jueves, 16 de agosto de 2007

AGOSTO INCONTROLADO


Después de sortear mil contingencias llegué a Santander, el lugar que se repite una y otra vez en mis sueños. Diez de agosto, pleno verano, efervescencia cultural desmesurada, playas a rebosar, templanza. Mi domicilio familiar, por suerte, es un fortín, tan sólo incordian los de dentro y eso se agradece ante tanta actividad desaforada. Llego y caigo prisionero a manos de mis seres queridos. Existe cierta autarquía que me impide realizar mis funciones vitales pero no me resisto. Aquí nunca se recobra la libertad, prisionero iracundo de esos seres irresistibles. Acumulaba inquietudes elementales presuntamente por resolver, aspectos necesarios (y necesitados) de mi añorada y perdida personalidad. Mis iniciativas se anulaban debido a las tentaciones dominantes. Perdí el control de la situación –queriendo- y más tarde todos mis anhelos fueron difuminándose.

Desde mi intimidad, nunca privada, realicé llamadas de socorro al exterior. Al menos alguien, al otro lado, me lanzaba cabos para intentar rescatarme. Quise agarrarme con fuerza a ellos y por las noches, rendido de sueño, rescataba con empeño los momentos que podían haber sido motivantes, emotivos, y tal vez excitantes, pero que perdí por culpa de fuerzas humanas, para siempre. La voluntad positiva –siempre- fue abatiéndose en el lodo inopinado de la insensatez. Mientras, las ilusiones quedaban suspendidas de una inquietante desazón de soledad compartida y vitalmente observante.

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