He pasado cuarenta y ocho horas en Cantabria. Estoy acostumbrado a viajar, hago una media de tres mil kilómetros al mes recorriendo numerosos puntos geográficos pero cuando voy a Santander el tiempo pierde su valor real, vivo más intensamente, todo se multiplica. Mi vida habitualmente es metódica, calmada, relajada y por eso, cuando me encuentro entre mis familiares, todo llega a la ebullición, una efervescencia temporal que me produce una satisfacción inmensa. De alguna manera es volver a un pasado que cada vez se encuentra más lejano por la distancia. No he parado ni un momento (salvo las obligadas horas destinadas a dormir) y ahora, ya todo en la normalidad que supone el regreso, reflexiono rememorando ese poco tiempo allí y lo disfruto pausadamente desde alguna dependencia de mi pensamiento. Me ha hecho mucha ilusión volver al Complejo Deportivo de “La Albericia ” acompañando a mi sobrino. Cuando lo inauguraron, hace ya algunos años, solía ir a jugar a tenis con mi hermano, disp