martes, 9 de diciembre de 2025

CHET BAKER Y EL INDIGENTE JACOBEO



Tras finalizar mi  tabla física  mañanera, todos los días paseo por una zona que se denomina El Ullal de l'Estany,  una laguna urbana en medio de un parque, que forma parte del sistema marjalero de la zona, cerca de la playa sur de Peñíscola. En la época invernal es un poco anárquica, las palomas invaden las zonas de juegos infantiles y de fitness al aire libre, está lleno de excrementos de los colúmbidos. Suelo pasar por ahí entre las 9:30 y 10:00 horas y siempre se encuentra en uno de los bancos un indigente junto a su bicicleta y  a su perro. El perro está atado y duerme, la bicicleta tiene agregada una especie de caja de madera y varios adornos realizados por él: dibujos con las palabras “love”, “Jesús”… también carteles pidiendo una donación para realizar el camino jacobeo. Casi siempre bebe una cerveza barata adquirida en el Consum cercano. Hay veces que se encuentran con él otro u otros dos indigentes más. Siempre está tranquilo y relativamente limpio, si puede llamarse limpieza a alguien que vive y duerme en la calle. Su cara me recuerda a Chet Baker, su adicción a la heroína y otras drogas lo llevó a entrar y salir de prisión en varias ocasiones, especialmente durante sus giras por Europa en los años 50 y 60. En 1966, cuando fue brutalmente agredido (posiblemente debido a una disputa de drogas) perdió  sus dientes superiores, lo que destrozó su capacidad para tocar la trompeta y requirió un doloroso proceso de recuperación y reaprendizaje. Su vida terminó abruptamente en 1988, cuando murió al caer desde la ventana de la habitación de su hotel en Ámsterdam. La autopsia reveló presencia de heroína y cocaína en su sistema, y las circunstancias exactas de su muerte (si fue un accidente, suicidio o si alguien lo empujó) siguen siendo objeto de especulación. Mañana durante mi ejercicio diario pondré a Chet Baker para ambientar con su música ese momento antes de visitar al indigente jacobeo.

Está tarde prepararé vino caliente “Glühwein”, espero que me quede bien y sea la antesala de una nueva Navidad, que en Peñíscola comenzó hace días con el encendido de luces y el mercado navideño. Cuando paseo por allí, por el mercado peñíscolano,  me recuerda a Colmar o a Ribeauville en Alsacia (estuve el año pasado visitando los mercadillos de Adviento), ciertamente tiene un sabor y un color muy logrado, pero excesivos visitantes durante los fines de semana. 

Hacia las 19 horas compré algunas cosas en Mercadona. Cuando salí, a un lado de la puerta estaba sentado junto a su perro el indigente. Poco después cogió su bicicleta y junto a él, atado, su perro caminaba agotado. Me dio una pena terrible. 

Hoy, al pasar por el lugar en el que siempre está el indigente, su perro y su bicicleta, no se encontraban allí. Crucé la calle y lo vi delante de Consum, el perro descansaba tumbado sobre la acera con un ritmo cardiaco acelerado. Mañana me voy de viaje y tardaré seis días en volver, no creo que lo encuentre con vida a mi regreso.


(Volví a pasar por el parque una semana más tarde. Estaba solamente la bicicleta, el perro que siempre estaba amarrado a su lado ya no se encontraba allí).



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