Después de un largo viaje, cruzando nueve provincias españolas, contemplo los almendros mediterráneos empezando a florecer. Nada más comenzar el invierno quiere ser primavera. El paisaje del Cantábrico, nada más partir, se muestra gris, llueve con delicadeza. Los prados verdes se entreven entre la pertinaz niebla que produce esa tenue cortina de agua. Sin embargo, en la tarde mediterránea, la luz del paisaje se agradece, con esa claridad característica que tan bien captó Sorolla, suave, blanca, delicada. Sin casi darnos cuenta nos encontramos en la segunda década del segundo milenio.
Cuando me recupero de los kilómetros, me impacta una fotografía en el periódico. Una chica, con el torso desnudo y un ajustado pantalón, aparece colgada con una cuerda atada a su cuello en un puente peatonal. Es sobrecogedora. Antes de leer la noticia analizo la foto y no doy crédito a lo que veo. Tiene el pelo corto, pelirrojo, senos menudos y en la espalda una firma con tinta negra: Yair. La foto está tomada en México, concretamente en Monterrey. La chica tenía unos treinta años. Se llamaba Gabriela Muñiz, alias “La Pelirroja” y era, al parecer, jefa de secuestradores. Se trata de un ajuste de cuentas, narcotráfico, bandas rivales. Estremecedor.
Por un momento me he traslado a Colombia por el contenido de la noticia. Me encontraba en Cali, hará unos diez años, impartiendo un curso deportivo en la Universidad del Valle, en el sur de la ciudad. Los famosos carteles de la droga de Cali y Medellín daban sus últimos coletazos pero todavía se vivía con incertidumbre. Cuando veía los informativos, un alto porcentaje de las noticias mostraban una violencia inusitada. No podía creer que me encontrara allí. Vivía en el hotel más alto de la ciudad, si no recuerdo mal en el piso 25 (una semana antes de llegar, parte de la primera planta del hotel quedó inutilizada por la colocación de un explosivo). Mi habitación era una especie de apartamento con grandes cristaleras orientadas hacía los altos farallones. Abajo, se distinguía la gran ciudad con una población cercana a los 3 millones de habitantes. Vehículos y personas parecían hormiguitas.
Para desplazarme del hotel a la universidad, cada mañana, en el garaje, me esperaba un todo terreno con cristales tintados y un conductor que a su vez hacía de escolta, armado y con conexión directa con la policía. Cada vez que subía o bajaba del vehiculo enviaba información. Me costó acostumbrarme a esa férrea disciplina que me convertía en una especie de rehén. Me llevaba muy bien con mis alumnos y al comienzo de cada jornada les transmitía las tribulaciones de un español sometido al encierro tropical. Para que pudiera salir a la calle, me regalaron una camiseta de la selección colombiana de fútbol y me recomendaron llevarla siempre encima para parecer uno de ellos. Tenía que acompañarla con un pantalón corto y no llevar deportivas de marca, nada de relojes y poca “plata”. Les hice caso y antes de que vinieran a recogerme profesores de la universidad o miembros de la alcaldía para cenar o conocer rincones de la ciudad, salía a dar un paseo con mis “galas” de camuflaje. En una ocasión, una alumna que además era colega, educadora social, me llevó a su barrio. Allí los barrios están divididos según el poder adquisitivo de sus habitantes. Su barrio era el último de esa escala que iba del uno al seis. Me presentó a seis quinceañeros con los que trabajaba. Todos habían cometido crímenes. Tragué saliva y fui dándoles la mano uno a uno mientras iban contándome sus fechorías de las que estaban arrepentidos. Mi alumna-colega me explicó el tipo de terapia que seguía con ellos y los favorables resultados. Quedé prendado de la labor que realizaba en ese marginal distrito.
Es curioso como una simple foto puede hacerte recordar tiempos pasados, tan lejanos ya pero que se mantienen instalados en algún lugar de la memoria. Momentos de violencia en Colombia, que ahora, por desgracia, se ha instalado en México. Y todo por culpa de la droga y sus senderos económicos paralelos. Difícil y delicado conflicto.
1 comentario:
Es verdad Luis,ahora es en Mexico,pero,¿en cuantos paises mas?.La verdad es que lo que impera es el poder,el dinero y el mandato¿no es posible que piensen en todo aquello que hacen y que hace llorar?.Creo que no tienen ni corazon,ni alma ni sentimientos.Besos de luz para ti y feliz semana.
Publicar un comentario