viernes, 17 de agosto de 2007

JOTA


“No es la dificultad lo que impide atreverse, pues de no atreverse viene toda dificultad”
(A.Schopenhauer)

El relato que voy a iniciar trata de una persona, por ello quiero preservar su intimidad, su honor y su propia imagen. Eludiré cualquier comentario sobre su diagnóstico. Mi enfoque va a ser puramente educativo, basado en la buena practica y en procesos o secuencias interrelacionadas entre si para dar respuesta al cliente. Los parámetros para orientar todas las acciones del momento presente son sencillos: qué hacemos, para quién lo hacemos, para qué, con qué propósito lo hacemos.
Jota es un chico intelectualmente catalogado como Límite o Borderline (El concepto formal del Trastorno Límite de la personalidad, abreviado como TLP, es relativamente nuevo en el campo de la sicopatología. No apareció en el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM) publicado por la Asociación americana de Psiquiatría hasta el 1980.
Es a partir de ahí, una vez logrado el estatus oficial de "trastorno de personalidad" cuando se dispara el interés por esta patología. Este estatus se logró tras grandes controversias y disputas iniciadas en los años 70. La nomenclatura oficial y criterios diagnósticos se acordaron mediante compromisos entre los diferentes modelos y atendiendo a datos empírico-descriptivos. Con esta definición se deja atrás definitivamente la idea del borderline como oscilando entre la neurosis y la psicosis).

En la actualidad está en mi Centro (internado en este momento vacacional) de manera provisional. Normalmente trabaja en un Centro Ocupacional y la intención de su ingreso es que esté con nosotros en calidad de reposo familiar (así lo denominan institucionalmente, lo siento).
Lo conocí hace unos días, cuando ingresó. Como he estado de vacaciones una semana tan sólo coincidimos dos días. Antes de comenzar mis vacaciones le prometí que cuando volviera haríamos una marcha hasta la zona más alta de la ciudad, concretamente en la sierra de Santa Ana, lugar donde están ubicadas las antenas de televisión -lo solicitó él-. Le hacía ilusión y a mi me serviría para realizar una terapia fuera de la institución. Considero que son las que mejor resultado dan, igualan a usuario y terapeuta y puedes incidir en aspectos que nunca se tratan custodiados entre cuatro paredes.

Ayer tuve un día difícil, último día de vacaciones, paseo por una zona de dunas (varios kilómetros), viaje con parada en Bilbao, larga visita a un museo, algo de tensión y los típicos coletazos depresivos al abandonar a mis seres queridos. Hoy llegué a mi lugar de trabajo cansado. Cuando vi a Jota le recordé que habíamos quedado para realizar la larga marcha a la montaña.
¿Te apetece ir …? le dije con una voz suave y monótona, deseando que se apiadara de mi, contestándome que me estaba esperando. Ejem, biennnnn, respondí, prepara buen calzado, ropa ligera y algo de agua para el camino.
La caminata duró tres horas. Una hora y media para subir, veinte minutos de descanso una vez arriba y hora diez minutos para bajar. Respondí a quinientas preguntas sobre asuntos de todo tipo, desde la formación de las nubes a la superstición, pasando por el medio ambiente, los puntos cardinales, las enfermedades, las relaciones sociales, los indios del Amazonas e incluso fútbol. Curiosamente en el ascenso hablamos de temas como los que he enumerado anteriormente y una vez sentados de su problemática personal. Soy de los que considera que es mejor dejar hablar al usuario interrumpiendo lo menos posible. Mis contestaciones son siempre contundentes, irremplazables y basadas en mi experiencia y en el sentido común. No suelo indagar en la llaga y si lo hago doy muchos rodeos para no ir directo al problema. Durante la bajada ya no éramos cliente y expendedor, éramos colegas (llegar a esa situación, al menos desde mi óptica personal, es llegar a la meta que te has trazado). Me dio más información de él, en esos momentos, que muchos de los chicos que trato durante años. Información sobre de que manera se enfrenta a los problemas, sus proyectos a corto plazo, temores, actitudes, futuro, problemática que había planteado a su familia…
Se despidió de mi con un: muchas gracias por el paseo y por la conversación. Mis ojos se llenaron de lágrimas, tragué saliva, le tendí la mano y no pude articular palabra. Llevo más de veinte años de experiencia profesional y nunca nadie me había dado las gracias por mi vocacional trabajo. No olvidaré a Jota.

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