El otro día, ojeando fotos de una amiga que ha
estado recientemente en Cuba, recordaba una jornada especial que pasé en la
zona oriental de la isla, concretamente en la antigua provincia denominada
Oriente y que con la revolución se dividió en dos o tres provincias, no
recuerdo bien. Estábamos alojados en el hotel más alto de Santiago, en una
habitación con unas vistas espectaculares. En la calle siempre había paisanos
esperando a los turistas. Pretendíamos visitar el pueblo del padre de mi
acompañante, hijo de emigrantes
españoles y que a sus 18 años regresó, junto con sus padres y hermano, a su
tierra de procedencia. Durante dos días estuve intentando negociar con dos
chicos jóvenes el alquiler de uno de esos carros americanos de los años 50, con
conductor, para desplazarnos los 150 kilómetros que separaban Santiago del
pueblo de los ingenios. No llegué a ningún acuerdo, incluso perdí 30
dólares, decidiendo alquilar un coche
sin conductor por nuestra cuenta. Recorrimos, hasta Las Tunas, decenas de kilómetros
por la carretera que recorre la isla, de este a oeste, y luego nos desviamos
por carreteras comarcales hasta llegar a Puerto Padre. Tardamos más de lo
previsto debido a los profundos baches y a que teníamos que preguntar, cada dos
por tres, por donde se iba. Un militar con graduación nos hizo dedo pero cuando
paramos al comprobar que el coche tenía placas turísticas decidió no subir.
Cuando vimos Puerto Padre no podíamos creerlo. El espectáculo visual era
maravilloso. Una bahía natural sólo abierta por el norte, como si se tratara de
una herradura . Aparcamos y paseamos por su calle principal repleta de
edificios de evocación española. Cuando íbamos a entrar al único bar que vimos,
estábamos extenuados y con hambre después de tan pesado viaje, un chico de
nuestra edad nos preguntó si éramos italianos. Le contestamos que éramos
españoles y que buscábamos el
cementerio. Nos cambio dólares por pesos en una tienda y tomamos café.
Charlamos sobre nosotros y nos invitó a acompañarle a San Manuel, a escasos
kilómetros de allí, para que conociéramos a una amiga suya que tenía un tío
español. El chico había estudiado derecho y nos dio buena sensación así que
decidimos acompañarle. Una vez en San
Manuel alucinamos con las casas construidas en madera, parecía que estábamos en
una película del siglo anterior. Entramos a la casa de su amiga, Mayra, nos
presentamos y brindamos con un ron exquisito. Con el dinero que habíamos
cambiado compraron cerdo y cervezas mientras diluviaba y el agua entraba por
varios lugares de la casa. Ellos se quedaron en ropa interior y aprovecharon
para ducharse en la calle. En nuestras mochilas teníamos alguno de esos geles
de hotel y se lo dimos. Se convirtió en una fiesta su ducha. Hacía meses que no
se duchaban con jabón por falta de
existencias. Luego fuimos a ver a su tío, el único español que quedaba en el pueblo. Era gallego,
claro, pero su acento claramente cubano. Llevaba allí más de 60 años. Por
supuesto nos presentaron a toda su familia, llegaban de todos los puntos del
pueblo a conocernos. Fuera había fiesta, un grupo de negros tocaban y bailaban
ese tipo de música tan ancestral que se conserva en la isla. En un momento
dado, por la megafonía sonó el himno cubano y todos formaron con aire militar
mientras cantaban juntos. Bebimos más ron e intercambiamos información sobre la
sociedad de consumo de la que proveníamos. Al anochecer salimos de allí para
retornar a Santiago. Nos costó salir a la carretera central, teníamos que
preguntar, cada 500 metros, en cualquier casa en la que veíamos luz, la ruta a
seguir. En Las Tunas comenzó a llover, iba detrás de un camión repleto de
militares. En un frenazo, mi coche comenzó a dar vueltas sobre si mismo.
