jueves, 22 de noviembre de 2007
RUMANÍA DE CEAUCESCU -1-
Viaje desde Zurich a Bucarest con las líneas aéreas rumanas “Tarom”. Supe que todo iba a ser distinto al atravesar el invisible “telón de acero”.
Me impactó la primera visión al aterrizar en el aeropuerto de la capital rumana: dos interminables filas de militares, distanciados unos seis metros entre uno y otro, pertrechados con armamento suficiente como para acometer una guerra. Me recordaron a los famosos •”grises” de la época franquista. Desde mi minúscula ventanilla hice una foto -sin flash- a tan surrealista e impactante imagen. Cuando pisé suelo fui detenido. Al parecer había atentado contra la seguridad del poderoso Partido Comunista.
Tras varias horas retenido en un cuarto lúgubre y sin ventilación, gracias a una policía que hacía las veces de intérprete, pude convencerles de que no era su enemigo, simplemente un turista que venía de otra parte de Europa. El policía que llevaba el mando sacó con violencia el carrete de mi cámara y la golpeó contra el suelo. Afortunadamente pude realizar con ella un reportaje, por todo el país, que todavía guardo como si se tratase de un botín de guerra. Unas semanas más tarde de este accidente expondría, junto a Roberto Lázaro –Premio Goya al mejor cortometraje 96- una colección de fotografías conjunta, en la que figuraron seis o siete imágenes de aquel momento, ya histórico, de Rumanía.
Había comenzado con mal pie mi estancia en el país de Ceaucescu, aunque ese no fue, ni mucho menos, el peor momento de mi visita. Tampoco el mejor.
En uno de esos hoteles que los miembros del Partido utilizaban para celebrar sus convenciones -y más de uno para acostarse con sus amantes- mi acompañante y yo nos establecimos por unos días. Tras cumplir con los rigurosos trámites para registrarnos, subiendo en un lento ascensor sufrimos un ultraje. Dos empleadas, aprovechando una parada en una planta anterior a la nuestra, nos conminaron a cambiar nuestros dólares por leis, solicitándonos también que les vendiéramos lencería, lápices de labios, maquillajes y perfumes. Accedimos a lo primero, ya estábamos advertidos. Cambié en negro treinta dólares por el triple de su valor en leis. La lencería y demás prendas intimas se quedaron en nuestras maletas, aunque, durante los ocho días que permanecimos allí, iban desapareciendo por arte de magia bragas y sujetadores “made in Spain”.
Más tarde, tras una cena frugal en el restaurante del hotel, tomando una copa en un bar para extranjeros, es decir: pagando en dólares, conocimos a una pareja de guías. Ella hablaba perfectamente castellano. Tras una larga conversación nos invitaron a una fiesta universitaria que se celebraría al día siguiente.
Se trataba de una especie de guateque en un apartamento de un edificio muy lujoso, aunque bastante destartalado por dentro. La decoración era muy sencilla y desfasada. El piso era muy amplio, con paredes altas y grandes ventanales desde donde se contemplaban las amplias avenidas poco iluminadas. La música que sonaba era rock, si bien bastante rancio. Más tarde comenzó a sonar jazz, parecía encontrarme en algún lugar veinte o treinta años atrás. Eva, que así se llamaba la intérprete y guía, no se separó de nosotros, haciendo las veces de cicerone y presentándonos a todos los asistentes. Era divertido ver la cara que ponían al enterarse que se trataba de extranjeros. Vestían de manera desfasada y varios de ellos nos dijeron que era la primera vez que hablaban con un extranjero que no fuese soviético. Algunos nos pedían hachís (obviamente, no teníamos) contestando que no usábamos. Los más osados, ya metiditos en vodka, me ofrecían a su novia a cambio de mis usados "Levi´s Strauss"
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2 comentarios:
Uf! intenso
un abrazo
Lo que comentas es muy triste, ciertamente.
Sin embargo, me temo que en nuestro orbe civilizado y democrático las cosas tampoco son muy halagüeñas. Cuando llegas a Estados Unidos, antes de bajarte del avión debes firmar una hojita en la que aseguras que no eres peligroso, que no vas a su país a asesinar a nadie ni a poner bombas ni otras lindezss por el estilo. Cuando aterrizas en el JFK procura no pasarte ni un pelo, porque aunque te hagan desvestirte parcialmente y descalzarte, si protestas pueden darte una somanta que te acuerdas. Y en cuanto a las fotos, cuidadito dónde las haces.
Hace no demasiado todos vimos cómo en un mitin que daba John Kerry en una facultad norteamericana, un estudiante que simplemente le interpeló fue reducido ante todos los demás con porras y descargas eléctricas.
En cuanto a los hoteles en los que los políticos de turno follaban (con perdón) con sus amantes... bueno, ¿qué crees que hacen muchos de nuestros dignos representantes democráticos en esas cumbres multimillonarias de hotelazos y comilonas y despiporre que todos pagamos con absoluta complacencia?
En Tailandia, lugar con gobierno supuestamente democrático contra el que nadie levanta la voz a pesar de ser lo que es en realidad, por unos pantalones vaqueros o por cuatro euros de mierda se te meten niños y niñas de diez años en la cama, y obligan a las niñas a prostituirse martilleándoles en vivo clavos en la cabeza (cuando lo leí y vi las fotos casi vomito, de verdad).
Y por lo que se refiere a bragas y sujetadores… un profesor de la Universidad de Barcelona de cuyo nombre es mejor no acordarse pasó hace pocos años una factura al servicio de gestión presupuestaria de la UB en concepto de… lencería para su conejito particular.
¿Quieres que siga?
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