El otro día paseaba por la ciudad y me sorprendió una bandera colgada de un balcón. Era un día de Navidad en el que todo se convierte en violencia social. La gente va deprisa a realizar sus últimas y obsesivas compras y se nota un tumulto habitual en estos días tan extraños. Los coches parece que intentan atrapar a los peatones, los peatones se llevan por delante todo lo que les molesta, los niños emiten generosos gritos para poner nerviosos a sus padres. Todo se convierte en un incesante ir y venir hacía los reclamos despiadados de las navidades. Miraba hacía ningún sitio en concreto y veía en las fachadas numerosos y similares papanoeles escudriñando los exteriores de las casas en lo que a mi me parece un delito para el buen gusto. De repente y en medio de todos esos Santa Claus de trajes rojos y mejillas coloradas escalando las paredes (sin escrúpulos para quienes pudieran habitar sus interiores) apareció la bandera pirata. Quiero significar que en medio de tanta elocuencia consumis