Había leído en algún sitio, creo que un blog de un alumno español
de Erasmus, que la entrada a Bolonia desde el aeropuerto es algo deprimente. Es
cierto, los edificios están poco cuidados y dan
sensación de abandono, hay muchas pintadas, tendido eléctrico y cables
de tranvía por todo el recorrido. Cuando llegas a la estación del tren comienza
el bullicio y… el mal estado del pavimento. En el corto trayecto de la estación
a mi hotel (Millenn) tengo que hacer
maravillas para sortear peatones y otros obstáculos debido a los pocos pasos de
peatones existentes y a las anárquicas y reducidas aceras. Sentado en una
terraza, frente a la estación, contempló el reloj de la izquierda parado a las
10,25. A esa hora, el 2 de agosto de 1980, Bolonia sufrió un ataque terrorista
en el que murieron 85 personas al estallar una bomba. Al día siguiente, me
detuve en una placa que está justo debajo del reloj, recordando a esas personas
fallecidas con su nombre y la edad correspondiente. Casi todos eran jóvenes,
también dos niños de 2 y 3 años, respectivamente. Lástima.
El recepcionista del hotel me apunta en un minúsculo plano los
lugares más destacados de la ciudad. Caminamos por la arteria principal de
Bolonia, la Via Indipendenza, sobresaliendo
el Teatro Arena del Sole y los
antiguos anuncios publicitarios en la acera de mármol protegidos por los
soportales. La portada roja de la catedral de San Pedro destaca al final de la
calle, a la izquierda. Tras un par de kilómetros contemplando soportales,
palacios e iglesias, nos damos de bruces con la Piazza Maggiore, corazón urbano de Bolonia. De un lado destaca la
imponente iglesia de San Petronio, con el contraste del mármol blanco y los
ladrillos marrones de su fachada inacabada. Del otro, el Palazzo d´Accursio, sede del ayuntamiento. La adyacente Piazza Nettuno está dominada por una
fuente del dios del mar y su correspondiente escultura. Cerca de allí están las
Due Torri, símbolo de la ciudad, que
llevan los apellidos de las familias que las mandaron construir: Garisenda (48 metros de altura) y Asinelli (cerca de 100 metros de
altura). La primera con un grado de inclinación de 3,2 metros y la segunda de
1,3 metros. Visitamos la colegiata di S.
Bartolomé para contemplar su impresionante cúpula y avistamos parte de las
torres de las Sette Chiese. Luego el palacio del Archiginnasio, primera sede de la Universidad, fundada en 1088
(aunque el palacio es de 1563) y la más antigua del mundo occidental. Llama la
atención la riquísima decoración de emblemas, escudos y memoriales que llenan
todas las salas. En el Teatro Anatómico, hemiciclo de madera construido en 1637, se enseñaba anatomía a
través de la disección de cadáveres. En el techo se puede observar a Apolo en
madera.
Bolonia es conocida como “la Ciudad Roja” por el color de sus
techos y fachadas y por ser uno de los núcleos principales del comunismo
italiano que ha gobernado la ciudad en diferentes periodos. Tiene el segundo
casco antiguo medieval más grande de Europa, después de Venecia. Sus pórticos,
que unen torres, calles y edificios, rondan los 42 km. de largo. Está encajada
entre Florencia, Venecia y Milán, y aunque no esté contemplada en los circuitos
turísticos del norte de Italia es muy amada por los italianos.
Durante nuestra estancia pudimos descubrir alguno de los llamados
siete secretos de Bolonia. Uno de ellos es el reloj de la estación. Otro
secreto descubierto fue contemplar el pene erecto de Neptuno (pulgar tensado de
la mano izquierda emergiendo del bajo vientre). En la Piazza Maggiore se encuentra el arco de la voz (L´arco della voce), si te pones de cara
a la pared y hablas, tu voz se oye a la perfección al otro lado del pórtico.
Curiosamente hablé con una señora italiana que iba con su hijo. Me preguntó si
era portugués. En Francia, una vez me preguntaron si era inglés, en Cuba si era
italiano, en un Hard Rock florentino
si era francés, pero nunca me habían confundido con un portugués. Curioso. Otro
de los secretos descubierto fue la Finestrella.
Desde allí es posible contemplar uno de los pocos canales que quedan en
Bolonia.
En la librería Ambasciatori,
la primera librería-restaurante que visitaba, pude ojear un libro que se ha
puesto muy de moda en la ciudad. Se trata de “101 cosas que se pueden hacer en
Bolonia”, de Margherita Bianchini.
También, me llamó la atención un disco-libro de cada año. Contenía noticias y
una selección de 20 temas musicales publicados cada año. Me alegró que en el año de mi
nacimiento estuvieran algunos de mis músicos favoritos: Miles Davis y Coltrane.
Cuando nos dirigíamos con las maletas en dirección a la estación
para tomar el tren a Florencia, un camarero de un restaurante en el que
habíamos comimos el día anterior nos saludó con un “Hola, coca-cola”. Sin embargo, yo pensaba
en: “adiós, Bolonia”.
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