Conseguí dominarlo y estacionar al otro lado de la carretera en dirección
contraria. Cuando por fin lo dominé, un grupo de transeúntes empezaron a
aplaudir. Estaba seguro que había golpeado al vehículo de los militares, se habrían salido de la carretera propiciando
un terrible accidente, pasaría, por tanto, el resto de mi vida en cárceles
cubanas. Salí disparado del coche y empecé a correr en la dirección del
vehículo militar. A unos 300 metros estaba aparcado, con diez o doce militares
fuera del vehículo y mirando en mi dirección. Me explicaron que no les había
tocado y que era un conductor magistral. Abracé a todos ellos, uno por uno, y respiré
profundamente mientras me secaba el sudor . El resto del viaje lo hice
tranquilo llegando al hotel a las 12 de la noche. Subimos al último piso, donde
siempre a esa hora había música de jazz en directo, dispuestos a bebernos un
cubo de mojito. El maître, un negro espigado con carné del partido, nos
reconoció y le explicamos lo sucedido. Se perdió en la cocina que ya estaba
cerrada y nos sacó comida que devoramos en escasos minutos. Nos invitó y
brindamos por que la salud y la suerte siguiera acompañándonos.
lunes, 30 de abril de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
LA TIÑOSA
Anoche,
no sé por qué, vi una botella de 5 litros de aceite casi acabada y decidí echar
su contenido en una botella destinada al uso diario. Cuando vertí las últimas
gotas, recordé, una vez más, a mi
querida abuela (sólo he tenido una). Era vecina de Luisa, a quien mi
abuela apodaba “la tiñosa”. Algunas
tardes le acompañé a visitar a Luisa. Tenía una casa austera, la más austera
que he conocido, pero, claro, eran personas que venían de la posguerra, aquella
posguerra cruel que casi habíamos olvidado y que ahora recordamos de nuevo con
el recorte de libertades con el que nos
atosigan los denominados “populares” .
Un compañero de trabajo me dice últimamente: volveremos a otra guerra civil como sigan así “sus majestades”
Soraya, Mariano y cia. Aunque, casi imposible,
nada sería de extrañar en nuestro país, pero de lo que sí estoy seguro es que
no dispararía un tiro contra nadie. De seguir a peor (esa es la tónica del
día a día) atravesaría los mares en busca de sosiego. Siguen existiendo paraísos perdidos, conozco
más de uno, por suerte. Allí me exiliaría.
Disculpen,
me he ido por la rama más artificial, la política. Sigo. Mi abuela -hermana de
un capitán anarquista en tiempos de aquella guerra que las izquierdas europeas
llamaron romántica- denominaba al hecho de verter los últimos restos de cualquier
liquido en un recipiente: ESCULLIR, algo así como resbalar. Pues bien, cuando
Luisa acababa una botella de aceite la dejaba reposar durante toda la noche, boca abajo, hasta
escullir la última gota en la sartén. Algunas veces coincidí cuando se estaba
realizando la operación y mi abuela carraspeaba indicándome la situación.
Recuerdo muchas cosas de aquella época tan
especial. Tendría entonces 11 años y algunos sábados y domingos acompañaba al
Monte de Corbán, toda una selva para un niño de mi edad, a un vecino que
entonces tendría 18, mayor de edad por tanto. Me enseñó cuevas que se
comunicaban con salidas a diferentes zonas del seminario allí ubicado, vivía
una aventura diaria con José que me llamaba “Titi” (nunca he sabido el porqué,
aunque quiero imaginar que era como una especie de “monuco” que trepaba por
donde fuera, entonces). Curiosamente, así me llaman ahora cariñosamente mis
sobrinos. Aprovechábamos para jugar al
fútbol cuando no estaban por allí los seminaristas, otras veces al frontón y
alguna que otra, cuando habían dejado colocado todo lo relativo al salto de
altura, nos lanzábamos para aterrizar contra las gruesas colchonetas de un azul
ya desgastado. José me enseñó a saltar al estilo Fosbury, hacía atrás. Más
tarde, en el instituto, hice grandes saltos pero el profesor de “gimnasia”, un
inepto total con el carné del movimiento, no lo consideraba reglamentario.
