Atravesamos la calle Génova y, cómo no, salieron a colación temas relacionados con manifestaciones, relativamente recientes, acontecidas delante de la sede del Partido Popular . Mi amiga M detallaba la colocación marcial de filas y filas de policías nacionales acordonando la sede, y ella, que es muy valiente, había sentido un miedo atroz. De repente, nos paramos en una vitrina de una galería de arte. A mí me recordó el escenario de una de esas comedias de éxito americanas. Para acceder a ella había que subir cuatro o cinco escalones y el escaparate, iluminado, se situaba por encima de nuestras cabezas. L y yo paramos en seco a contemplar cuatro o cinco pinturas minimalistas y prácticamente monocromáticas. M. que seguía hablando sobre derechos humanos y libertades, retrocedió para comprobar lo que mirábamos. Los tres parecíamos poseídos por la belleza de ese instante. Al apartar la vista de los cuadros, una mujer con pinta nórdica, vestida como si se tratara de una azafata de congr