Los Hermanos Tonetti, naturales de mi
ciudad, forman parte de los recuerdos más arraigados de mi infancia. Tuve la
suerte de verlos en multitud de ocasiones, siempre en Santander. Cuando los
veía mi ánimo cambiaba de la risa a la
pena. No sé porqué, cosas de niño, supongo.
Estoy
leyendo un libro de Félix Romeo que
se titula Amarillo. Para explicar de
qué va he recurrido a una pequeña reseña sobre él de Enrique Cabezón, poeta, músico, dibujante de tebeos y diseñador gráfico logroñés. “Amarillo es una novela y es un diario, es un
recordatorio y es, de alguna manera, un exorcismo. Félix Romeo escribe sobre su
amigo Chusé Izuel, sobre su
separación y sobre su presencia, sobre lo huérfanos y culpables que nos podemos
sentir todos ante el suicidio de un amigo que no supimos prever. Por momentos
estremecedor, incluso tragicómico, el libro no hace concesiones.
Al cerrarlo he tragado saliva, he tenido
ganas de llamar a Félix, he dudado y
al final no lo he hecho, no sabría qué decirle. Amarillo también habla mucho de
él, de un Félix Romeo que desnuda
muchos miedos y que, para su descargo, no es el responsable de muchas de las
cargas que se atribuye. No puedo decir mucho más, sólo que el regreso de Romeo no dejará indiferente a nadie.”
A
finales de los años setenta, al igual que en la actualidad, la crisis económica
afectó al circo y los Tonetti
(nombre adoptado en homenaje al célebre payaso
italiano Antonet) permanecieron trabajando,
con muchos problemas, hasta 1982. Ese mismo año, Manolo, el de la cara blanca (el otro era José) sufrió una crisis nerviosa en escena por la que tuvo que ser
internado. En noviembre tuvieron que cerrar el Circo y el 4 de diciembre, Manolo Villa, que contaba con 54 años,
se suicidó.
Leyendo
el libro de Félix Romeo, más o menos
hacia la mitad, escribe sobre John Kennedy Toole, autor, entre otras
novelas, de la Conjura de los necios,
que se suicidó a los 31 años antes de publicar la novela. Romeo, enlaza esa anotación con… “El caso de John Kennedy Toole
parece el del payaso alegre que un día se mata. Uno de los hermanos Tonetti, los payasos de circo de nuestra infancia, se
suicidó. El payaso de la cara blanca. Ahorcado.”
Ahora
he dejado Amarillo detenido justo en
esa última palabra. De repente me han venido las ganas de escribir sobre los
payasos de mi niñez que eran, creo, de Cueto y, además, amigos de mi madre. Por
ella supe de sus vicisitudes en la vida y también sé que algo les ayudó. Cuando he leído en
Internet sobre ellos, he visto el famoso póster que siempre adornaba las calles
cuando iban a actuar. En ese dibujo de sus caras desfiguradas, o disfrazadas,
he podido recuperar algo de mi feliz pasado, ese pasado que siempre aparece en
mis sueños porque forma parte de los recuerdos de mi esencia y mi naturaleza. Por suerte, nunca renegaré
de mis raíces y los Tonetti, como el
vendedor de “bombas” en la Primera
playa del Sardinero (“¡Hay bombas para el mareooooo!!!”) o Fernandito, formaron parte del costumbrismo que acompañaba mis vida
en Santander y que ahora están en un compartimento de mi cerebro. Obviamente,
todos esos recuerdos, por suerte, totalmente alejados del suicidio y sus
terribles consecuencias, suponen para mí todo lo contrario a la muerte debido a
la vitalidad con que transcurrían todos los episodios de mi infancia en
Santander.
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