Siempre
tengo presente a mi abuela, a ella le debo casi todo lo que soy, y, sin embargo
entonces, no valoraba lo suficiente los esfuerzos de todo tipo que realizaba.
Una gran señora, sin duda. La Tiñosa, la señora Ceferina, la negra (madre de
José), Candy, la rubiuca y otras cuantas mujeres más formaban el pequeño
mundo de mi abuela que fue mío también y
lo seguirá siendo mientras mantenga el uso de la razón. Y mientras lo mantenga nunca dejaré de estar
agradecido a la señora Carmen, mi abuela.
viernes, 20 de abril de 2012
BATIENDO RÉCORDS
"Escritos en la cresta de la ola" comenzó a publicarse el 27 de noviembre de 2007. Por vez primera, el 29 de septiembre de 2010, pasó de 300 visitas en una jornada. Pues bien, ayer y el día 17 de este mismo mes, ex-aequo, se batieron todos los récords de visitas, al coincidir ambas fechas en 361 entradas.
Hace poco más de dos meses me pasó por la cabeza cerrar el blog y, sin embargo ahora, gracias a vuestras visitas, deseo seguir mostrando el lado más personal y humano en mis entradas.
De nuevo, muchas gracias amigos. A vuestra entera disposición.
jueves, 19 de abril de 2012
BORIS. SALA BERLÍN. ZAMORA
Mentiría
si dijera que Boris no es un tipo peculiar. Cuando lo ves por primera
vez puede darte una impresión diferente a la que realmente es. Puede
parecerte duro por su empaque, y, sin embargo, cuando lo conoces un
poco (mi caso) es un bonachón, un personaje que parece sacado de los
dibujos de Disney, un niño grande.
En
los momentos que he visitado, generalmente en solitario, su casa:
SALA BERLÍN, siempre ha tenido la deferencia de estar a mi lado,
comentar intimidades, intercambiar opiniones sobre las últimas
publicaciones musicales... y se agradece, claro que se agradece... y
mucho. Pero Boris es así, su bandera son los suyos, por su manera
de ser y cultivar lo esencial tiene muchos y buenos amigos, sin duda
su mejor fortuna. Cuando cultivas, cosechas. Hoy nos hemos levantado
con una buena noticia (no todas van a ser malas, no nos pongamos
pesimistas) Sala Berlín ha sido reconocido por los oyentes de Radio
3, la única radio a nivel nacional que se preocupa de la buena
música, como uno de los mejores locales de España de música en
directo. Elena, parte de “su otra familia”,
esa fortuna que comentaba más arriba en el texto, escribía en una
red social “que es un
justo reconocimiento para alguien tan enorme
que es capaz de apostar por sus sueños”. Uno de los mayores
conocedores de la música contemporánea, Julio Ruíz, amigo que
compartimos Boris y yo, siempre que puede, en su programa Disco
Grande, cuenta maravillas de este hombre que hace grande a su ciudad.
Todos los conciertos programados en su local y muchos otros
institucionales que se han organizado en Zamora se han realizado con
su apoyo, gracias a él el público zamorano ha podido apreciar el
arte de entidades musicales tan importantes, nacional e
internacionalmente, como: Maga, Cat People, Barzin, Matt Elliot, Nacho
Vega, Norton, Coppini, Tachenko, Anni B Sweet, Setting Sun,
Glutamato, Paul Zinnard, Gary Levitt, Enma Pollock, Josephine Foster,
Balmorhea, Sunday Drivers... y todo gracias a un trabajo que él
tilda de duro e ingrato. Los zamoranos han sabido aprovecharse de
Boris, dentro de unas décadas nos acordaremos de todo lo bueno que
pudimos ver y escuchar con tan poco esfuerzo, pero claro, el trabajo
incómodo, el que no vemos, el que aporta malestar en muchos casos, lo
hizo prácticamente en solitario y ahora que ha tirado la toalla, por
culpa de la incomprensión, es fácil decirle: ánimo Boris, estamos
contigo.
