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Sosegada, fría y pura por definición, apacible reflejo de sí misma, pocas ciudades como Soria cuentan con una larga tradición de haber sido descubiertas y recreadas poéticamente. Asentada sobre un collado que forman dos cerros fronteros, en la orilla derecha del Duero, este lugar donde se resume y ahonda la esencia castellana tiene en Bécquer, Antonio Machado y Gerardo Diego a sus cantores mayores.
Escribo muy poco sobre el lugar donde habito. Quiero rescatar hoy un reportaje que data del 6 de mayo de 200, publicado en “Motor y viajes” por el escritor y periodista canario Sabas Martín, cuyo título es “Ciudad para poetas”, no tiene desperdicio. Espero sea de vuestro interés.
El propio Antonio Machado ya lo advierte: "Soria es una ciudad para poetas. Soria es, acaso, lo más espiritual de esa espiritual Castilla, espíritu, a su vez, de España entera". Desde el anónimo juglar del Poema del Cid hasta Sánchez-Dragó o Javier Marías, pasando por una extensa nómina de escritores que, sólo entre los contemporáneos, incluiría a Galdós, Azorín, Unamuno, Baroja, Ridruejo, Ángela Figuera, Delibes y tantos otros, en el continuo transcurrir del tiempo a Soria nunca le han faltado poetas que la evoquen, que la invoquen y que la inventen desde la plenitud de la emoción y el fulgor de los sentidos. Se diría que Soria, más que una ciudad tangible, parece un perenne motivo literario.
LEYENDA
A comienzos de 1861 conoció Bécquer a la que había de ser su esposa, Casta Esteban, "la miel y la hiel" de su vida, de quien se cuenta que tuvo amores adúlteros con un bandolero. Era hija de un médico de la localidad soriana de Noviercas, a quien el poeta había ido a consultar sobre sus dolencias. Desde entonces y por espacio de casi siete años, Bécquer, en compañía de su hermano Valeriano, visitó y residió en diferentes pueblos sorianos –Noviercas, Pozalmuro, Ágreda, Vozmediano, Berantón...– y en la capital misma. Una placa situada en la Plaza de Ramón Benito Aceña, en un extremo de la popular y peatonal calle del Collado, recuerda cuál fue su casa, varias veces destruida y rehecha hasta quedar convertida en apenas un vago recuerdo del pasado, alzándose ahora sobre las impersonales oficinas de un banco. La Soria que Bécquer nos transmite es fantástica y legendaria. Para encontrarnos con sus ecos hemos de acudir a la orilla del río hasta llegar, primero, a San Juan de Duero, el monasterio de la Orden de los Hospitalarios, monjes protectores de caminantes, peregrinos y desvalidos, al pie del Monte de las Ánimas. Allí sitúa Bécquer la leyenda del mismo título que sucede una noche de Todos los Santos, entre amenazantes sombras y temibles cadáveres de templarios resucitados.
Las columnas del claustro, a cielo abierto, de principios del siglo XIII, con capiteles poblados por animales prodigiosos, escenas humanas, motivos vegetales y geométricos, fueron testigos de una de las últimas representaciones de La Barraca lorquiana. La última fue en el vecino Almazán, donde yacen los restos de Tirso de Molina.
El fraile dramaturgo había llegado la primera vez a Soria en 1608, en un discreto destierro, y residió en el Convento de la Merced, actual Fundación Duques de Soria, llegando a ser su comendador en 1646, dos años antes de su muerte. Pero la más plena ambientación soriana de las Leyendas de Bécquer la encontramos en El rayo de luna, una historia de amor imposible, visionario y delirante, que el poeta sevillano sitúa en el templario monasterio de San Polo, siguiendo el curso del Duero, entre álamos y chopos.
De San Polo, actualmente de propiedad particular, parte el camino a San Saturio, la ermita del siglo XVIII enclavada en la roca y volcada sobre las aguas del río en un auténtico prodigio de equilibrio en mitad de la ladera de la sierra. La tradición cuenta que quien se asoma a la cavidad donde estuvo el nicho del santo alejará para siempre los dolores de cabeza. No sólo Bécquer, también Machado y Gerardo Diego harían del camino junto al Duero que conduce a la ermita uno de sus itinerarios predilectos del que sus versos dan emocionado testimonio. En la piedra de la ladera, a la izquierda del paseo antes de subir los 101 escalones de la ermita, queda constancia machadiana de las "cifras que son fechas", de la verdad de la palabra que prevalece contra la usura del tiempo.
MEMORIA
Apenas 7.000 habitantes contaba Soria cuando Antonio Machado se estableció en ella en 1907. Ahora tiene unos 35.000, la segunda ciudad española, después de Teruel, de más baja densidad de población. Machado había ganado las oposiciones a la cátedra de francés del instituto gracias, curiosamente, al equívoco de Julio Cejador, que votó doble pensando que votaba a Antonio y a Manuel Machado.
