

Por el puente con farolas “tridentes” atraviesa un caballo coincidiendo con la despedida del sol. La tenue luz crepuscular acaricia el paisaje volviéndolo nebuloso.



Hay palacios derrumbándose, pintadas surrealistas, marcas del tiempo en los edificios. Parece un barrio de cualquier ciudad abandonada que lucha por sobrevivir y le cuesta más de la cuenta.

Las mañanas de domingo, los bares permanecen repletos de parroquianos degustando exquisitos y variados pinchos y excelente vino de la tierra. 

Todo parece tranquilo, las calles, el río, las personas, su coqueta plaza. El otoño lleva tiempo instalado en la ribera Navarra y parece que le sienta bien. Disfrutemos de su belleza.
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