miércoles, 23 de julio de 2014

NO CREO QUE A NADIE LE IMPORTE

No creo que a nadie le importe lo que escribo en el blog. Tampoco creo que a nadie le importe mucho lo que coloco en mi Facebook. Ni siquiera considero que a nadie le importe yo, o como mucho a dos o tres personas… Sin embargo, me quiero mucho y disfruto con lo que hago, aunque solo sea de mi interés. No me importa la soledad mientras haya un buen libro que leer, el mar esté a mi lado latiendo a cada momento, pueda correr, nadar y andar en bicicleta, elegir un sitio a donde ir o mi bello se erice escuchando “Right Out of Your Hand”.  Me da igual que nadie se interese por mí si puedo escuchar bellas melodías, descubrir por la mañana el horizonte rayando con el cielo, respirar aire puro o contemplar las nubes desplazándose hacia un lado. No consigo encontrar un amigo entrañable, todos se perdieron con el paso del tiempo, y no quiero buscar más, ya me cansé. Quiero refugiarme en mi interior y seguir avanzando por la ruta imprescindible que supone descubrirme. Me gustaría analizar mis errores, aprender a comportarme mejor, ser más tolerante, no enfadarme por pequeñeces, conseguir mantener mi organismo en un estado sosegado y que nada ni nadie pueda alterarme. Es difícil pero he aprendido a discernir entre lo importante y lo superfluo,  he conseguido rodearme de cadencias musicales que acompañan mi espíritu. Estoy aprendiendo a estar bien conmigo mismo. Seguiré mi senda intentando encontrar lo bello de las cosas… la vida misma.

martes, 22 de julio de 2014

LA MUJER RUBIA Y SU BULLDOG


No soy excesivamente curioso pero el otro día en un apartamento frente al mío observé a un perro de raza bulldog que se desplazaba lentamente por la terraza. Detrás de él, una mujer rubia, de algo menos de cuarenta años, iba recogiendo sus excrementos y fregando a continuación. El perro era muy viejo y ella su cuidadora infalible. Cada vez que llegaba a casa me asomaba a la terraza para comprobar si estaba el perrito. Además del perro y  la mujer, compartían apartamento una pareja de negros adolescentes, una bebé mestiza y un hombre moreno muy alto y fornido. Deduje que los dos adolescentes eran hijos del hombretón, de otra relación, y la pequeña fruto de ambos adultos.
Pasaban los días y comprobaba que la rubia se levantaba mucho antes que los demás, recogía  la numerosa ropa tendida, ya seca, y atendía  al pobre perro. Luego preparaba el desayuno para todos, que iba llevando, en varios traslados, de la cocina a la terraza, para más tarde ocuparse de la niña. Los negros, por tanto, vivían mejor que los blancos, más envidiados por ellos en otros tiempos. No hacían nada de nada, o eso me parecía a mí.
Una tarde, vi en la entrada de nuestra urbanización, separada por diez o doce escalones de la plataforma principal, a la mujer rubia que llamaba al resto de su familia para que alguien  bajara a ayudarle. Venía del supermercado cargada con dos amplias bolsas, el carrito con la bebé dentro y el perrito amarrado con una correa. No daba crédito, y, además, esa estampa demostraba y reforzaba lo que siempre había pensado sobre ellos, potenciando mi desprecio a esos “sopabobas” (no diferencio entre razas cuando me refiero a personas de esa categoría moral). Tras diez minutos llamando el adolescente bajó a rescatarla de manera parsimoniosa, claro. La mujer soltó al perro y subió el solito los escalones, descansado en cada peldaño que iba superando. Puso una bolsa a cada lado del carrito y ambos levantaron los lados para llegar a la plataforma, pero cuando llevaban tan sólo tres escalones remontados el adolescente resbaló (falta de costumbre, supongo) y cayó como una pelota hacia la puerta. Cuando comprobé que el carrito de la niña había quedado anclado, sin peligro para la bebé, entre los escalones solté una carcajada corrosiva. Era increíble. Una vez en lo alto, el chico cogió al perro y la rubia continúo su recorrido con las dos bolsas y el carro (imaginaba su situación en el supermercado, el perro amarrado fuera y ella con el carro, la compra…)

