miércoles, 12 de septiembre de 2012

ISLAS CAIMÁN


Tuve mi primer ordenador hace más de catorce años. En la actualidad da risa pensar  la capacidad que tenía el disco duro. Ahora cualquier memoria USB tendría más contenido que aquel ordenador. Una persona de mi generación, que en sus años de adolescencia tan solo tuvo un radio-casete, un par de canales de televisión en blanco y negro, sin teléfono fijo en su hogar y  poco más, sigue alucinando con los avances en el mundo de las  comunicaciones. Ayer, sin ir más lejos, desde el domicilio de unos amigos que celebraban una fiesta muy personal a la que tuve el placer de ser invitado, conocí a los padres de unos conocidos que viven en Islas Caimán. Ciertamente fue una casualidad. Dije a esos recién conocidos que en ese momento de los postres realizaban una video conferencia (¿se dice así?, oing)  con su nieto, que durante los primeros días del verano en Peñíscola. donde nos encontrábamos entonces,  conocí a una pareja que acababa de llegar de Islas Caimán. Él es ingeniero de telecomunicaciones que trabaja para Telefónica y ella fisioterapeuta. Curiosamente se trataba de su hija y de su yerno. Recuerdo que estuvimos parte de una tarde hablando sobre aquel paradisiaco lugar. Para él, se trataba de uno de sus sueños, podía trabajar de manera  freelance desde su casa, situada justo al lado de una de esas playas idílicas que todos tenemos en mente. Ella, sin embargo, tenía que realizar sus tareas fuera de casa con un horario determinado. No obstante, se sentía reconocida  profesional y económicamente. Habían hecho muchos amigos, sobre todo europeos y sudamericanos en los escasos seis meses que llevaban allí, aunque echaban de menos poder regresar más a menudo a nuestro país. Eran, una vez más, personas cualificadas que habían abandonado la España de los recortes, la  juventud más preparada de cualquier época en nuestro país.
Nosotros tomábamos el postre y su hija se acababa de levantar. En un primer momento no pudo verme, por lo visto estaba a contraluz en su pantalla, pero cuando pudo ver mi rostro se alegró de reconocerme. Sus padres también se alegraron de la casualidad. Luego, ya en su apartamento, esos navarros de la ribera del Ebro, me invitaron a un pacharán de lujo. Me sentí encantado de su generosidad y de compartir momentos íntimos de lejanía extrema, aunque, una vez más, los avances de la informática hicieron de ese momento algo que no se puede explicar con palabras. Momentos del corazón que pude compartir con los seres más queridos para esas personas. A veces   los avances informáticos hacen que te sientas de maravilla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta la foto

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