lunes, 14 de enero de 2008

30 DE DICIEMBRE


Cuando llego a Santander se destruye mi rutina (si es que existe alguna vez). Dejo de ser dueño de mí, los planes se difuminan y todo es un fluir constante de sensaciones encontradas. Hoy, penúltimo día del año, me ha despertado de nuevo la lluvia golpeando los cristales de la buhardilla, he visto pastar los caballos de crines bermejas, he vuelto a jurar al contemplar a mí alrededor urbanizaciones irracionales en vez de mis recordados prados repletos de vacas tudancas. Llevo soportado varias jornadas los excesos de tanta caloría innecesaria, las noches interminables de conversaciones familiares, el cariño compartido. Acarreo muchos días de celebraciones sociales y mi cuerpo no puede más, estoy saturado y todavía queda por conmemorar Nochevieja, Año nuevo, Reyes…
He sacado un momento para leer la columna semanal de mi apreciado Manuel Vicent. He vuelto a la monotonía y he disfrutado de mi libertad condicional. Escribe el castellonense que a cualquier edad ser joven consiste en gozar de una salud aceptable y tener proyectos. Lo cierto es que soy joven desde que tenía veinte años, posiblemente esa sea mi edad actual (aunque quiera disimularla), el problema es que no me encuentro en plenitud de forma en este instante, estoy acostumbrado a hacer comidas equilibradas y cuando llegan estas fechas todo se va al traste. Soy muy disciplinado en todo y ciertamente me pasan factura algunos excesos. Mi salud suele ser aceptable -aunque haya una persona que me eche en cara mis continuos estados carenciales-. Me siento saturado de tanta celebración al calor de una mesa, aunque desgraciadamente mis expectativas, mi proyecto inmediato, estuviera centrado en una cena (u otra cosa distinta, aunque con comida de por medio) con alguien por quien siento adoración. Tuve que excusarme y era la primera cita a la que fallaba durante estas vacaciones de Navidad. La salud me jugó una mala pasada, durante toda esa jornada permanecí en cama soportando dolores estomacales y de cabeza, me sentía muy débil. No controlaba mi cuerpo, aunque sí mi mente, que continuamente me pedía explicaciones sobre la cancelación de la cita. Me siento mal por ello, terriblemente mal, hay pocas situaciones que desee tanto como compartir conversación con esa persona.
Sigo siendo joven, espero seguir siéndolo siempre -a pesar de la edad-. Sigo teniendo proyectos y mi salud, aunque sigue quebrada, volverá a ser la misma cuando pasen estas fiestas que empiezan a hacérseme excesivamente largas. Mi aspiración es llegar sano y salvo a la próxima primavera y, cómo no, compartir con esa persona tan especial unos momentos de añorada intimidad. Hoy es domingo, me siento un poco mejor y no está todo cerrado, conozco algún sitio abierto aunque siga sin tener voluntad. Mañana termina otro año. El tiempo pasa inexorablemente.

6 comentarios:

Miguelo dijo...

El tiempo pasa inexorablemente y no se puede volver atras por que la vida empuja.

un beso

Andrea González-Villablanca dijo...

EL TIEMPO PASA...

SÓLO RUEGO QUE ESTOS AÑOS DE ENTRENAMIENTO SEAN MI HERRAMIENTA PARA ENFRENTAR EL TIEMPO.

UN ABRAZO

Nosotras mismas dijo...

Que el tiempo pase está bien, significa que estamos vivos.

Saludos.

Anónimo dijo...

No deberías preocuparte. Seguro que te será posible (re)encontrarte con esa persona que añoras. Lo importante es estar bien. Nunca una cita demorada significa un adiós.
Un beso con cariño.

Anónimo dijo...

Qué delicia...terminar un año a los sones constantes de la lluvia que golpea las ventanas; claro, como acá es Verano, no tengo esa chance.

Mucha celebración, ¿eh? Pero nada que un antiácido no pueda remediar (y una friega con el documento de identidad, jajaja). Y sobre ser joven...siento el peso del tiempo, pero eso no implica que deje de sentirme joven en cierto sentido. Creo que asimilar la juventud con excesos (por sanos que sean) no es correcto...mejor relacionarla con alegría.

Saludos cordiales.

Luis López dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios, un placer y un orgullo.

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