Todo lo que había oído y leído sobre Madeleine Peyroux tuvo relevancia en su concierto en San Sebastián, concretamente en el Kursaal, el 7 de mayo. Comenzó con veinte minutos de retraso debido al cambio de sede decidido por la organización. Cuando se establecieron las sedes de su gira por España, se anunció que en San Sebastián la cantante actuaría en el Teatro Victoria Eugenia, un lugar mítico en la ciudad, escenario de los premios del Festival Internacional de cine y que aparece en el corto dirigido por mi amigo Juan Luis Mendiaraz, “Petit Casino”. Al sacar las entradas al concierto, por Internet, supe que se celebraría en Auditorio principal del Kursaal. La sorpresa no acabó ahí. Una vez dentro de la instalación había que visitar una mesa donde te señalaban la nueva ubicación en la sala pequeña del mismo Kursaal.
Así las cosas, en una sala casi repleta ( al noventa por ciento de su capacidad), apareció Madeleine y su cuarteto de músicos. La americana se dirigió al público explicando que el concierto estaría compuesto por temas de amor. Y comenzó con un tema de su último disco “Bare Bones” , por cierto con problemas de sonido, la música ahogaba su dulce voz. Subsanados los problemas, en la tercera canción se empezaba a denotar cierta distancia entre Madeleine y su público. No sabía o no quería llegar a los espectadores o, tal vez, se trate de una personalidad muy tímida. El interrogante no supe despejarlo. Aunque tengo mi versión (nunca mejor dicho). Madeleine nació en el estado americano de Georgia pero a los quince años fue a vivir a Paris con su madre. Allí emprendió su carrera musical en la calle –precisamente una de sus canciones interpretadas en Donostia, en francés, habla de Pigalle- . Cuando se está muchas horas en la calle, al margen de pasar frío o calor, tienes experiencias de todo tipo, muchas de ellas negativas. Entonces se ve a la gente distante, con prisa, todo transcurre como a la fuerza y la situación puede llegar a parecerte irreal. Ese concepto de la gente como masa puede que lo siga teniendo Madeleine. De ahí que se mantenga tan sumamente aislada y dé la sensación que te separa de ella un muro imposible de retirar. Para mi eso no es importante pero para el público, en general, pasa factura y eso se percibió en el concierto. Sin embargo, Madeleine y sus músicos se entregan en lo profesional y el resultado es un sonido compacto y uniforme. Y sobre todo, elegante y sofisticado.
No perdí de vista a la artista en casi ningún momento, salvo para comprobar que todos los músicos manejaban excelentemente sus instrumentos. Y percibí que Madeleine, que canta con una facilidad pasmosa, recuerda, evidentemente, a Billie Holiday. Durante el concierto me devolvió la maravillosa sensación de estar escuchando a una de las más grandes. Su actitud encima del escenario me recordó también a mi admirada Diana Krall, ese distanciamiento que hace de ellas unas divas, lo busquen o no.
Lástima que Madeleine no aprovechara su momento. Tal vez sea conformista con lo conseguido. La actuación, que recorrió todos los temas de su último álbum y tres o cuatro canciones de anteriores discos , tuvo una duración de una hora y ocho minutos. Tal vez no se dio cuenta que se encontraba en la cuna del jazz nacional, en una ciudad que es la sede oficial por prestigio y tradición, de la música que ella interpreta.
Pero Madeleine me enamoró, como antes lo hizo Diana, y ante esa conmoción todo es perdonable. Peyroux estuvo formidable y supo llegarme al corazón. Eso es lo único importante. Le agradezco haberme hecho pasar un rato agradable e inolvidable.
8 comentarios:
Excelente crónica, querido Luis. Muy personal, como creo sinceramente que deberían ser todas las crónicas. Si no, se puede pecar de análisis tedioso o síndrome enciclopédico Wikipedia.
¡Y a la diva habrá que perdonáselo todo, aunque ella no quiso saber, como nos cuentas, que estaba cantando en la cuna del jazz nacional!
Un fuerte abrazo, amigo de las olas. En eso también coincidimos. El mar, ¡lo único que le falta a Soria!
Paz.
Daniel, un cañailla en Brighton.
Gracias, cañailla. Envidia me das en Brighton. Daría cualquier cosa por estar allí ahora. Saludos.
Por fín alguien escribe a pie de papel y tinta, y de tierra.
Algo me encanta, Luis, que nada puede evitar que quien tengamos delante un día, (cantando, por ejemplo) sea tan humano como nosotros (la metáfora será rara, pero cierta: en el baño, príncipes, cantantes, profetas y mentirosos, todos utilizamos lo mismo). Y si no aciertas, puede ser de refilón.
Plenamente de acuerdo.
Coincido con Daniel, estupenda crónica, querido Luis.:), estupenda.
Es tan completa, que tengo la sensación de haber estado allí...:)
Gracias Fernando. Saludos.
Gracias, Only. Sólo faltaba que te responsabilizaras de la autoría de la foto.
Besos.
¿Es raro que se produzcan tantos cambios de escenario sin la publicidad suficiente por allá?
No me daba la impresión de que Madeleine fuera distante...tiene base lo que señalas, pero no tengo puntos de referencia con otros recitales que ella haya brindado. Profesionalmente puede rendir, pero se requiere algo de empatía con el público, que sea (los gestos mínimos de los hermanos Gallagher cuando vinieron a Chile como Oasis fue el detalle).
Saludos afectuosos, de corazón.
:),
Sr Lópec
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