Me siento un poco perdido. En sentido metafórico, entiéndanme. Estar alejado de la vorágine diaria que supone laborar tiene, por suerte, esas consecuencias. Y, si además, agregas pequeñas dosis de introspectivos baños marinos, relajada intimidad aderezada de música y literatura, sueños profundos y saludables, buena mesa… pues entonces, pasa eso, te pierdes en la irrealidad de un tiempo que deja de ser obsesivo para convertirse en algo productivamente solidario contigo mismo. En esas estoy ahora, amigos. Pero claro, consecuentemente, no puedes perder el norte y detalles puntuales, como puede ser un correo electrónico o un mensaje de móvil, te devuelven a la realidad. Se agradece. Siempre es agradable que se acuerden de ti (aunque sea para bien). Y para bien es recibir la invitación a una presentación de un libro. Nada menos que de la poeta santanderina Ana Rodríguez de la Robla en un lugar tan emblemático como es el Ateneo de la capital montañesa. Me excuso y escribo a Anuski: &quo