, trataba de convencer a mi amigo Vicente (va a Cantabria con frecuencia ya que tiene un hermano en Suances) para que viajara a mi tierra y quedar para comer, pero él estaba obstinado en la idea de que iba a llover. Al despedirme le dije: me acordaré de ti cuando esté en la playita dándome un baño.
Volviendo a las fiestas, el domingo a las ocho y cuarto estábamos bien situados en una de las casetas que ofrecen comida y bebida a turistas y residentes, concretamente en la de la Casa de Aragón. Luego visitamos la de Galicia, dando buena cuenta del pulpo y los pimientos de Padrón (curiosamente todos sin picar) . Visitamos las atracciones de las ferias, alucinando con algunas por su extenuante meneo. Finalizamos la visita en la atracción que más ha gustado siempre a mi familia: la del vino dulce de Aragón con su barquillo.
Antes de los fuegos, quisimos tomar un café pero fue tarea imposible, en todas las cafeterías (Cormorán incluido) habían desenchufado las cafeteras. Creyendo que en el Chiqui nos aseguraríamos un trago caliente nos pusimos en camino y aprovechando el lugar veríamos desde allí los fuegos. Tiene dos cafeterías, en una había un colapso total y, además, estaba atendida por una sola camarera. En la otra, sólo daban bebidas a base de combinados y cócteles. Nuestro gozo en un pozo. Nos conformamos con un helado de las furgonetas de “La Polar ”.
El lunes salí algo más tarde de lo habitual con dirección a Soria para evitar el intenso tráfico. Nada más entrar en la autopista hacía Torrelavega me esperaba “tremendo atasco” que me acompañó hasta cerca de Aguilar de Campoo. Juré no volver a Santander en el puente de Santiago. Al día siguiente, mi amigo Vicente me esperaba para preguntarme por el tiempo. Le contesté que había acertado de lleno con no ir. Al mal tiempo, lloviendo domingo y lunes, se había añadido el intenso tráfico, haciendo infernal la ida y el regreso. Una sonrisa vencedora apareció en el semblante de mi amigo mientras me dirigía a tomar una sauna y un jacuzzi para relajarme de lo que había sido un intenso fin de semana.
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