Aprovechando
un descanso en mi centro de trabajo, junto a otros compañeros y varios
usuarios, vemos en la televisión las imágenes –invernales en pleno julio- de la
jornada de ayer de lluvias torrenciales y granizo en las comarcas de Matarraña
y Almazán. Muchos de nuestros alumnos esperan a mañana para finalizar el curso.
Una de las chicas internas que se va de vacaciones explica a sus compañeras que
en su casa dispondrá de una habitación grande para ella sola. Reflexiono sobre
ello y doy vueltas a algo a lo que siempre llego en relación a estos chicos
institucionalizados: su falta de intimidad. Muchas veces me pongo en su
pellejo, sobre todo cuando finaliza mi jornada y me voy fatigado a casa, al fin
y al cabo me espera un lugar donde estar cómodo y relajarme para afrontar la
jornada laboral siguiente. Considero que para todo ser humano es necesaria la
soledad, la intimidad, el retiro, la
tranquilidad… también para ellos. Sin embargo, viven las veinticuatro horas del
día junto a otras personas también discapacitadas. Algunos gritan, otros lloran
sin saber qué les pasa, hay usuarios que agreden sin tener motivo, algunos, en
situaciones críticas, no dejan dormir al resto de compañeros de planta
residencial. Y eso se repite día a día, semana a semana, mes a mes, año a año,
para una gran mayoría los 365 días del año. Tiene que ser tormentoso vivir así.
Cuando esa chica que se marcha mañana de vacaciones comentó lo de la habitación
para ella sola, lo entendí tan bien como el resto de sus compañeros, se refería
a una intimidad que en la institución nunca encuentra,
donde el baño, la habitación, su casa, son reductos inexpugnables, algo que
para ellos es un sueño hecho realidad, una sensación que, desgraciadamente, la
mayoría de las veces dura muy poco pero que es necesaria y vital.
G. disfruta
mucho en tu habitación y haz cosas que te hagan realmente feliz. Lo tienes más
que merecido!!!!!
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