Sin
lugar a dudas, este tipo de reconocimientos, que como él dice,
desgraciadamente siempre vienen de fuera, sirven para que nos demos
cuenta de la suerte que tenemos de contar con un currante de lujo a
nuestro lado. Los abrazos, los falsos apoyos, los agradecimientos no
hay que darlos ahora, no son necesarios. Los apoyos hay que darlos en
los malos momentos, cuando más falta hacen, y esos, los importantes,
tan sólo han sido dispensados por los que de verdad están a su
lado.
Enhorabuena,
Boris y gracias por todos esos momentos.
martes, 17 de abril de 2012
A MI ADMIRADO JAVIER MARÍAS.
El
pasado domingo, Javier Marías escribía en LA ZONA FANTASMA, su
columna de “El País Semanal”, sobre la ciudad de Soria, lugar
en el que resido desde hace más de treinta y tres años.
El
padre de Javier, Julián, filósofo y ensayista vallisoletano,
discípulo de Ortega y Gasset, encarcelado y represaliado por ser
republicano, era un enamorado de la ciudad castellana, pasando con su
familia muchos veranos en Soria disfrutando de su clima y
tranquilidad. Según la biografía oficial de Javier Marías, el
amigo soriano de su familia, Heliodoro Carpintero, fue quien, en
parte, le enseñó a escribir. Por lo visto, Javier lo hacía de
derecha a izquierda y Heliodoro corrigió su defecto. Pues bien, hace
doce años y tras más de veinte de no pisarla, decidió alquilar el
piso de Heliodoro (ya fallecido), situado al comienzo del Paseo del
Espolón, pasando allí temporadas y escribiendo parcialmente sus
últimas cuatro novelas.
En
su artículo carga tintas contra lo que ha sido el último lustro en
Soria, vivido en propia carne, coincidiendo con la alcaldía de
Carlos Martínez del PSOE. Básicamente, detalla lo ruidosa que se ha
convertido una ciudad que, si bien antes era un lugar singular,
decoroso y digno; una ciudad austera, tranquila y fría, ahora con su
"valencianización" es un sitio vulgar como cualquier otro.
Escribe sobre las largas y bulliciosas fiestas, las monótonas
charangas, las carpas con sonidos estridentes, el mercado medieval y
su excesiva duración, los ruidos que producen los dulzaineros, los
ensayos de tambores y trompetas en Semana Santa, los bares y terrazas
con música a tope y sin respetar horarios, los botellones en el
parque de la Dehesa, el trenecito, el sistema de recogida de hojas a
mil decibelios, el estrépito que produce en el suelo el juego de la
tanguilla y, ahora, para más “inri”, la construcción de la
disparatada obra del aparcamiento, justo al lado del parque. Para
compensar, supongo, también arremete contra la poca importancia que
dan las actuales autoridades a los poetas.
Todo
ello para despedirse de Soria. ¡Aquí no hay quien viva! Su refugio
soriano se ha convertido, por todo lo explicado y algo más, en un
asedio, obligándole, con todo el dolor de su corazón, a abandonar
la ciudad y su alquilado piso.
Como
ustedes supondrán el tema ha calado hondo en la población soriana.
La polémica ha surgido en las redes sociales y en distintos foros de
Internet. Incluso, personalmente, he intervenido en Facebook dando mi
opinión al respecto. Muchas personas, de dentro y fuera de Soria,
han plasmado sus puntos de vista. Para muchos, con esas valoraciones
de Javier, se pierde un lugar idílico. Otros, sin embargo, defienden
sus costumbres. Muchos otros cuestionan la necesidad del nuevo
aparcamiento subterráneo. Hay opiniones para todos los gustos.
Para
mí, Javier Marías es uno de los autores literarios nacionales más
importante de los últimos años. He leído casi todos sus libros y
he aprendido mucho de él. Hasta hace poco más de un año era, junto
a Manuel Vicent, uno de mis columnistas favoritos de la prensa
española, sin embargo, no sé sí por mi culpa (todos vamos
cambiando con el paso del tiempo) o por su manera de escribir tan
cáustica y mordaz, me ha cansado. Ayer, comentando con un amigo su
columna titulada "Cuando una ciudad se pierde", hablábamos
que con los años nos hacemos raros, es inevitable. Aunque, desde mi
punto de vista, respetando todas las opiniones e intereses en
relación a su artículo, tengo que aportar algunas cosas.