Evidencié que a pesar del esfuerzo que realizaba en sus ¿vacaciones? por el bien de los demás, recibía gratos estímulos (tal vez no los únicos) cuando en ocasiones se tumbaba en un sillón para jugar con la niña mientras  el perro se sentaba a su lado, inseparable de ella todo el tiempo. Esa vida le merecería la pena, supongo, y no soy quien para criticar, pero me dio tanta pena esa escena de las escaleras que he querido recordarla y contarla.

lunes, 21 de julio de 2014

SUSPENDIDO ENTRE EL LITORAL Y LA MONTAÑA

"El hombre tranquilo" nos ha dejado hasta el año venidero. Regresa a su lugar de procedencia, que abandonó durante su período profesional, y donde ahora tiene de nuevo su hogar. Algo que entiendo por ser, también, emigrante en otra tierra que no es la mía, aunque marque una vida. 
Durante estos últimos días hemos tenido conversaciones de todo tipo, nada profundas en sentido filosófico, pero lo suficientemente humanas y sinceras como para ser  concisas y coherentes, sin irnos por las ramas, vaya.
Ha habido cierta intolerancia en el discurso de “el hombre tranquilo” sobre la evolución (revolución) tecnológica. Él, que ha surcado los aires del planeta tierra pilotando aviones de todo tipo, se niega a aceptar esos cambios. Le molesta que todo el mundo esté pegado a una pantalla y que cuando  hablas a las personas ni siquiera te miren a los ojos. No puede soportarlo, él que se expresa con gestos del cuerpo y siempre busca complicidad con su mirada  Yo lo entiendo, ya se lo he dicho, pero intento convencerlo para que no sea tan drástico… y, en ciertas ocasiones, lo he logrado. El otro día estábamos en la playa y su mujer no podía hacerse con su libro debido al intenso viento. Se acercó a mí y me dijo (yo estaba leyendo en mi Kindle)- Luis, mi mujer no puede leer, ni siquiera marcar el libro con su marca-páginas, hay veces que tengo que darte la razón-.
La jornada anterior quería preparar en mi apartamento (en suspensión entre el mar y la montaña*) una “marmita” (comida de los pescadores) con bonito, patatas, pimientos verdes y rojos, tomate, etc, para despedir a “el hombre tranquilo” como  merecía. Sin embargo, el día previo a la comida me hizo saber que prefería carne ya que el pescado le gustaba bastante menos. Rompió mis esquemas y le dije que tendría que obligarlo a comer el pescado como a los niños. Socarrón escapó a toda prisa hacía donde se encontraba su mujer. Ya en la comida se mostraba risueño sentado frente a mí, con su biotipo ectoformo quijotesco, sabiendo que yo había “picado en su anzuelo”. Les ofrecí, a la manera francesa, un aperitive y ambos contestaron: voila!!!! así que brindamos con un Oporto que estaba más azucarado de lo normal. Después de degustar, a continuación, varios entrantes, coloqué en la mesa un asado de costillas con patatas asadas que estaba de rechupete. Conocedores de los mejores vinos aposté por un Caro Dorum del 2008 y tras un par de tragos me felicitaron. La elección, por tanto, había sido de su agrado. Seguimos con cava, café y varios chupitos de lemoncello, que helado y en un ambiente mediterráneo muy húmedo, entraba sin esfuerzo. Estuvimos sentados más de cinco horas y, puedo asegurar, que la velada fue  sobresaliente. Cuando coincidimos al día siguiente en la piscina “el hombre tranquilo” me confesó que nada más llegar a casa tuvo que echarse la siesta. Guiñándole un ojo le informé que yo había hecho lo propio.

* Nota de Amin Maalouf, escritor libanés de lengua francesa galardonado con el Premio Principe de Asturias de las Letras en 2010, que aparece en su novela “Los desorientados”.




