"El hombre
tranquilo" nos ha dejado hasta el año venidero. Regresa a su lugar de
procedencia, que abandonó durante su período profesional, y donde ahora tiene
de nuevo su hogar. Algo que entiendo por ser, también, emigrante en otra tierra
que no es la mía, aunque marque una vida.
Durante estos
últimos días hemos tenido conversaciones de todo tipo, nada profundas en
sentido filosófico, pero lo suficientemente humanas y sinceras como para
ser concisas y coherentes, sin irnos por
las ramas, vaya.
Ha habido
cierta intolerancia en el discurso de “el hombre tranquilo” sobre la evolución
(revolución) tecnológica. Él, que ha surcado los aires del planeta tierra
pilotando aviones de todo tipo, se niega a aceptar esos cambios. Le molesta que
todo el mundo esté pegado a una pantalla y que cuando hablas a las personas ni siquiera te miren a
los ojos. No puede soportarlo, él que se expresa con gestos del cuerpo y
siempre busca complicidad con su mirada Yo lo entiendo, ya se lo he dicho, pero
intento convencerlo para que no sea tan drástico… y, en ciertas ocasiones, lo
he logrado. El otro día estábamos en la playa y su mujer no podía hacerse con
su libro debido al intenso viento. Se acercó a mí y me dijo (yo estaba leyendo
en mi Kindle)- Luis, mi mujer no puede
leer, ni siquiera marcar el libro con su marca-páginas, hay veces que tengo que
darte la razón-.
La jornada
anterior quería preparar en mi apartamento (en suspensión entre el mar y la
montaña*) una “marmita” (comida de los pescadores) con bonito, patatas,
pimientos verdes y rojos, tomate, etc, para despedir a “el hombre tranquilo”
como merecía. Sin embargo, el día previo
a la comida me hizo saber que prefería carne ya que el pescado le gustaba
bastante menos. Rompió mis esquemas y le dije que tendría que obligarlo a comer
el pescado como a los niños. Socarrón escapó a toda prisa hacía donde se encontraba su
mujer. Ya en la comida se mostraba risueño sentado frente a mí, con su biotipo
ectoformo quijotesco, sabiendo que yo había “picado en su anzuelo”. Les ofrecí, a
la manera francesa, un aperitive y
ambos contestaron: voila!!!! así que brindamos con un Oporto que estaba más
azucarado de lo normal. Después de degustar, a continuación, varios entrantes, coloqué en la mesa un asado de costillas con patatas asadas que estaba de
rechupete. Conocedores de los mejores vinos aposté por un Caro Dorum del 2008 y
tras un par de tragos me felicitaron. La elección, por tanto, había sido de su
agrado. Seguimos con cava, café y varios chupitos de lemoncello, que helado y en un ambiente mediterráneo muy húmedo,
entraba sin esfuerzo. Estuvimos sentados más de cinco horas y, puedo asegurar,
que la velada fue sobresaliente. Cuando
coincidimos al día siguiente en la piscina “el hombre tranquilo” me confesó que
nada más llegar a casa tuvo que echarse la siesta. Guiñándole un ojo le informé
que yo había hecho lo propio.
* Nota de Amin Maalouf, escritor libanés de lengua francesa
galardonado con el Premio Principe de Asturias de las Letras en 2010, que
aparece en su novela “Los desorientados”.
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