Me gusta mucho la
columna de opinión que de vez en cuando publica “El País” los domingos, escrita
por mi profesor de psicología Gustavo. Siempre habla de historias reales,
contextos mundanos con esa cadencia de cuento infantil. El pasado domingo escribió sobre las
peculiaridades de la publicación de su primer libro y un par de anécdotas muy
divertidas. Su editorial le invitó a firmar libros en la
Feria de Madrid y, tan sólo, firmó dos, ya estaba advertido, era un auténtico
desconocido. Por allí, por su caseta, pasó uno de sus escritores favoritos,
Mario Vargas Llosa, y ni siquiera ojeó su libro. Sin embargo, y a pesar de ser
un desconocido, al día siguiente presentó su libro en la FNAC encontrándose
lleno el salón de actos. Habló sobre su libro (ya le hubiese gustado a Paco
Umbral) pero comprobó que la audiencia no mostraba el más mínimo interés.
Cuando acabó su alocución le informaron que todo ese público se había
congregado allí para coger sitio, con tiempo, y así poder ver de cerca al
director y a alguno de los personajes de una nueva película que se presentaba
en ese mismo lugar cuando acabará la presentación Gustavo.
En su columna habló, de
nuevo, de los niños y yo volví a comprobar que sigo llevando un niño en mi
interior. Decía que el niño quiere vivir rodeado de sus cosas, de las cosas que
ama y se refería a su primera editora, Esther, diciendo que entonces vivía
rodeada de perros, libros y preciosas figuras modernistas. Yo creo que a todos
nos pasa lo mismo, de una u otra manera todos nosotros vivimos rodeados de
cosas que vamos adquiriendo con el tiempo y que van formando parte de nuestra
personalidad. Tengo que admitir que soy un enamorado del arte, de la música, de
la literatura y de objetos que he ido recopilando en mis viajes, unos con más
valor que otros, que forman parte de mi universo íntimo. Así, tengo más de dos
mil discos de vinilo y cedés, alrededor de cincuenta o sesenta obras de arte,
casi todas de gran valor sentimental y algunas incluso con un valor económico
interesante, libros que no me caben ya en ninguna estantería, miles de
revistas, piezas de madera, metal o de algún otro tipo de mineral, adquiridos en mis viajes por Europa, África,
América y Asia… por no hablar del contenido archivado en el disco duro de mi
Mac. En algún lugar leí que la sociedad actual tiene (tenemos) el síndrome de Diógenes al guardar todo tipo de cosas en
el ordenador sin desprendernos de nada. Qué razón tiene. Volviendo a los niños,
Walter Benjamin habló de la sabiduría de la mala educación, señalando que la
verdadera razón de la mala educación es el fastidio del niño por no poder vivir
una vida marcada por lo excepcional.
Esther, la editora de Gustavo Martín Garzo, pensaba que el niño que se
siente querido está más preparado para
enfrentarse a los problemas del crecimiento y la vida. “Yo no me sentí querida y me he pasado la
vida mendigando amor”. Por eso le gustaban los animales porque le daban ese
amor sin medida que necesitaba.
Mi infancia estuvo
plagada de perros y de mucho amor, creo que nunca lo he tenido que mendigar, y,
sin embargo, abrazar a alguien, aunque
sea un animal, es una de las mayores satisfacciones que da la vida. Mi
niño sigue saliendo a relucir, a pesar de mi edad, y siento que es una parte
muy importante de mi personalidad. No puedo decir que mi infancia estuviera marcada por lo excepcional ya que tuve muchas carencias, sin embargo, el amor
que me dieron los míos, además del placer y muchas alegrías por parte de una fauna
formada por perros, gatos, puercoespines, pájaros y la gallina Lola han sido
incuestionables para ser como ahora soy, un niño grande.
1 comentario:
¡¡¡Que preciosa entrada!!! dejar libres los sentimientos y dedicarlos con amor.
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