Soria
se diferencia poco de otras ciudades del panorama nacional. Somos un
país ruidoso, poco respetuoso con los demás y bastante sucio. Todo
se produce por nuestra educación. Cuando viajo a otros países
situados más al norte que el nuestro en el continente lo constato. A
diferencia nuestra se respetan los horarios, nadie está gritando por
la calle a deshora, no alborotan, son mucho más limpios… Sin
embargo aquí, los centros de las ciudades son lugares, sobre todo
los fines de semana, donde es imposible descansar. Cuando estoy en
Zamora vivo (igual que hacía Marías en Soria) en el centro y
durante toda la noche pasa gente gritando, coches con la música a
tope, motos que rompen la barrera del sonido, camiones de recogida de
basura que hacen un ruido bestial… Creo que lo que pasa en Soria o
en Zamora los fines de semana puede trasladarse a cualquier otro
municipio. Sin embargo en Soria, en las ciudades pequeñas, como pasa
en Gran Hermano, todo se magnifica. El hecho de vivir en el centro
trae esas desagradables consecuencias, independientemente de la falta
de civismo que por desgracia acompaña a la mayoría de los
ciudadanos. Otro autor literario de prestigio también pasa periodos
en Soria, en este caso en la provincia. Se trata de Fernando Sanchéz
Dragó. Él no vive en el centro de ninguna ruidosa ciudad, vive en
un pueblecito de muy pocos habitantes. Tiene varias casas. En una ha
aparcado su inmensa biblioteca personal, en otra vive… nunca lo he
oído quejarse del ruido.
Estoy
de acuerdo con varias de las cosas que apunta en su artículo Javier.
El aparcamiento subterráneo costará un dinero importante a las
arcas municipales, las obras volverán locos a los vecinos durante
unos años, sin lugar a dudas pasará factura a las especies
naturales que allí habitan desde hace décadas… y, además, me
parece innecesario. El trenecito, ruidoso para muchos vecinos de la
ciudad, debería reservarse a épocas estivales y puentes diversos.
Habría que controlar con mayor intensidad el horario de las terrazas
de los bares, habría que respetar el alto volumen (también el
horario) de los altavoces en las verbenas e intentar perturbar lo
menos posible el sueño de los ciudadanos. Siempre me pareció una
barbaridad asfaltar la Dehesa.
No
me parece correcto aplicar toda la problemática que explica en los
últimos cinco años. Considero que, a excepción de la construcción
del parking, "la escandalera" a la que se refiere, se viene
dando, por desgracia, desde hace algunos años más que el último
lustro coincidente con la alcaldía del PSOE.
Lamento
que el señor Marías nos abandone pero entiendo su actitud. Él
puede decidir su nuevo refugio cuando, desgraciadamente, muchos
ciudadanos no tienen ni donde caerse muertos. Seguiré leyendo sus
libros, seguiré recomendando a otras personas los que considere
interesantes, al igual que él hacía con nuestra ciudad para que los
forasteros la visitaran, y, sobre todo, desearé que todo ello sirva
para que escriba cosas más bellas y deje de ser el cascarrabias que
acompaña sus últimos textos. Salud y suerte para cumplir, Javier.
En Soria siempre le recordaremos, no le quepa la menor duda.
lunes, 16 de abril de 2012
IMPRESIONES DESCAFEINADAS
Dos
niñas muy rubias llamaron mi atención. Desde lo alto no distinguía
si eran gemelas o una de ellas era poco mayor que su hermana. Aparté
el libro que leía, posé las gafas en la mesa y seguí
observándolas. Era una estampa peculiar. Recorrían una plataforma
de madera tropical con dos triciclos iguales. Una manejaba mejor su
vehículo. Ambas vestían el mismo uniforme rosa. Tendrían cuatro y
cinco años, respectivamente. Siempre quise tener una o dos hijas, no
me digan la razón pero por lo que sea me gustan más las niñas que
los niños. Por desgracia se me pasó el tiempo de procrear y, ahora,
de vez en cuando, echo de menos haberlas tenido, lo digo en femenino
como si pudieran elegirse los hijos y las hijas. Por eso, cuando veo
dos hermosas niñas rubias, como las que contemplaba ayer, disfruto
una barbaridad con sus movimientos, sus piruetas, su manera siempre
ociosa y carente de sensación de peligro, de disfrutar la vida.
