Hace treinta y un años
corrió la voz como la pólvora. En Valencia habían salido los
tanques del ejercito y en Madrid un tal Tejero tomaba el congreso.
Son momentos que te quedan marcados para siempre. Lo mismo pasó con
el ataque aéreo a las torres gemelas neoyorquinas o con el atentado
de la estación de Atocha en Madrid. Casi todos, con cierta
exactitud, sabemos dónde nos encontrábamos en cada caso.
Hace treinta y un años,
tal día como hoy, estaba haciendo el servicio militar obligatorio
en Ferrol. Me obligaron, además, a hacer el curso de cabo monitor
y, al finalizar, me enviaron a una base naval. Ese día, yo era el
responsable de la puerta principal y de todos los marineros que
hacían guardia repartidos por todas las dependencias. La noticia me
hizo temblar por la responsabilidad y especular sobre el futuro que
nos esperaba a todos los españoles, en general, y a mí,
personalmente, por encontrarme en el peor lugar que se podía esperar
ante un golpe de estado. Ni que decir tiene que, junto a mi
compañero, también cabo y cántabro, Eulogio, estuve siguiendo
todas las noticias que daban la radio y la televisión. Cuando los
diputados salieron del Congreso y el Rey se dirigió a la población
respiré aliviadamente. Con el paso de los días, por suerte, aquella
locura dentro del surrealismo que supone estar encuartelado se fue
disipando.
Fueron días muy intensos
y desesperantes. En aquella base se podía haber rodado una gran
película, no sé si de terror o una comedia, pero con un buen
director y el guión que marcaron mis días allí hubiera sido
exitosa con seguridad.
Uno de los marineros que
comentaba anteriormente, de los que se distribuían por las
dependencias de la base, tenía que vigilar las 24 horas un mástil
de bandera que un día de vendaval cayó, con tan mala suerte de
hacerlo sobre el cuerpo de un oficial. Para que no volviera a
ocurrir, o para inculpar al pobre marinero de guardia en caso de
repetirse el suceso, aquel mástil siempre estaba vigilado.
En el cuarto de guardia
disponíamos de los nombres y, en algunos casos, las fotografías del
personal que estaba arrestado y, por tanto, no podía salir del
cuartel. Entre ellas la de un perro, ya no recuerdo el nombre, que
estaba arrestado y no podía cruzar la línea que marcaba la
delimitación del recinto con el exterior. Al parecer, el can había
mordido a un sargento y tenia que cumplir el castigo. Recuerdo que
algún día de guardia el cabrón de él se nos escapó al pueblo y
nos trajo de cabeza hasta que pudimos devolverlo al interior del
recinto.
El Dyane-6 de mi
propiedad, que me acompañó a aquella locura, también estuvo
arrestado 6 meses. Pude verlo durante ese periodo pero no tocarlo.
Desde su interior un descerebrado llamó “hijoputa” a un policía
naval. El pobre “Soviet”, así se llamaba el vehiculo, nada pudo
hacer en su defensa y acompañó durante todo ese tiempo al perro y
al palo de la bandera en su privación de libertad.
“Puta Mili”, que diría
Maquinavaja.
1 comentario:
Genial, genial...
Saludos.
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