viernes, 26 de noviembre de 2010
SANTANDER CON LLUVIA
Había dormido fatal la noche anterior. Regresaba de pasar unos días en Santander con motivo de una celebración familiar y esa misma noche tuvimos una cena que se alargó demasiado en el tiempo. Casi todos los asistentes trabajábamos a la mañana siguiente, y por mi parte, además, tenía que trasladarme a Soria, pero cualquier “esfuerzo” significaba poco ya que conmemorábamos un día muy especial en familia, uno de esos días que queda marcado para la posteridad. Tuvimos que cortarnos con el vino, con los licores… pero eso sirvió para que estuviéramos más receptivos. Mereció la pena, por tanto, acostarse tarde y dormir muy poco, insuficientes horas, a todas luces, para afrontar la dura jornada que me esperaba (que nos esperaba) cuatro o cinco horas después.
Los días que permanecí en mi tierra se caracterizaron por la persistente lluvia. No es que me impidiera realizar una vida distinta a la que hubiera hecho con mejor tiempo, el único problema era que tenía un encargo fotográfico que no pude realizar condicionado por ello. Lo dejo aparcado, por tanto, para días navideños.
Desayunando, con el Diario Montañés abierto, constataba que había alerta naranja para Cantabria debido a la posibilidad de nieve por encima de los 500 metros de altitud. Estoy acostumbrado a la nieve, a conducir en las peores condiciones, a poner y quitar esas milagrosas “cadenas” de tela, pero mi cuerpo no se encontraba, ni mucho menos, al cien por cien. Curiosamente, cuando metí los bultos en el maletero de mi automóvil, había dejado de llover. Milagro, pensé. Así que me acomodé en el asiento, sintonicé Radio 3, me puse el cinturón mientras disfrutaba con los movimientos de los dos patitos a los que acoso constantemente y miré, por último, el reducto familiar que abandonaba.
En el transcurso del viaje, a la altura de Pesquera, el paisaje era mágico, entraba la luz por un costado del verde valle mientras se levantaban perezosamente esas nubes que se van creando de la humedad calentada por el sol. Al fondo, los tres macizos de los Picos de Europa podían estudiarse a fondo, nevados como en los mejores días de invierno. En esos vistazos certeros, los que sólo puedes observar de soslayo mientras conduces, descubrí, una vez más, la belleza de mi tierra. Disfruté de la armonía que producen los colores (blanco, verde, azul), los pueblucos perdidos en los valles, la niebla mágica que va envolviéndolo todo. Me sentí privilegiado con esa despedida otoño-invernal acompañándola de melodías muy íntimas. En ese preciso momento, disfruté de el mundo que entonces abandonaba pero que, afortunadamente, volveré a disfrutar pasado un mes. A la altura de la valla que indicaba que me encontraba en Castilla la niebla se volvió constante dibujando en el paisaje una visión casi lúgubre. Por desgracia, no pude parar para inmortalizar esa apariencia con mi cámara. A las tres horas y cuarto, sólo con nieve en las cumbres, llegué a Soria, algo más fría que la dejé, con esa soledad que me produce regresar a mi, obligado, mundo laboral.
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1 comentario:
Preciosa imagen,
la Virgen del Mar siempre cerca..
Besos
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