Normalmente,
fuera de temporada, donde vivo en Peñíscola, se ven pocos niños.
Sin embargo, estos días, de vacaciones en varias comunidades
autónomas, está plagado de ellos. Incluso en mi urbanización,
muchas madres que no trabajan se han quedado toda la semana con sus
pequeños. Algunos padres se fueron el domingo por la tarde y
regresarán el viernes a última hora para recogerlos y regresar a su
localidad de procedencia. Tengo un vecino, de 7 u 8 años, que
también se encuentra disfrutando aquí sus vacaciones. Yo le llamo,
sin que lo sepa, Mowgly, como el niño de la selva. Es idéntico a
él. Todos los días se acerca a la playa dos veces,
disciplinadamente, a entrenar a fútbol. Lo hace con sus padres, uno
de ellos se pone de portero mientras él lanza con fuerza el balón a
la portería. El otro adulto, indistintamente, se coloca detrás de
la portería para recoger los balones que van fuera. Así se pasan
dos horas por la mañana y otras dos por la tarde. Hace unos minutos
he hablado con él, es un gran futbolista para la edad que tiene, le
han hecho pruebas los "ojeadores" del Real Madrid y de la
Real Sociedad. Lo he visto jugar alguna vez y, para su edad, es
magnifico. El típico creador de jugadas, el cerebrito que pasa el
balón perfectamente a su compañero desmarcado. Le he preguntado
cómo le va y me ha dicho que hace unas semanas estuvo jugando con su
equipo un torneo en San Sebastián pero sin buenos resultados.
El
sábado o domingo los niños volverán a irse y todo quedará un
poquito más triste. Yo también me iré de vuelta al trabajo.
Durante los primeros días continuaré, como hago siempre, recordando
éste mismo sonido que ahora escucho del mar algo más alterado que
en días anteriores. Recordaré la luz, una luz que me tiene tan
enganchado: blanca, uniforme, intensa. Mientras escuche los sonidos
envolventes de Teddy Edwards y Houston Person daré vueltas a la poco
probable idea de dar a luz un proyecto que me pilla algo mayor.
Reconvertir, junto a dos amigos de aquí, de Castellón, un lugar a
las afueras de Peñíscola, en algo con la magia de un sello de
prestigio en lo que a restauración se refiere. Me dan todas las
facilidades para hacerlo: capital, diseño y equipo profesional de
garantía, pero… considero mi edad un inconveniente. Nos hacemos
viejos sin apenas darnos cuenta, pensamos ya casi en la prejubilación
y, repentinamente, te ofrecen una opción de futuro que, sin lugar a
dudas, rejuvenecería mi percepción de la vida.
Hablo
de niños, de opciones con responsabilidad, de presente y de futuro,
mientras vigilo las olas del mar y un atardecer que va a ser menos
luminoso de lo habitual. Cuando esté con ustedes, compartiendo mis
impresiones en el blog, significará que todo esto que ahora vivo
será pasado. El presente, el pasado y el futuro están mucho más
cerca de lo que pensamos. El tiempo pasa inexorable, casi sin
darnos cuenta.
domingo, 15 de abril de 2012
JAVIER MARÍAS Y SORIA- 2
Ya había publicado en "Escritos en la Cresta de una Ola" una columna de Javier relacionada con Soria http://asfoso.blogspot.com.es/2007/08/javier-maras-y-soria.html.
Hoy, en el País Semanal, Marías vuelve al ataque en su columna "La zona fantasma".
