lunes, 21 de julio de 2014

SUSPENDIDO ENTRE EL LITORAL Y LA MONTAÑA

"El hombre tranquilo" nos ha dejado hasta el año venidero. Regresa a su lugar de procedencia, que abandonó durante su período profesional, y donde ahora tiene de nuevo su hogar. Algo que entiendo por ser, también, emigrante en otra tierra que no es la mía, aunque marque una vida. 
Durante estos últimos días hemos tenido conversaciones de todo tipo, nada profundas en sentido filosófico, pero lo suficientemente humanas y sinceras como para ser  concisas y coherentes, sin irnos por las ramas, vaya.
Ha habido cierta intolerancia en el discurso de “el hombre tranquilo” sobre la evolución (revolución) tecnológica. Él, que ha surcado los aires del planeta tierra pilotando aviones de todo tipo, se niega a aceptar esos cambios. Le molesta que todo el mundo esté pegado a una pantalla y que cuando  hablas a las personas ni siquiera te miren a los ojos. No puede soportarlo, él que se expresa con gestos del cuerpo y siempre busca complicidad con su mirada  Yo lo entiendo, ya se lo he dicho, pero intento convencerlo para que no sea tan drástico… y, en ciertas ocasiones, lo he logrado. El otro día estábamos en la playa y su mujer no podía hacerse con su libro debido al intenso viento. Se acercó a mí y me dijo (yo estaba leyendo en mi Kindle)- Luis, mi mujer no puede leer, ni siquiera marcar el libro con su marca-páginas, hay veces que tengo que darte la razón-.
La jornada anterior quería preparar en mi apartamento (en suspensión entre el mar y la montaña*) una “marmita” (comida de los pescadores) con bonito, patatas, pimientos verdes y rojos, tomate, etc, para despedir a “el hombre tranquilo” como  merecía. Sin embargo, el día previo a la comida me hizo saber que prefería carne ya que el pescado le gustaba bastante menos. Rompió mis esquemas y le dije que tendría que obligarlo a comer el pescado como a los niños. Socarrón escapó a toda prisa hacía donde se encontraba su mujer. Ya en la comida se mostraba risueño sentado frente a mí, con su biotipo ectoformo quijotesco, sabiendo que yo había “picado en su anzuelo”. Les ofrecí, a la manera francesa, un aperitive y ambos contestaron: voila!!!! así que brindamos con un Oporto que estaba más azucarado de lo normal. Después de degustar, a continuación, varios entrantes, coloqué en la mesa un asado de costillas con patatas asadas que estaba de rechupete. Conocedores de los mejores vinos aposté por un Caro Dorum del 2008 y tras un par de tragos me felicitaron. La elección, por tanto, había sido de su agrado. Seguimos con cava, café y varios chupitos de lemoncello, que helado y en un ambiente mediterráneo muy húmedo, entraba sin esfuerzo. Estuvimos sentados más de cinco horas y, puedo asegurar, que la velada fue  sobresaliente. Cuando coincidimos al día siguiente en la piscina “el hombre tranquilo” me confesó que nada más llegar a casa tuvo que echarse la siesta. Guiñándole un ojo le informé que yo había hecho lo propio.

* Nota de Amin Maalouf, escritor libanés de lengua francesa galardonado con el Premio Principe de Asturias de las Letras en 2010, que aparece en su novela “Los desorientados”.




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