jueves, 3 de julio de 2014

PARA ALGUNOS, LO QUE NOS PARECE SENCILLO NO LO ES TANTO

Aprovechando un descanso en mi centro de trabajo, junto a otros compañeros y varios usuarios, vemos en la televisión las imágenes –invernales en pleno julio- de la jornada de ayer de lluvias torrenciales y granizo en las comarcas de Matarraña y Almazán. Muchos de nuestros alumnos esperan a mañana para finalizar el curso. Una de las chicas internas que se va de vacaciones explica a sus compañeras que en su casa dispondrá de una habitación grande para ella sola. Reflexiono sobre ello y doy vueltas a algo a lo que siempre llego en relación a estos chicos institucionalizados: su falta de intimidad. Muchas veces me pongo en su pellejo, sobre todo cuando finaliza mi jornada y me voy fatigado a casa, al fin y al cabo me espera un lugar donde estar cómodo y relajarme para afrontar la jornada laboral siguiente. Considero que para todo ser humano es necesaria la soledad, la intimidad,  el retiro, la tranquilidad… también para ellos. Sin embargo, viven las veinticuatro horas del día junto a otras personas también discapacitadas. Algunos gritan, otros lloran sin saber qué les pasa, hay usuarios que agreden sin tener motivo, algunos, en situaciones críticas, no dejan dormir al resto de compañeros de planta residencial. Y eso se repite día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, para una gran mayoría los 365 días del año. Tiene que ser tormentoso vivir así. Cuando esa chica que se marcha mañana de vacaciones comentó lo de la habitación para ella sola, lo entendí tan bien como el resto de sus compañeros, se refería a una intimidad que en la institución nunca encuentra, donde el baño, la habitación, su casa, son reductos inexpugnables, algo que para ellos es un sueño hecho realidad, una sensación que, desgraciadamente, la mayoría de las veces dura muy poco pero que es necesaria y vital.

G. disfruta mucho en tu habitación y haz cosas que te hagan realmente feliz. Lo tienes más que merecido!!!!! 

martes, 1 de julio de 2014

EL HOMBRE TRANQUILO

En verano, durante unos días, coincido en Peñíscola con “El hombre tranquilo”. Es francés, concretamente de Burdeos, y veranea tres semanas al año, desde hace más de veinte años, en la localidad castellonense. Otros veranos había coincidido con él en la piscina de la urbanización y nos saludábamos formalmente. Me llamaba la atención porque tenía acento extranjero pero utilizaba, en castellano, un lenguaje fluido y rico en expresiones. Observé que leía el País y algunos libros en francés. Una mañana  del verano pasado conversamos algo más de lo habitual. Hablaba de manera pausada y agradecía una conversación larga. Me dijo que de joven, tendrá ahora unos 65 años, vino alguna vez a Pamplona, a las fiestas, y se enamoró de nuestro país. Fue piloto aéreo antes de jubilarse y ha vivido en varios territorios de ultramar franceses. Su vida cuando está en Peñíscola es rutinaria. Acompañado de su mujer, madruga, luego van a la playa y juegan al Molkky, baño en la piscina, comida, pequeña siesta y lectura hasta la hora de cenar. El verano pasado les saqué de su rutina y junto a otros amigos les llevamos a comer a un restaurante que frecuentamos, luego preparamos, por la noche, una timba con las guitarras. “El hombre tranquilo” siempre va acompañado de su guitarra y canta canciones españolas muy desfasadas, también temas de Moustaki, Brassens... Mi otro amigo, sin embargo, es más internacional y moderno en sus interpretaciones. Ambos nos ofrecieron un concierto original, simpático y entretenido. Quiero suponer que la mañana siguiente no madrugarían tanto mis amigos franceses. “El hombre tranquilo” me ha dicho que sus costumbres cambiaron cuando dejó de trabajar, antes se levantaba a las 7 y ahora a las 7,15. No pude menos que sonreír cuando lo comento.
Este año me han traído vino de Burdeos y cassoulet, él es conocedor del buen vino, y yo les he regalado una botella de Ribera del Duero, concretamente un “Pago de los Capellanes”. Tenemos una cena pendiente y seguro que caerán las botellas de Burdeos. También hemos seguido jugando al Molkky y si el verano pasado sólo pude ganarle tres partidas ahora llevamos cuatro y estamos empatados. Además, estamos promocionando el juego en la playa, ya tenemos cuatro niñas que acompañan nuestro juego.

Me he despedido de mis amigos franceses por unos días debido a mi reincorporación al trabajo, pero dentro de muy pocas jornadas seguiremos pasando los días de manera relajada. En ese momento de la despedida les entregué el vino español. Dicen que los buenos vinos los beben los domingos y yo les dije: Dans l´Espagne tous les jours sont dimanche. Cuando me iba les dejé concentrados en la lectura de sus libros. Ni siquiera levantaron la vista para despedirme. Es lo que tienen los hombres tranquilos, aparentemente nada les preocupa demasiado. Eso sí, poco antes de irme me dijeron que mucho cuidado con la carretera.

LA VIDA PASA

“¡No hay naciones!, solo hay humanidad. Y si no llegamos a entender eso pronto, no habrá naciones, porque no habrá humanidad".   Isaac ...