jueves, 22 de febrero de 2007

HABLANDO DE MATO GROSSO Y DE ARTE CONTEMPORÁNEO EN LA CAPITAL DE ESPAÑA. primera entrega


Durante la noche me robaron mi coche nuevo, las horas pasaban lentamente y la inseguridad se iba apoderando de mí, no sabía que hacer. Recuerdo que en ningún momento me encontré tan angustiado como yo pensaba ante una situación como la que afrontaba entonces, tal vez debido a la tranquilidad que me daba el seguro a todo riesgo de mi vehículo.
Hacía las cinco de la madrugada algún ruido me despertó y al abrir los ojos suspiré desahogadamente, se trataba de un sueño, de una pesadilla de mal gusto. No obstante lo primero que hice, de manera apresurada, fue abrir la ventana de mi habitación y asomarme para comprobar que mi automóvil estaba aparcado en el mismo lugar donde lo deje.
Luego ya no dormí, esperaba pacientemente que el despertador sonara a las seis y media. Cuando esto sucedió me levanté como si tuviera un resorte en el colchón, me vestí a toda prisa, me lavé y peiné pero no me afeité, podía hacer mucho ruido a esa intempestiva hora, aunque me llevé mi máquina de afeitar para asearme en cualquier baño de cualquier lugar, colgué mi bandolera al hombro y salí raudo y veloz.
Estaba en Zamora y ese día, jueves, decidí aprovecharlo para visitar unas cuantas exposiciones en Madrid y adquirir unos libros que desde hacía unos meses tenia en mente y no lograba encontrar en las pequeñas librerías que había visitado a tal fin.
Cuando quedaban pocos kilómetros para llegar a Madrid, concretamente en Las Rozas, había congestión de coches y un atasco que, según decían los paneles informativos de la Dirección General de Tráfico, duraría hasta Aravaca. Ni corto ni perezoso, tal y como había visto en televisión o en alguna película de cine, comencé a afeitarme mirándome en el espejo retrovisor interior del vehiculo. Al no disponer de cables la maquinilla cuando los coches avanzaban dejaba de afeitarme y la apoyaba en mis piernas, cuando paraban de nuevo continuaba haciéndolo.

Aparqué en la Ciudad Universitaria, había perdido una hora en el atasco y eso condicionaba el día. Tomé un autobús y luego el metro hasta el Museo del Prado. Una vez allí divisé una gran pancarta con el título de Tintoretto, había cola pero no demasiado larga. Pregunté al chico que tenía delante si efectivamente esa era la fila para adquirir las entradas de la exposición temporal sobre Tintoretto. Me contestó afirmativamente y allí me quedé unos minutos hasta que un guarda jurado se acercó y nos dijo que esa fila solo era para colegios con cita concertada. Junto al chico de delante en la fila nos dirigimos a la entrada principal del Museo. La fila, calculé que de una hora, me hizo cambiar de planes. Le dije a Leandro, conocí su nombre tras las presentaciones de rigor, que abandonaba la idea de visitar la exposición y que me iba a ver “El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso” que estaba organizada en el Museo Thyssen-Bornemisza, situado un poco más arriba de la calle. Aceptó gustoso la oferta, no tenía mejor cosa que hacer. En el trayecto me enteré que era brasileño y se encontraba en Europa de visita por cuatro meses.

Leandro llevaba puestas unas gafas de sol y le calculé unos veinticinco años, cuando yo era más joven siempre soñé con viajar durante un largo periodo de tiempo por algún lugar del universo, el detalle de un chaval tan joven visitando durante cuatro meses un continente me acercó mucho a él. La exposición temporal del Museo Thyssen estaba muy concurrida, de hecho tuvimos que esperar veinte minutos para poder acceder a ella. Dentro pude disfrutar de autorretratos de, entre otros, Vincent Van Gogh, Gauguin y Edgard Munch. Le expliqué a Leandro que Munch era el autor de El Grito, cuadro que había sido robado durante el día en la Galería Nacional de Oslo y cuyos ladrones se permitieron dejar una nota que decía: “gracias por la falta de seguridad”. Luego le dije que Gauguin había estado durante sus últimos años en Polinesia y allí había fallecido enfermo y enloquecido. Comenté también a Leandro la vida de Van Gogh y que había visitado su museo en Amsterdam. Así fue pasando la mañana, pude comprobar que mi amigo brasileño no era conocedor del arte del siglo XX pero que estaba encantado con mis explicaciones.

Salimos de allí y le propuse acompañarme en mi plan para lo que quedaba de jornada. Comer en el Círculo de Bellas Artes y visitar sus exposiciones, caminar por el centro de Madrid, comprar unos libros en FNAC y por último visitar otras dos exposiciones en el Barrio Salamanca. Como presuponía acepto mi propuesta sin remilgos.
Una vez en el Círculo de Bellas Artes nos apresuramos a tomar unas cañas en la cafetería y luego visitamos su exposición, algo sobre el teatro de Shakespeare, No nos apasionó. No nos quedamos a comer allí, el precio nos pareció excesivo para nuestra maltrecha economía.

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