Acababa de cumplir setenta años y me contemplaba en el espejo de la memoria. Minutos antes, había cerrado el periódico cargado de noticias negativas, de tristes sucesos repartidos por el mundo, aunque seguía dando vueltas a una noticia distinta que intentaba contestar la eterna cuestión ¿de dónde venimos? El articulo afirmaba que la humanidad moderna apareció en el sur de África. Su primer lenguaje fue el khoisán, una lengua ancestral donde las consonantes eran chasquidos similares al sonido que producen los besos. Inmerso en ese espejo que supone la memoria, intenté recordar, una vez más, gracias al artículo, aquel primer beso que di a una mujer. Esa sensación, perdurable de por vida, del amanecer de los primeros instintos del ser humano adulto. Todo ocurrió muy deprisa, aunque fui yo quien dio el primer paso, haciéndolo con cierta premeditación y una pizca de alevosía. En la barra de un bar de aquel entonces, sin televisión, ni música, ni ninguna otra decoración que no fuera su cuerpo a escasos metros de mi taburete de madera, hablábamos de cosas triviales, de esas pequeñas intimidades que se trasmiten los novios cuando tienen escasos veinte años. Cincuenta años, por tanto, de un beso sin excesivos remilgos, sin nada especialmente determinante, salvo que se trataba de nuestro primer beso. En aquel momento, nada más producirse el contacto de nuestros labios, con especial cuidado de no chocar las narices, de no golpear los pómulos, de establecer la meticulosidad, el ritmo adecuado… ambos nos sentimos lejanos, distantes. Fruto, sin duda, de las expectativas, del desconocimiento, de la realidad de haber dado un paso más para consolidar nuestro amor. Ya se sabe, la historia de los amantes, de los retos cumplidos, de la esperanza de futuro.
Acababa, entonces, de cumplir los veinte. La noticia del periódico, del lenguaje denominado Khoisán, evocó, otra vez, el misterioso secreto del primer beso. Un beso corto, distante, sofocado y con una historia que acaba de cumplir cincuenta años. Pequeños retazos de una larga vida salpicada por pequeñas anécdotas que van marcando el objetivo de vivir. Lapsus de tiempo que consolidan nuestra personalidad y que, por suerte o por desgracia, nunca volverán. Aprovechemos ese recuerdo de nuestro primer beso. Merece la pena recordarlo, haciéndolo seguimos la estela que conduce nuestra vida hacía la memoria. Escasos segundos inolvidables.
RELATO PARTICIPANTE EN EL III CONCURSO DE RELATO BREVE "BESO DE RECHENNA"
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