Hacía tiempo que no sacaba del armario situado al este, hacia el Moncayo,
mis botas après ski. Tienen borreguito por dentro, y en días de hielo y nieve,
como el de hoy, resultan imprescindibles.
Cuando me levanté, pasadas las ocho y media de la mañana, al salir de la
habitación noté una oscuridad anormal y pensé que me había equivocado al poner
el despertador, cosa poco probable, ya que mi personal despertar comienza a las
siete y pico, cuando mis vecinos del BRIF (Brigadas de Refuerzo de
Incendios Forestales) empiezan a estampanar
las puertas de los armarios de la cocina, para, después, salir uno a uno, golpeando la puerta principal de su vivienda. A continuación, todos los días,
una señora baja los escalones con sus sonoros tacones, y luego, los vecinos de
arriba, multiplican por diez el ruido tan particular de sus persianas,
subiéndolas poco a poco. Pero, sigamos por los derroteros del principio del
texto, la poca luz era el preludio de lo que vino al asomarme a la ventana, una
capa de nieve tan densa que me obligaba,
además de a ponerme mis botas, calzar los neumáticos con esas “cadenas” de
tela para que el coche no patine y se deslice sin control. Cuando me dirigía al
coche, varios vehículos se salían de la carretera, la baja temperatura
convertía la recién caída nieve en hielo. Por suerte, llegué al trabajo sin
ningún tipo de incidencia. Cuando entré por la puerta, varios chicos y chicas
esperaban al personal para intercambiar comentarios respecto a la nevada. Mi
tutorizado Charli, que conoce todas las marcas de zapatos y zapatillas de
deporte, pronto se fijó en mis botas. No se refirió a ellas como “mizuno” o
“the north face”, que son las deportivas que habitualmente utilizo; tampoco las
denominó “auténticos” (así llama a los zapatos de vestir), sino que con su
desgarradora voz las llamó, no dando crédito de lo que veía, “botas de nieve”.
Era nuevo para él que calzara ese tipo de bota.
El día
continuó gris, carente de luz, y siguió nevando hasta mediodía, con
temperaturas por debajo de los cero grados. Cuando salí del trabajo quité las
“cadenas” ya que se había ido la nieve de la carretera. Una vez en casa,
disfruté del paisaje que se contemplaba desde la ventana, se estaba a gusto con
la potente calefacción y el pijama, el invierno había llegado con un mes de
retraso. Mis botas après-ski ya reposaban en su estante recién limpias. Tal vez
mañana me acompañen de nuevo, el temporal tiene pinta de seguir por unos días.
5 comentarios:
Me gusta la perspectiva de la foto..:)
Cuidadito con los resbalones en el hielo: )
Es desde el parador de Soria, situado en lo más alto de la ciudad. Aquí dicen: "cuida, no esbares".
Por eso lo decía, hijuco: )
Y, eso, eso,
no esbares: ))
He leído tres veces seguidas esta entrada. Dicen que la envidia nunca es buena y que se le añade el apelativo de 'sana' para disfrazarla. En estos momentos creo que ese pecado capital es el que me ha poseido al acordarme de Soria e imaginármela nevada.
Abrígate :).
Gracias, buen amigo. Saludos.
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