viernes, 23 de febrero de 2007
HABLANDO DE MATO GROSSO Y DE ARTE CONTEMPORÁNEO EN LA CAPITAL DE ESPAÑA segunda entrega
Caminamos por la Gran Vía y Leandro me habló de su familia. Su madre era notaria en su ciudad de origen Porta Porá, fronteriza con la ciudad paraguaya de Pedro Juan Caballero. Tenía veintiún años y una hija de tres, fruto de una relación de la que se arrepentía. Había estudiado derecho, durante dos años, en la Universidad de Campo Grande, capital de su estado Mato Grosso do Sul. Su vida allí, relativamente reciente, había sido un desbarajuste, su madre le enviaba dinero y él lo gastaba muy deprisa. Estuvo metido en la droga, perdió algunos amigos y fracasado regresó a su casa materna. La hija permanecía son su madre, abogada, en Campo Grande, a trescientos kilómetros de Porta Porá. Reconocía que era una madre excelente para su hija y que pasaba algún fin de semana y temporadas con él. Durante su periplo por Europa precisamente era su hija lo que más echaba en falta, aunque según él la llamaba diariamente por teléfono y alguna vez establecía contacto visual mediante cámara Web.
Durante nuestro trayecto hubo algún detalle que delataba su clase social. Un comercio exhibía en el escaparate una moto espectacular, cruzamos la acera, Leandro quería contemplarla de cerca, entramos en el interior y vimos que se trataba de una Harley Davidson. Me confesó que tenía un modelo similar pero que en su país era bastante más cara que en el nuestro, los impuestos en los artículos de lujo son mayores que en España. La moto en cuestión costaba en España poco más de seiscientos euros y en Brasil cerca de novecientos. Más tarde vimos un espacio de un edificio derribado y en su interior habían pintado unos graffitis que quedaban muy artísticos. Leandro sacó su cámara digital Sony de última generación e hizo una foto. El tercer detalle que llamaba la atención en un chico de veintiún años era que viajaba con un ordenador personal. Le advertí que lo vigilará atentamente en los viajes ya que solían robarlos al menor descuido. En ese momento me contó una mala experiencia que tuvo en su estancia en Paris, conoció a unos latinos y se fue con ellos de copas, cuando le dejaron en su hotel le cobraron cuarenta euros en calidad de transporte.
Llevaba en Madrid veinte días, se alojaba en casa de unos compatriotas conocidos en Torrejón de Ardoz, cuando sus amigos trabajaban se aburría soberanamente, no le gustaba la ciudad dormitorio y apenas salía. Su primera escala en Europa fue Paris, creo que viajo con su única hermana después de pasar unos días en Buenos Aires. En Paris estuvo menos de una semana, luego viajo a Barcelona en donde permaneció otra semana en casa de unos amigos y después estuvo un mes y medio en Lisboa, allí trabajó de camarero en una cafetería de un centro comercial para reponer recursos económicos.
El tiempo era apacible, la conversación agradable y nos encontrábamos bien caminando pero se hacía tarde, le comenté a Leandro que tenía que comprar unos libros, me contestó que no le importaba en absoluto y entramos a la FNAC. A excepción de “Nocilla Dream” de Agustín Fernández Mallo, que se encontraba agotado, con la ayuda de los dependientes pude conseguir todos los títulos que buscaba. Mientras hacía las gestiones pertinentes, con el rabillo del ojo espiaba a mi amigo, que se encontraba concentrado en las páginas de un libro. Cuando me acerqué comprobé que se trataba del último libro de fotografía del leonés Alberto García Alix, “No me sigas…estoy perdido”. A Leandro le gustaba el ambiente de las fotos en blanco y negro, los personajes duros, las motos… me preguntó si sabía el precio del libro y le dije que costaba cuarenta euros. Se asustó al conocerlo y le advertí que la cultura en España, por desgracia, era muy cara.
Salimos de allí y antes de comer le pedí un último favor, como nos encontrábamos a la altura de Sol y mi intención era comer en uno de los muchos restaurantes que por allí se encuentran y ofrecen menús del día económicos, podíamos hacer un esfuerzo y visitar la segunda parte de la exposición “El retrato en siglo XX” que se mostraba en Caja Madrid. Así lo hicimos y Leandro descubrió a Miró, a Frank Auerbach y a Freud.
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