Ya en la cola para la prueba, respetando las distancias todos (y todas) los empadronados y empadronadas de la ciudad, cuyo apellido comenzara por “L”, accedí, después de media hora por las calles adyacentes, al polideportivo “Los Pajaritos” para que me hicieran el correspondiente test PCR (prueba diagnóstica que permite detectar un fragmento del material genético de un patógeno). Durante la espera, saltando de casilla en casilla (espacios pintados en verde para mantener la distancia), pensaba en que quizás los problemas en España empezarían a resolverse en poco tiempo, al igual que sucederá en los países ricos, pero en el mundo también hay países pobres y menos ricos que estarán a la espera de las sobras para poder vacunarse. Cuando Europa y el norte de América alcancen porcentajes de vacunación compatibles para volver a aquella normalidad que dejamos atrás hace ya casi un año, los habitantes de África, Asia y de Latinoamérica, sobre todo, estarán empezando con el tema. Las diferencias entre estados, que ahora son manifiestas, entonces serán espantosas y la pandemia aprovechará para seguir matando a mucha gente pobre. Y, como siempre, no será un juego, como no lo es esta pandemia, y volveremos a establecer nuevos muros (esta vez invisibles) para una sociedad que potenciará un primer mundo y destruirá a los países subdesarrollados y a los que están en vías de desarrollo. De nuevo, ha tenido que venir una catástrofe mundial para profundizar en la frustración que padecen los habitantes de una parte del mundo avivada esta vez por una pandemia denominada Covid 19.
No es que las cosas sigan igual, si para todos va mal, en general, para una parte de los habitantes del planeta casi nada tiene ya solución. En esa parte del planeta no hace falta que sus habitantes sean controlados por algoritmos, simplemente desaparecerán por una epidemia que afecta a 1.400 millones de habitantes y que no se llama Covid 19, se llama pobreza.