Brujas. Canal. Foto: Luis López 2012
Maximiliano de Austria, viudo de
María de Borgoña, fallecida en 1482 al caer de su caballo, enfrío su relación
con los habitantes de Brujas para,
finalmente, abandonar toda la corte de Borgoña la ciudad. Los comerciantes de
todo el mundo les siguieron. A mediados del siglo XIX, Brujas era una ciudad
empobrecida después de haber pasado por un largo periodo de riqueza y
prosperidad. Georges Rodenbach describió en 1892 a Brujas como una ciudad
soñolienta, con un misterio singular. Su patrimonio fue redescubierto y esa
secreta intimidad se convirtió en su gran trofeo. En el año 2000, el centro de
la ciudad se reconoce como Patrimonio de la Humanidad.
Hoy, debido a mi deseada visita a la cervecería “De Halve Maan”, la
última fábrica artesanal de la ciudad, he probado una cerveza especial que se
produce allí desde 1546 y que se llama “Brugse Zot” (el loco de Brujas). La
marca ha tomado prestado el sobrenombre de los brujenses, “los locos de Brujas”,
como les bautizó a sus habitantes Maximiliano de Austria. Cuando llegó a Brujas
los autóctonos organizaron la bienvenida con un efusivo y extravagante cortejo.
Meses más tarde, las autoridades le presentaron una petición para financiar un
nuevo manicomio. La respuesta del Rey fue corta y muy contundente: “En esta
ciudad sólo me he encontrado a locos. Brujas es un gran manicomio, simplemente,
cierren las puertas”.
Mientras tomaba esa cerveza
inigualable, nunca había probado nada parecido, pensaba que los habitantes de Brujas
no están tan locos, han mantenido a la perfección el patrimonio de la ciudad,
algo que muchos otros países, entre los cuales obviamente incluyo al nuestro,
no han sabido hacer; son personas respetuosas, educadas, agradables en el trato
y que, por tanto, con toda seguridad, Maximiliano, como muchos de nuestros
actuales mandatarios, se creen por
encima de los demás y, sin embargo, están mucho más cerca de la paranoia que el
resto de sus vecinos.
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