CUANDO UNA CIUDAD SE PIERDE
No es presunción, pero me consta que algunas personas han visitado la ciudad de Soria en los últimos años por las numerosas veces en que la he mencionado con afecto y elogio. A esas personas les debo una explicación, si se han pasado por allí recientemente, y una advertencia a quienes aún tengan pensado acercarse por causa de mis recomendaciones. Tanto apego sentía yo por Soria -lugar de muchos veraneos de infancia- que hace doce años, y tras más de veinte de no pisarla, alquilé el que había sido el piso del gran amigo de mi familia Don Heliodoro Carpintero, quien además, en parte, me enseñó a leer y escribir. Durante este periodo he pasado temporadas en primavera, verano, otoño y en el crudo invierno, y en esa casa, con vistas al precioso parque conocido como la Dehesa, he escrito parcialmente mis últimas cuatro novelas. Ha sido un refugio en todos los sentidos del término… hasta que se ha convertido en lo contrario -un asedio- y me he visto obligado a abandonar la ciudad y ese piso. El último lustro en Soria ha sido insoportable, y casualmente ha coincidido con el reinado, como alcalde, de Carlos Martínez Mínguez, del PSOE -se lo pudo ver a menudo hace unos meses como escudero de Carme Chacón-.
La ciudad ha celebrado siempre unas fiestas largas, de una semana, los sanjuanes, consistentes sobre todo en la murga non-stop (día y noche) que las llamadas “peñas” endilgan a los habitantes con unas monótonas charangas. Bien, uno evitaba aparecer por allí en las fechas correspondientes. Pero en estos últimos cinco años parece que los sanjuanes duren las cuatro estaciones. El pasado otoño la cosa fue notable. Vinieron las fiestas de San Saturio (patrón local), que solían ocupar dos o tres días y ahora se alargan casi siete, y se erigió una carpa estridente en la Plaza Mayor, tan alta como el Ayuntamiento; luego, el puente del Pilar se festejó otra semana, con la ciudad invadida por un “mercado medieval” (ya saben, venta de chucherías y de alimentos incontrolados, de salubridad dudosa). El 22 de octubre, que ya no era nada, fue un buen ejemplo de lo que sucede: a lo largo de once horas -once-, grupos de “dulzaineros” o “gaiteros” atronaron el lugar sin descanso, mientras parte de la ciudadanía disputaba algo semejante a una carrera sin pies ni cabeza y otra parte saltaba sobre colchonetas en una plaza muy céntrica, todo ello acompañado de música y “ánimos” estruendosos por altavoces. Era como si la ciudad hubiera enloquecido. Lo malo es que esa es la tónica general. Teatros de autómatas tocando salsa ocho horas diarias en verano; desde febrero, ensayos de tambores y trompetas para la Semana Santa (qué diablos tendrán que ensayar, si es lo mismo desde hace siglos); bares y terrazas proliferantes, sin control alguno, con la música a tope y sin respetar los horarios (si el dueño del que padece uno cerca es además un malasangre, imagínense la tortura); mastuerzos a grito pelado de madrugada, sin que la policía municipal nunca se inmute; conciertos y actuaciones cada dos por tres en pleno centro, bafles hasta las tantas; botellones en el delicado parque, que queda arrasado; un “trenecito” turístico que recorre la ciudad metiendo más ruido que otra cosa; un sistema de recogida de hojas a mil decibelios… El Ayuntamiento, en vista de que los ociosos juegan sin cesar a la tanguilla en la Dehesa, sustituyó el suelo de tierra o grava por uno de asfalto, gracias a lo cual el estrépito es continuo: clink, clank, clonk, vuelve loco al más cuerdo. Por no hablar de las procesiones, de las que pocas poblaciones se libran en este Estado nacional-católico en el que seguimos viviendo. (Añadan a unas caseras infragaldosianas, esto a título particular mío.)
