miércoles, 31 de agosto de 2011

KILÓMETRO CERO DE PARÍS

La actual librería Shakespeare and Company (S&C) se encuentra en el kilómetro cero de Francia, concretamente en el 37 de la rue de la Bûcherie. En el país vecino, los kilómetros se cuentan desde Notre Dame. La historia de la librería es mucho más enmarañada de lo que piensan los mitómanos que por allí se acercan. Ha habido dos famosas librerías Shakespeare and Company (S&C) en París: la de Sylvia Beach, en la rue de L´Odeon, y la actual de George Whitman. Aunque, la librería del kilómetro cero la regenta ahora la única hija de George que se llama también, en honor a la creadora de S&C, Sylvia Beach Whitman.
La primera Sylvia Beach inauguró su  librería de lengua inglesa  en noviembre de 1919 en la rue Dupuytren para trasladarla a los dos años de existencia al 12 de la rue de L´Odeon, frente a “La maison des amis des livres”, la librería francesa que pertenecía a su compañera sentimental Adrienne Monnier. En S&C se reunían los  escritores de la llamada “generación perdida”, desde Hemingway a Ezra Pound, de Henry Miller a James Joyce, que precisamente en S&C, gracias a Sylvia, consiguió publicar el prohibido, y famoso después, Ulises. Además de esos escritores, itinerantes o estables en el París de entreguerras, pasaron por allí Scott Fitzgerald, T.S. Eliot, Gide, Claudel, Valery, Henri Michaux o Nabokov. Si ustedes han visto la película de Woody Allen “Medianoche en París”, sabrán de qué les estoy hablando. La librería cerró definitivamente en 1941, después de negarse Sylvia a venderle a un oficial alemán una copia de “Finnegans Wake” de James Joyce. Más tarde fue detenida por los nazis y recluida fuera de París. Tras la guerra, Beach decidió no volver a abrir su negocio.
George Whitman (que nada tiene que ver con el poeta salvo su afición por los libros) toma el relevo de Sylvia Beach en los años cincuenta y abre su librería frente a Notre Dame. Al principio la tienda se llamó “The Mistral”, pero a mediados de los sesenta la rebautiza S&C como homenaje a Beach. Por allí han pasado Miller, Anaïs Nin, L. Durrell, Borroughs, Sartre, Beauvoir, Bretón, Gregory Corso, que robaba libros y Kerouac, que ya estaba en el camino.  
Desde este kilómetro cero parisino se hicieron manifestaciones contra las guerras de Vietnam y de Irak, en su puerta tocó la guitarra el entonces bohemio Tony Blair. Aquí se citan los jóvenes norteamericanos de París, se dejan mensajes los enamorados y los domingos se recibe a los amigos de las letras y los mitómanos en el legendario apartamento, que se encuentra en la primera planta, de Whitman (precisamente yo estuve allí un domingo de agosto).
Uno de los principios fundamentales de Whitman, que vivió en el umbral de la pobreza cuando cayó enfermo de disentería en un viaje en solitario por México y anduvo perdido por la selva hasta que una tribu dio con él, es “da lo que puedas, toma lo que necesites”. Una de las citas que se pueden leer en las paredes de la librería es “Be not inhospitable to strangers lest they be angels in disguise” (No seáis inhospitalarios con los extraños, podrían tratarse de ángeles disfrazados).
Dentro de la librería, que no deja de ser una casa, uno puede sentarse, relajarse entre miles de volúmenes con cubiertas de cuero, fotos amarillentas, artículos de periódico, cartas de amor, poemas. Todo se encuentra fuera de época y maravillosamente cubierto de polvo.  La librería es un ir y venir de jóvenes de todos los rincones del mundo (“una guarida de anarquistas camuflados”), acogidos por Whitman por un máximo de una semana, a cambio  de echar una mano en la cocina o ayudando con arreglos o fregando el suelo. En las cinco décadas de existencia ha recibido al menos cuarenta mil huéspedes. El único requisito es saber inglés, presentar un proyecto y demostrar que se es escritor y que se tiene previsto escribir un libro.
La magia de París (y de  todos los destinos del viajero) está escondida y hay que saber buscarla. Personalmente, la encontré en ese rincón irrepetible donde no se aceptan tarjetas de crédito y huele a comida recién hecha, y puedes encontrarte un piano a tu disposición para ser tocado por cualquiera y ambientar aún más ese lugar sagrado de historias imposibles.     
 

3 comentarios:

Fer dijo...

Esa fina sonrisa en la boca indica que estás sufriendo justo ahí, eh?
Dí que no, si te atreves.

No es una foto cualquiera de vacaciones, no.

Saludos y buen viaje.

Mariluz Arregui dijo...

Fantástica entrada...como la librería.
Y, no sé cómo será estar allí ( te juro que la visitaré cuando por fin vaya a Lutetia :), con un poco de suerte ),
pero tu entrada tiene magia.

Sabes? Me ha encantado leer el nombre de Durrell entre los demás, me hace soñar, cómo habrían sido sus visitas a ese lugar..? hummm..
Con quienes se habría encontardo allí?

Un milagro, me parece todo lo que cuentas. Pero existió y existe!

Merçi beaucoup par ton écrit, et par le partager ici, cheri :)



PD, jeje, Kerouac, buen toque

Luis López dijo...

Fer existe. Biennnnnnnnn.
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Gracias Mariluz. Durrel y todos los demás ¿np? Vaya colegas¡¡¡¡¡¡¡¡

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“¡No hay naciones!, solo hay humanidad. Y si no llegamos a entender eso pronto, no habrá naciones, porque no habrá humanidad".   Isaac ...