Dicen
que cuando llegas a viejo nadie te ve y algo debe haber de cierto en ello. Hace
unas semanas disfrutaba con mi cámara del atardecer que iluminaba la colegiata
de Toro, con el sol entrando desde la capital zamorana después de recorrer el Duero. Un señor mayor, un “elderly man” que dirían más educadamente
los ingleses, se acercó a mi y me preguntó si había fotografiado “la torre
borracha”. No sé cual es la torre
borracha, le respondí. Se conoce así popularmente (la torre del reloj) debido a
que cuando la construyeron, en vez de ir a buscar agua al río -allá abajo- para amasar, recogían el agua utilizada en la
limpieza de las barricas del vino, era una operación más sencilla y menos
fatigosa y el resultado era prácticamente el mismo. Iba vestido de domingo,
repeinado hacia atrás y era portador de una amplia sonrisa. Luego empezamos a
charlar sobre él y le pedí permiso para hacerle una foto. Se llama Jerónimo
(con jota, apostilló) y tiene 86 años. Según me dijo, antes de jubilarse
escribía sobre lo que ocurría en la ciudad de Toro con el seudónimo de “iMozas”. Se anticipó, por tanto, a Apple con su
generación de aparatos que comienzan por i (iPod, iPhone. iTunes). Estuve largo
tiempo charlando con él, justo al lado
del paseo del Espolón y de su mirador hacía el río y la vega. Me habló de sus hijas, no recuerdo si eran
cinco o seis, la mayoría de ellas vivía
en Irún y, también, con cierta tristeza me confesó que se había quedado viudo
hacía cuatro meses. Conoció a su mujer a los quince años y desde entonces no se
habían separado. Me produjo una desolación tremenda, tal vez por eso le dejé
hablar más. Historias de su padre que no conoció debido a que el barco en el
que viajaba a Cuba se hundió en el océano cuando su madre estaba embarazada… y todo lo que pasó
al quedar viuda.
Mi
fotografía recoge la historia de un hombre herido. Las heridas de la vida que
va transcurriendo sin apenas darnos cuenta, que depara mil historias para ser contadas y
que, sin embargo, no nos paramos nunca a escuchar. Todas esas personas que
nadie ve tienen una historia plagada de anécdotas, de sabiduría, de tristezas y
alegrías, esos queridos “elderly man” tienen todo el tiempo del mundo para
contarnos sus relatos, están llenos de sabiduría que no debemos desperdiciar.
Gracias por el rato, iMozas, y mucha salud. Nos
veremos, sin duda, le debo una foto y mi agradecimiento por ese momento sucedido en
ese lugar tan maravilloso que es su ciudad, Toro.
4 comentarios:
Me ha encantado la entrada, Luis. Y esta fotografía de vida.
Nuestros mayores son, sin duda, un tesoro que debemos mimar.
Chapeau por tu escrito de hoy.
Qué cierto lo que cuentas...nadie parece verles..y tienen tanto y tan interesante que contar..
Al menos alguien se fija, de vez en cuando..como tú.
Magnífica fotografía , además.
Gracias por compartirlo
Un beso
Gracias a vosotras. Beso.
Los ancianos son por lo general fuente de riqueza (por eso hay tantos dichos, mi abuela tenía una mina de ellos) lo que pasa que no sabemos ver la sabiduría y la ternura.
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