
Faltaban pocas fechas para las vacaciones de Navidad. Estudiaba COU interno en los Paúles de Limpias. Compartía mi habitación, corrida, con otros siete compañeros. A mi lado siempre mi inseparable Lolo, encargado de despertarnos todas las mañanas con la música más atrevida. No recuerdo a quién se le ocurrió días antes. Era temporada de angulas en la ría, muchos habitantes de Limpias las recogían para luego venderlas, a muy buen precio, por la proximidad de las fiestas. La noche elegida era de luna llena. Habíamos comprado una cuerda, gruesa y larga –a la que hicimos varios nudos-, un cubo y algunas nasas. Nos deslizaríamos por la cuerda desde nuestra ventana del primer piso. Uno de nosotros se quedaría en el interior del internado para recoger la maroma y al regreso volverla a lanzar. Lo echamos a suertes y me tocó a mí quedarme. La cólera era tremenda, me ilusionaba tremendamente esa salida. Ni que decir tiene que repartiríamos las ganancias. Apostábamos que serían golosas. Todo estaba dispuesto, tan sólo había que esperar que llegara la una de la madrugada. Até un fuerte nudo al radiador y lancé al exterior el cabo. Mis compañeros fueron descolgándose sigilosamente. Nuestros corazones latían con furia. Una vez que estuvieron abajo recogí la cuerda y la escondí bajo la cama. Habíamos dispuesto que la hora de regreso fuese las tres de la madrugada. Permanecí inquieto, no podía dejar de moverme por la amplia galería. Las agujas del reloj tardaban en dar la vuelta a la circunferencia. Me sentía fatal, miraba por el ventanal cada cinco minutos y todo estaba oscuro, la normalidad era el estado habitual a cada instante. Hacía las tres menos cuarto escuché muchas pisadas, alguien subía las escaleras. De repente se encendieron las luces del pasillo, Lolo me hizo una seña y me hice el dormido, detrás llegaba el resto de compañeros y por último el Padre Fonseca, responsable del internado. Disimulé y me incorporé frotándome los ojos. El Padre Fonseca se cercioró que estaba en mi cama. Luego desapareció. Mis compañeros lloraban mientras me explicaban lo sucedido. No hubo suerte, tan sólo capturaron kilo y medio de angulas. Al llegar al colegio estaba encendida una luz. Se trataba de la habitación del Padre Otero, profesor de literatura. Desgraciadamente en ese momento estaba asomado a la ventana y se cercioró de los movimientos del grupo. Avisó al responsable de internado y se encendieron los focos exteriores. Cuando esto ocurrió se quedaron inmóviles.
No dormimos, permanecíamos juntos esperando inquietos el devenir de la siguiente jornada. A las ocho de la mañana Lolo puso música para despertar a todos los internos. Nos aseamos, hicimos la cama y desayunamos. A las diez me llamó el Director a su despacho. Le expliqué que no había participado con el resto de compañeros en la fuga ya que me parecía un riesgo que podía traer consecuencias graves. Cuando salí del despacho me crucé con mis siete compañeros, el Director les esperaba ahora a ellos.
A las cuatro de la tarde llegaron sus padres, estaban compungidos, pálidos, impacientes. Tuvieron una reunión con la cúpula directiva del Colegio. Hacía las seis de la tarde despedía entre abrazos, emocionado, a mis queridos amigos, estaban expulsados.
La mañana siguiente el Padre Fonseca me comunicó que desde ese momento yo era el responsable de la música. Lolo me regaló antes de irse un disco de Led Zeppelín que sonó todos los viernes de cada semana como homenaje y agradecimiento.
El curso se me hizo eterno. Me sentía solo y aburrido. Durante las noches no dejaba de pensar en lo sucedido, incluso me dio por especular que el Padre Fonseca había visto la cuerda que permanecía bajo mi cama el día de autos. No podía saberlo con certeza pero supuestamente la tuvo que ver, sobresalía un poco bajo mi litera y el Padre era muy avispado e intuitivo.
En junio se despejó la incógnita. Me suspendieron todas las asignaturas. Era el pago por mi colaboración en la escapada. Se hizo justicia.
Al año siguiente repetí curso en un instituto de Santander, nocturno, saqué el curso con notas más dignas. Los Paúles ya eran historia.