En verano, durante unos días, coincido en Peñíscola con “El hombre tranquilo”. Es francés, concretamente de Burdeos, y veranea tres semanas al año, desde hace más de veinte años, en la localidad castellonense. Otros veranos había coincidido con él en la piscina de la urbanización y nos saludábamos formalmente. Me llamaba la atención porque tenía acento extranjero pero utilizaba, en castellano, un lenguaje fluido y rico en expresiones. Observé que leía el País y algunos libros en francés. Una mañana del verano pasado conversamos algo más de lo habitual. Hablaba de manera pausada y agradecía una conversación larga. Me dijo que de joven, tendrá ahora unos 65 años, vino alguna vez a Pamplona, a las fiestas, y se enamoró de nuestro país. Fue piloto aéreo antes de jubilarse y ha vivido en varios territorios de ultramar franceses. Su vida cuando está en Peñíscola es rutinaria. Acompañado de su mujer, madruga, luego van a la playa y juegan al Molkky, baño en la piscina, comida, pequeña siest