Por si no bastara todo esto, acaba de comenzar una disparatada y descomunal obra justo al lado del parque (que sin duda se verá muy dañado), para construir un superfluo aparcamiento subterráneo. Existe ya uno a unos centenares de metros, que está siempre medio vacío. La obra del nuevo e inútil (útil sólo para destruir) se prevé que dure dos años, así que échele tres, por lo menos, de zanjas, vallas, perforadoras, tuneladoras, lodo, polvo y árboles muertos. Como para pasear por allí, sin duda. Los sorianos son muy dueños de tener la ciudad que quieran, faltaría más, y a buen seguro están contentos con su alcalde, pues lo reeligieron hace menos de un año. Ahora bien, si antes Soria era un lugar singular, decoroso y digno y con enorme encanto, ahora –cómo decirlo- con su “valencianización” permanente, se ha convertido en un sitio vulgar, como cualquier otro. De la de Machado y Bécquer no queda nada, y maldito lo que estos dos poetas les importan a las actuales autoridades. La transformación es sintomática de lo que es hoy España: si una localidad pequeña, castellana, austera, tranquila y fría se ha convertido en un espacio ruidoso, impersonal y festero (no sé de dónde sale el dinero para tantos “entretenimientos” municipales), da escalofrío imaginar lo que serán otras de mejor clima y costeras. Dejo allí buenos amigos (Ángel, Sol y Alejandra; Enrique y Mercedes; Fortunato y Lourdes y Álvaro; César, y Jesús y Ana; Emilio Ruiz, que murió justo cuando me despedía). Seguiré animando de lejos al equipo de fútbol, el Numancia; los buenos recuerdos de hoy y de antaño prevalecerán sobre los malos recientes, seguro. Pero, así como los sorianos son libres de cargarse su ciudad (desde mi punto de vista), yo lo soy de largarme, aunque con mucha pena. Un adiós significativo.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 15 de abril de 2012
martes, 3 de abril de 2012
UNA DE RABAS!!!!!!!!!!!!!!
Me encontraba en "The
Taste Corner", creo que es así su nombre tan british, cuando
comencé a hablar por teléfono en relación a mi nuevo Mac. Al
mismo tiempo, comía una de las casi cien diferentes especialidades
modelo "chapata", con nombres en castellano. Me sentía
tan emocionado con mi nuevo Mac que no me daba cuenta que las mesas
de mi alrededor estaban también ocupadas. Preguntaba a mi
interlocutora dónde podría recoger mi Office y cómo podía acceder
al DriveBox. Hablaba de iTunes, iPhoto y de aspectos relacionados con
el mundo Apple, también de enviar un e-mail por hotmail o gmail y
otros múltiples "palabros" de la lengua de Shakespeare. Hubo un
momento que miré a mi alrededor y muchos de los comensales cercanos,
que también devoraban sus chapatas, me observaban impresionados.
Parecía todo un hombre de negocios de Wall Street aunque con un
acento inglés que dejaba mucho que desear. Tal vez, mis paisanos
reunidos ese sábado por la mañana en "The Taste Corner"
para devorar “minichapatas”, hablaban perfectamente el idioma
informático por antonomasia y les chocaba mi acento españolizado.
Es increíble cómo, en un periodo no demasiado largo, el lenguaje de
la informática nos ha atrapado. Cuando colgué, acabando así mi
conversación, seguí leyendo el Diario Montañés con la intención
de absorber lo que pasaba en mi tierra, de nuevo ajeno a los
otros comensales y volviendo a la realidad escrita en nuestro rico
idioma. Me asomé a uno de los ventanales del centro comercial, para,
en ese día tan soleado, disfrutar con el paisaje que tan poco contemplaba últimamente. El aeropuerto con muy pocos aviones y algunas
avionetas, la bahía al fondo y a su izquierda numerosos edificios
construidos de manera más bien anárquica. Olvidé todos los datos y
aplicaciones que nos tienen atados al mundo moderno, dirigiéndome a
una taberna de toda la vida situada en Adarzo. Una vez
dentro saludé a la dueña y escuché a mi alrededor los mismos
acentos que acompañaron mi infancia. A su vez, otro de mis
sentidos favoritos quedó atrapado por unas rabas
excelentemente rebozadas y medio vermú de solera . Mi Mac, y todo su
universo, podía esperar. Mejor que no se sintiera tan importante
como lo era yo en aquel momento.
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