lunes, 21 de septiembre de 2009

LYON. “UN CERTAIN REGARD”-2






En Lyon abundan los inmigrantes. Hay, sobre todo, árabes, población negra y asiáticos. La convivencia está asegurada, es un ejemplo de armonía (o así lo parece). Estuve hospedado en un hotel de las afueras y tenía que utilizar cada día el transporte público. No es más caro que en España. Primero tomaba el tramway (tranvía) para retroceder dos estaciones, camino opuesto al centro, para luego, en metro, llegar a la catedral o a la plaza de Bellecoure. Al igual que en otras ciudades, Lyon también está repleta de cámaras que vigilan al ciudadano. Al lado de mi hotel está la colonia asiática. Uno de los días me acerqué a un hiper asiático, repleto de mercancía de ese continente. Pasé un buen rato viendo productos exóticos cuya existencia desconocía por completo. Compré dos botellas de agua. En la caja en la que guardé cola había, delante de mí, un chino con dos carritos repletos de compra, luego otra chica también asiática y antes que yo una mujer de raza negra. Cuando le tocaba pasar a la mujer negra, otro chico con un carro repleto, que acompañaba a la chica anterior a nosotros, llegó e intentó colocar su mercancía sobre la cinta de la caja. La mujer negra no se lo permitió. Tanto ella como yo llevábamos muy pocos productos y mucho tiempo esperando. Así que cobraron a la mujer y el cajero me hizo una seña para que colocara mis dos botellas de agua sobre la cinta. Cuando le dije qué le debía me contestó que ya lo había pagado la mujer anterior. Le agradecí la amabilidad ya que gracias a ella yo también había adelantado al chico que llegó tarde y quise pagarle mis dos botellas. No fue posible, estaba invitado.

Otra anécdota, con diferente cariz, me ocurrió esa misma tarde. Los billetes para los transportes públicos sólo pueden sacarse en una máquina destinada para ello. Solo admiten monedas o tarjetas de crédito. Ninguna de mis tres tarjetas eran admitidas, por lo tanto siempre tenía que llevar cambio en el bolsillo. Al dejar el funicular que baja de Notre Dame, en el barrio alto, me di cuenta que no tenía monedas para volver a mi hotel así que aprovechando que al lado de la estación había una oficina de información y venta de billetes, como nos íbamos a quedar a cenar por la parte vieja entré para que me cambiaran diez euros, a la hora de regreso estaría cerrada. Tendí a una de las chicas, que se encontraba en una ventanilla, un billete de diez euros para que me cambiara. Me contesto que sólo vendía billetes (que caducaban al cabo de una hora) pero que no podía darme cambio. Le expliqué mi problema pero me envío a una mesa que atendía su superiora. Le expliqué nuevamente mi situación y me dijo en castellano: “A un español no queremos cambiarle”. Exploté en cólera y le dije que esa contestación me la tomaba como exaltación de puro racismo y que la denunciaría por ello. Me dijo que no se trataba de racismo, comprobando que tocaba un aspecto que está perseguido en una sociedad, que hasta entonces, me había parecido un ejemplo de convivencia, como dije más arriba. No sirvió de nada. Me fui de allí con un cabreo que tardó varios minutos en desaparecer. En todos los sitios podemos encontrarnos situaciones favorables o desfavorables dependiendo de la persona con la que dés. Por suerte, sólo tengo dos anécdotas negativas de mi paso por Lyon y muchas más positivas del tipo a la ocurrida con la mujer negra de la cola del hipermercado. Otro día, comíamos en un “bouchon” de la calle principal, en la parte vieja. En una de esas mesas pegadas literalmente a la nuestra, una chica que acabó de comer nos pidió permiso para fumar. Estábamos en una terraza al aire libre. En España seria impensable esa situación. Los aseos de todos los restaurantes son mixtos. Coincidí, en la entrada del baño, con una cliente británica y, educadamente, la dejé usar el baño antes de hacerlo yo. Esperé, tranquilamente, a qué acabará de utilizarlo. Como tardaba, el jefe del “bouchon” que era árabe, cada vez que pasaba por allí golpeaba la puerta propinando a la británica insultos. Antes que saliera desaparecí no fuese a creer que era yo el impresentable que le metía prisa. Me fui de allí y prometí, a pesar de que comimos de maravilla, no volver nunca más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo esos ejemplos de amabilidad con el extranjero y me pregunto si es que acá en Chile, donde nos preciamos de querer al amigo cuando es forastero, seremos capaces de hacer lo mismo.

Pero lo que te tocó con una inmigrante fue todo lo contrario a lo de la funcionaria de transportes. Pero claro...si se hace el balance, mejor quedarnos con lo positivo y pensar que esa desafortunada declaración no es más que una excepción que confirma la regla.

Saludos afectuosos, de corazón.

Raquel dijo...

Gracias por compartir estos preciosos paseos, momentos deliciosos y anécdotas sin desperdicio alguno.
Un abrazo

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