Los cinco años que pasó el poeta en Soria forman parte ineludible de la memoria de la ciudad y de la literatura. En la calle Estudios estaba la pensión donde conoció a Leonor, la hija de los dueños, que apenas contaba 13 años. Con ella se casaría en julio de 1909 y pasarían a vivir en Teatinos. La boda fue en la Iglesia de Ntra. Sra. La Mayor, en los aledaños de la Plaza Mayor, donde se concentran el edificio de Los Doce Linajes, de 1628, actual Ayuntamiento, el antiguo consistorio con el reloj que cantara evocadoramente el poeta, y la Torre de Doña Urraca. Aquel matrimonio escandalizó a muchos, que veían alguna oscura perversión en la acusada diferencia de edad. Incluso hay testimonios de cencerradas nocturnas y de los abucheos que "jóvenes ineducados" les dedicaron en la estación cuando los novios partieron en su viaje de bodas. Ya no quedan restos de las casas donde vivió Machado, pero su presencia sigue viva en numerosos puntos. Sobre todo en el instituto donde enseñó, un antiguo convento jesuita de más de 150 años, hoy bautizado con su nombre.
Una escultura del poeta, obra de Pablo Serrano, se alza frente a la arcada lateral. El instituto conserva intacta el aula donde impartió sus clases. En el patio del claustro crece, desmesurado, un olivo que compite con el de la Plaza homónima, importado. Son los únicos olivos de Soria. Casi enfrente de la entrada del instituto, en el número 11 de la calle Aduana Vieja, se encuentra la casa de la Condesa Viuda de Ripalda, madre de Jaime de Marichalar, abuela de Froilán. Las cadenas que cuelgan de su balcón indican que allí durmió un rey, Alfonso XIII, cuando acudió a la ciudad en 1919 para inaugurar el Museo Numantino. Bajando la calle está el Palacio de los Ríos y Salcedo, con una singular e insólita ventana en esquina. Junto al palacio de los Condes de Gómara son espléndidas muestras de la arquitectura del Renacimiento.
El itinerario machadiano reclama subir la calle Caballeros, con sus fachadas blasonadas, y pasar ante la Diputación, con las estatuas de ocho sorianos ilustres en su frente. Uno de ellos es sor María de Jesús, que se veía a sí misma predicando a los indios de México sin salir nunca del pueblo de Ágreda. Su fama atrajo a tierras sorianas incluso al célebre Casanova. Casi enfrente, San Juan de Rabanera, iglesia románica que encantó a Gerardo Diego. Al final de la subida aguarda Ntra. Sra. del Espino, a cuya sombra aún resiste tambaleante el viejo olmo "hendido por el rayo". En el cementerio anexo se encuentra la tumba de Leonor.
ESENCIA
Catorce años después que Machado, en 1920, Gerardo Diego ocupó la cátedra de literatura en el mismo instituto aunque, incomprensiblemente, ninguna placa allí lo atestigua. Sí queda la que recuerda su residencia en la pensión de Las Isidras, en el antiguo número 79 de la calle del Collado, auténtico centro vivo y vital de la ciudad. Dos años residió el poeta santanderino en la capital soriana, donde comenzó a gestar su Soria sucedida.
Los itinerarios de Gerardo Diego se superponen y confluyen con los de Machado. En el Casino se evoca esa doble presencia. Un Casino que en su origen eran dos hasta su fusión, en 1964: el Numancia, en la planta alta, más exquisito y sofisticado, que frecuentaba Gerardo Diego, y el Círculo de la Amistad, en la baja, popular y republicano, el lugar habitual de Machado. Aún se conserva el piano que tocaba Gerardo Diego, un Steinway de 1869, con las teclas de marfil reemplazadas por pasta en alguna de sus restauraciones. Los hitos, mojones de piedra con fragmentos de sus versos, dan fe de esa fascinación que también sintió este poeta por una Soria pura y sosegada, hondo reflejo de sí misma, esencia de la tierra castellana.
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Cuaderno de Viaje...
1. Observe con detalle la fachada de la iglesia de Santo Domingo, con su rosetón y sus arquivoltas increíblemente talladas.
2. Tras la ermita del Mirón se halla Cuatro Vientos, un mirador para contemplar la Curva de Ballesta del Duero.
3. Soria es el paraíso de los herbolarios. Cualquier hierba que busque, desde Garra de León a Cáscara Sagrada, la encontrará.
4. Los dulces del convento de las Clarisas, anexo a Santo Domingo, gozan de una más que merecida fama.
5. Dicen que las mozas que se pinchen con algún alfiler que guarda Santa Ana bajo su falda, en San Saturio, encontrarán novio.
6. Que le cuenten por qué en las Fiestas de San Juan, la imagen de la Virgen Blanca le da la espalda a la Mirona.
7. En la Alameda de Cervantes, "la Dehesa", está la ermita de la Soledad, con la Virgen y un Cristo atribuido a Juan de Juni.
8. Descubra los "hitos" de Gerardo Diego en San Juan de Rabanera, la Pza. de San Esteban, y en San Saturio.
9. El Claustro de la Concatedral de San Pedro es una joya románica del siglo XII, declarado Monumento Nacional.
10. Desde la Plaza Mayor hasta la ribera del Duero desfilan Las Bailas, fiesta declarada de interés turístico.